Un niño con aire de ruiseñor, en apariencia bueno en un sentido cuasi machadiano; el parecido con sus padres, Patricia y Ángel, más acentuado en él por el corte infantil de su tristeza; la compasión que, en pleno desconsuelo, ambos se profesaban, esos abrazos que yo tomé por conyugales y que me indujeron a creer que seguían siendo marido y mujer; el paralelismo inverso entre el divorcio de los Quer López-Pinel, tan belicoso, y el de los Cruz Ramírez, tan civilizado; la madrastra aleteando en torno a la pareja, tentando un resquicio para incrustarse en una comunión de aflicciones de la que siempre salía despedida; la presencia en los aledaños del drama de la intendencia de duelos y quebrantos que forman Cortés, Del Castillo y Quer, nuestros McCann.
Cómo no van los medios a hablar de Gabriel, si su caso ha suscitado la más humanísima de las conversaciones en que, todavía en esta hora del miércoles, anda entremetida España. No, el problema no es el estruendo mediático, inexorablemente hiperbólico, sino que los presentadores, con la excusa de estar bajo el influjo de la consternación ambiental, aparezcan gimoteando ante las cámaras; que se esmeren, en suma, en encarnar el luto cual actorcillos del método, incurriendo en la inmoral osadía de pretenderse tan conmovidos como la madre misma de la criatura. En su alucinada tourné, fueron deudos de Diana Quer en la Puebla del Caramiñal, de los hermanos Bretón en Córdoba y de la niña Basterra en Santiago de Compostela… Mas ni siquiera precisan un cadáver reciente para representar su peculiar simulacro, que escenifican con un ojo en el share y el otro en el Twitter.
El 8 de marzo, en casa de un amigo, veíamos en La Sexta un especial informativo en que Ferreras, al habla con una portavoz de las millones de huelguistas, que no huelguistos, que tomaron las calles, imploró: “Volved. Porque os necesitamos” (La misma secreción sentimental, por cierto, que Pablo Iglesias hace valer ante Catalunya para que no se desgaje del ‘resto del Estado’. Todas las víctimas lo son contra algo y cada día tiene su afán). Mi amigo y yo nos miramos asombrados, dando por hecho que no veríamos nada igual en mucho tiempo. Como si no supiéramos que está todo siempre por venir.