Opinión

Un espectáculo indigno, un motivo para la esperanza

La ya no tan joven democracia española había deparado jornadas bochornosas durante los últimos 40 años, pero el espectáculo al que ha estado sometida los últimos días, y cuyo punto

La ya no tan joven democracia española había deparado jornadas bochornosas durante los últimos 40 años, pero el espectáculo al que ha estado sometida los últimos días, y cuyo punto culminante ha tenido lugar este jueves en el Congreso de los Diputados, ha rebasado todos los límites de la dignidad y el decoro.

Parafraseando al difunto Alfredo Pérez Rubalcaba en aquellas tristes jornadas tras los atentados del 11-M, ahora cabría decir aquello de que "los españoles no se merecen unos políticos tan inútiles". Y digo inútiles por no decir algo peor y porque, en el fondo, es el adjetivo que mejor se ajusta a lo que están haciendo.

Los españoles votamos en unas elecciones generales el pasado 28 de abril y, tres meses después, los 350 diputados elegidos han sido incapaces de ponerse de acuerdo para investir un presidente. Es verdad que nuestro Congreso está más fragmentado que nunca y que eso dificulta la búsqueda de consensos, pero no es menos cierto que precisamente el arte de la política es ese, la capacidad para pactar y buscar soluciones, no para crear problemas.

Sánchez, el primer culpable

El principal responsable de todo este desaguisado es, obviamente, el actual presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, pues él tenía la responsabilidad, como ganador de los comicios, de recabar los apoyos necesarios. 

Y Sánchez no ha hecho su trabajo. Desde el primer momento se lo tomó con parsimonia, dejó correr deliberadamente los plazos y pidió la abstención del resto de grupos para que le dejasen gobernar gratis total. Sabedor de que unas nuevas elecciones le pueden beneficiar, Sánchez ha jugado con unos y con otros, olvidándose de los intereses generales de España, que acumula ya tres años de bloqueo, y priorizando los suyos particulares y los de su partido.

Los resultados del 28-A sólo ofrecieron a Sánchez dos opciones claras para sumar la mayoría absoluta necesaria para resultar reelegido: sumar los escaños del PSOE a los del PP (189 de 350) o a Ciudadanos (180). En lugar de intentar con determinación un gran pacto con alguna de esas dos fuerzas, o con ambas, se limitó a apelar a la responsabilidad de esos partidos para que se abstuvieran y le facilitasen la investidura, y así evitar echarse en brazos de los populistas y los nacionalistas.

Tampoco estuvieron finos ni Pablo Casado ni Albert Rivera, que desde el primer segundo se cerraron en banda a la posibilidad de una abstención o de un pacto global con el PSOE. Es verdad que el primero se ha mostrado más conciliador y deja un resquicio abierto para intentar un apaño tras el verano, pero sin la participación del segundo será muy difícil lograrlo, y hoy por hoy no se ve a Rivera muy dispuesto a ello.

Tras descartar cualquier acuerdo con Casado o Rivera, Sánchez buscó un pacto con Podemos, pero desde el principio se le vio que lo hacía sin ninguna convicción. De hecho, las jornadas de los últimos días han sido surrealistas. En vez de negociación, hemos asistido a una enorme comedia retransmitida por televisión y radio en tiempo real.

Sin negociación

Digámoslo claro. Aquí no ha habido negociación, sino más bien una concatenación de jugadas de ajedrez con la pretensión de dejar al contrario como responsable del fracaso. En vez de dialogar entre ellos, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez se han dedicado a lanzarse puyas desde los medios y a filtrar documentos con el único propósito de ganar lo que los cursis llaman ahora "la batalla del relato".

Iglesias y Sánchez se han creído que España es un enorme plató y que ellos son los actores de una de esas series que les fascinan y cuyo guión ofrece giros insospechados cada cinco minutos

Iglesias y Sánchez se han creído que España es un enorme plató de televisión y que ellos son los actores de una de esas series que a ambos les fascinan y cuyo guión ofrece giros insospechados cada cinco minutos. De ahí que los españoles hayamos estado en vilo hasta el último minuto, pendientes de un requiebro final que diera un vuelco a la situación.

En esa carrera a la desesperada por imponer su discurso, Iglesias ofreció en vano una última oferta a Sánchez desde la tribuna del Congreso: sus votos a cambio de gestionar las políticas activas de empleo. Fue un último intento por salvar la cara... pero que resultó estéril, pues luego cerró el debate la portavoz del PSOE, Adriana Lastra, y le dejó doblado en el suelo al asegurar que le habían ofrecido Cultura, Agricultura, Sanidad, Igualdad, Vivienda... y que Podemos lo había rechazado.

Todo es mentira

En realidad, todo es mentira. El acuerdo no ha estado maduro en ningún momento porque casi ni se han reunido ni se han puesto a pactar un acuerdo de Gobierno, que es lo que cualquiera que quiere gobernar en coalición hace desde el primer minuto.

Por eso, al final, se rozó el ridículo. Sánchez se mostró alicaído en su escaño (porque su jugada consistía en que al final Iglesias cediera sin nada a cambio) e Iglesias puso cara de pocos amigos, porque se ha dado cuenta de que le han estado engañando desde el principio.

Pero, a pesar de que la democracia española haya dado señales evidentes de haber tocado fondo, convendría consolarse pensando en que, probablemente, esta ignominia tenga un efecto catártico y nuestros representantes aprendan de los errores cometidos.

Soluciones tras el verano

Para empezar, es urgente que nuestros líderes, y especialmente los tres que tienen más escaños en el Congreso (Sánchez, Casado y Rivera), se vayan al rincón de pensar unos días y recapaciten. No pueden dejar a España abandonada a su suerte. No pueden pretender que los españoles resuelvan el problema en unas nuevas elecciones el 10 de noviembre, porque no está garantizado que el resultado vaya a ser muy diferente. 

No hay tiempo que perder. España no puede seguir parada. Unos comicios a final de año significarían, mientras no se cambien los absurdos plazos que fija la Constitución, que hasta 2020 no habría Gobierno, si es que algún día llegamos a tenerlo.

Poca confianza inspiran estos líderes que han vuelto a demostrar su falta de cintura y su irresponsabilidad, pero no cabe más remedio que agarrarse a la esperanza de que tras esta jornada negra algo bueno acabará pasando.

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