Opinión

La extrema derecha triunfa en Cataluña

Que mi tierra está terriblemente enferma es un hecho constatable tanto política como social y económicamente. Entre las múltiples ca

  • El candidato de VOX Ignacio Garriga, interviene durante un mitin de VOX

Que mi tierra está terriblemente enferma es un hecho constatable tanto política como social y económicamente. Entre las múltiples causas que la han conducido a esta postración, siendo la más importante el pujolismo y el pensamiento mágico de parte del electorado nacionalista-separatista, está el uso de las palabras. Porque nadie se atrevió jamás a decir que el ideario convergente era de extrema derecha. Sus herederos se quitaron la túnica falsamente democrática para mostrarse en público tal y como son: supremacistas, odiadores profesionales, partidarios del gueto social cuando no de la muerte civil para la disidencia, totalitarios en el empleo de lo público poniéndolo al servicio de su idea. Todo con el auxilio de esa izquierda más papista que el papa, PSUC y PSC. Por eso me hace reír amargamente cuando los sesudos analistas hablan de la irrupción de la extrema derecha en el parlamento autonómico refiriéndose a Aliança Catalana. Por cierto, en los mismos términos con los que se refirieron en su día respecto a VOX, antes con Ciudadanos y en el origen de los tiempos con el PP. Recuerden el siniestro Pacte del Tinell en el que trataban a uno de los dos principales partidos españoles poco menos que como fascistas sanguinarios y feroces.

En estas elecciones, la mitad de catalanes no se siente concernida por el destrozo causado por una clase política tan progre y tan catalana

La historia es vieja. Se trata del chivo expiatorio al que culpar de todo lo que salga mal. Porque otra de las pulsiones dictatoriales de esa extrema derecha separatista es la de no hacer jamás autocrítica – en eso se parecen a la zurdería -y decir siempre que es España, Madrid, la Constitución, el lawfare o la madre que nos parió quienes tienen la responsabilidad de cómo vayan las cosas aquí y no ellos, que han gobernado Cataluña desde siempre salvo el tripartito, que era una versión 2.0 del nacionalismo. En estas elecciones, la mitad de catalanes no se siente concernida por el destrozo causado por una clase política tan progre y tan catalana. Se han quedado en casa, seguramente haciendo números, porque el empobrecimiento de las clases medias es tremendo. Y los que sí han acudido a las urnas han vuelto a tropezar con los mismos partidos, los causantes de nuestra ruina y de la de España. Que el socialismo de Sánchez sea quien gane es descorazonador, pero que el fugado de Waterloo sea la segunda fuerza es para ciscarse en el fielato. Da igual si sale un tripartito, un bipartito, un cuatripartito o un circo de tres pistas. El sistema no ha de cambiar. Podemos contentarnos con que cada vez los votan menos, con que baje ERC, con lo que ustedes quieran. Pero el experimento de ingeniería social realizado en Cataluña no ha de moverse un milímetro. El resto, politiquerías. Por eso muchos han dicho aquello de “que inventen ellos” y no ha ido a votar.

Uno piensa que los catalanes no votan con el estómago o con el cerebro, votan con los pies. Puede ser el voto de la rabieta, del de quien un día metió en su disco duro unas siglas y de ahí no se ha movido por no querer actualizarse

Uno piensa que los catalanes no votan con el estómago o con el cerebro, votan con los pies. Puede ser el voto de la rabieta, del de quien un día metió en su disco duro unas siglas y de ahí no se ha movido por no querer actualizarse. Que el separatismo vaya a menos tiene, a juzgar a algunos analistas, ribetes del triunfo de una victoria del Constitucionalismo. Pero no se lo crean. Es pura haraganería, hartazgo tras años y años de manifestaciones para niños de P3 y promesas de repúblicas volátiles y mitificación de mentiras que, a fuerza de repetirlas, han acabado por pasar en el inconsciente colectivo como verdades. Ese es el resumen: unos están hasta lo gladiolos de los separatas y otros de los que defienden la Constitución, más o menos.

Un amigo mío decía que Cataluña era como el gato de Schrödinger, esa paradoja que juega con un gato dentro de una caja del que no sabemos cómo está, si vivo o muerto. Por lo tanto, está vivo en un 50% igual que está muerto también en un 50%. Yo le dije que no le diese más vueltas: está muerto. ¿Cómo lo sabes?, me preguntó. Porque huele a putrefacción, le respondí.

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