Mi amigo Pepe me abronca con cariño cada semana porque, dice, no me reconoce. Me acusa de abrazar la que llama “lamentable moral del poderoso”, esto es, situar la economía por delante de la salud. Y como yo tampoco me reconozco en tal aseveración, es más, en mi último artículo lo que defendía era justamente que sin una economía robusta no habrá sistema de salud eficiente, pues tengo que llegar a la conclusión de que mi amigo Pepe se ha dejado atrapar por ese bucle nefasto de la polarización, en el que solo existe el blanco o el negro y están prohibidos los matices.
Yo valoro mucho el criterio de mi amigo Pepe. Siempre lo he hecho. Me obliga a reflexionar. A combatir eso que con su habitual maestría reflejaba en su chiste dominical de El País el maestro Malagón: “Para qué construir puentes si puedes excavar trincheras”. Lo que pasa es que la izquierda, o para ser más exactos la socialdemocracia, sigue tirando de manual, como si no hubiera pasado nada, como si acabáramos de echar abajo el telón de acero. Y reñida desde hace tiempo con la realidad, la crisis del coronavirus parece haberla desorientado definitivamente, al menos en España. Casi sin darse cuenta, se ha dejado por el camino muchos de sus referentes, ideológicos y personales, abrazando contra toda lógica, y por razones esencialmente tácticas, los de esa otra izquierda retrógrada que sigue anclada en 1917 y que tuerce el gesto o te señala con el dedo a poco que le lleves la contraria.
Si te pones del lado del comerciante aterrorizado ante una posible extensión de la fase 0, alguien habrá que te señale como lacayo del capitalismo salvaje
Es muy decepcionante constatar cómo ha calado una vez más esa terrorífica advertencia del conmigo o contra mí. Si uno discrepa, no ya de la pretensión de ampliar un mes el estado de alarma, sino de los métodos opacos y los argumentos en parte engañosos empleados para justificar tan excepcional medida, resulta que te estás situando junto a los que desprecian la protección de la salud. Si cuestionas decisiones tan discutibles como la cuarentena exigida a los viajeros que podrían iniciar en mayo o junio sus vacaciones en España, o te pones del lado del comerciante aterrorizado ante una posible extensión de la Fase Cero, alguien te señalará como despreciable lacayo del capitalismo más salvaje.
Yo hablo con mucha gente. Escucho y leo a personas cuyas posiciones no comparto, siempre que aporten reflexión y no solo ruido, que es lo que predomina. De ahí que, por ejemplo, y a pesar de estar convencido de que, en cualquier otro país, el equipo de expertos que nos dijo aquello de que el coronavirus era una “simple gripe” probablemente habría sido sustituido de forma fulminante, entienda sin mayor esfuerzo que Fernando Simón y su brigada anti epidemia no lo tenían nada fácil. Es más, creo que a este hombre, cuando veamos todo esto con alguna perspectiva, habrá que darle una medalla, aunque solo sea por haberse aguantado en más de una ocasión el impulso de mandar todo (y a todos) a paseo.
Ideologizar la pandemia
Sin embargo, esta transigencia no me impide señalar, como creo es mi obligación, la interminable cadena de torpezas cometidas por los encargados de gestionar esta crisis y, aún peor, la intolerable opacidad con la que el Gobierno ha actuado sistemáticamente en estos meses mientras su presidente, una y otra vez, alardeaba de una transparencia que no era sino un decorado más de los diseñados por ese grupo de aventureros que desde Moncloa sigue defendiendo el innoble precepto de que la política debe estar al servicio de la comunicación.
El reducido núcleo de personajes que rodea a Pedro Sánchez es el inspirador de esa nefasta estrategia de ideologizar la pandemia para aminorar el impacto social de los errores de gestión; el responsable primero, con la entusiasta colaboración de Vox, de la reactivación del fantasma de las dos Españas -he dicho el primero, Pepe, no el único-, resucitado para desviar la atención de tanto desastre acumulado; y, sobre todo, del más dañino de los efectos futuros de esta crisis, el que de verdad va a hacer realidad el espectro de la dos Españas: la España de los “privilegiados” que lograrán mantener su empleo y esa otra que habrá superado sin mayores complicaciones sanitarias la covid-19 pero que, a la vuelta del estado de alarma, se encontrará con que su puesto de trabajo ha sido devorado, principalmente, por los efectos colaterales de la pandemia, pero también por la mala administración de la misma.
El objetivo de la reactivación, en absoluto espontánea, del fantasma de las dos Españas, no es otro que el de desviar la atención de tanto desastre acumulado
El tiempo dirá en cuál de las dos consecuencias más graves de la crisis, la sanitaria y la que afecta al empleo, es mayor la responsabilidad de los que, por razones políticas -o simplemente como medida de autoprotección-, han alimentado el falso dilema entre salud y economía. Yo, a ese respecto, tengo pocas dudas. Ante la crisis sanitaria se reaccionó tarde, se cometieron errores de bulto y todavía hay aspectos vinculados a la gestión de la misma que evidencian un alto grado de ineficacia. Pero nos enfrentábamos a una emergencia nunca antes experimentada, en la que incluso el tratamiento médico para combatir el virus era objeto de modificaciones radicales en el breve espacio de una semana.
Sublimes idioteces
No soy en cambio tan indulgente ni con la gestión política que se ha hecho en paralelo a la sanitaria, ni con la económica (puntualizo: con la ausencia clamorosa de algo que se pueda calificar, sin que se nos caiga la cara de vergüenza, como gestión económica). Del descaro con el que Sánchez ha intentado sacar provecho político de este drama ya se ha dicho y escrito casi todo. No así del tragicómico sainete por entregas en el que el Gobierno, en materia de regulación de la actividad productiva, ha convertido el BOE. Decretos y órdenes ministeriales contradictorios, la mayor concentración de rectificaciones de la que se tiene conocimiento, medidas absurdas, descoordinación interdepartamental… Eso sin contar con sublimes idioteces que, en paralelo, se iban proponiendo o directamente aprobando (la última de ellas ha sido la de la posible supresión de las Matemáticas como asignatura obligatoria en el bachillerato).
No, querido amigo, reclamar un mejor trato a las empresas (más del 90% son pymes), nada tiene que ver con ninguna conspiración neoliberal para destruir la sanidad pública. Se trata justamente de todo lo contrario: de frenar la destrucción del tejido empresarial y del empleo para poder pagar, entre otros servicios esenciales, una red sanitaria de calidad. Desgraciadamente, este Gobierno, al plantear como prioridad la protección a corto del empleo sin atender a otras razones (de medio y largo plazo) que no fueran las exclusivamente políticas, lo que va a favorecer es justo lo contrario, una mayor destrucción del tejido empresarial de la esperada, y despidos aún más masivos en el minuto siguiente a que se pliegue el paraguas protector de los ERTE. Todo, como se ve, muy socialdemócrata; muy progresista.
Arrimadas (postdata)
Albert Rivera hizo crecer Ciudadanos alrededor de una idea-fuerza: que los nacionalistas no fueran determinantes ni en el Parlamento ni en la gobernación del país. En abril de 2019 parecía que había conseguido su propósito: 57 escaños, que junto a los 123 del PSOE eran más que suficientes para conformar un gobierno sólido y duradero. Pero ni él ni Pedro Sánchez hicieron el menor esfuerzo para llegar a un acuerdo, y esa expectativa, que llegó a ilusionar a millones de españoles, se frustró. Bloqueo político y de nuevo a elecciones. Noviembre de 2019: diez escaños. Dimisión obligada de Rivera. Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos con el independentismo como socio imprescindible para sacar adelante cualquier iniciativa de envergadura.
Inés Arrimadas, que se había echado a la espalda un partido diezmado, ve una oportunidad y la aprovecha. Demuestra que se puede prescindir de los nacionalistas radicales y deja en evidencia a Sánchez. Ciudadanos hace por fin lo que prometió. Una, dos veces. No es demasiado, pero es algo. Lo suficiente para demostrar que Cs puede ser un instrumento de utilidad pública. Pero no. La vieja guardia no está de acuerdo. Los que llevaron al partido al fondo del pozo se revuelven levantiscos: fraude, vergüenza ajena, traidora… Aún no lo saben, pero sus improperios, por desproporcionados, a quien desacreditan es a sus autores. Y colocan a Ciudadanos en el lugar preciso. En el espacio del que nunca debió alejarse. Quizá sea demasiado tarde, pero la obligación de Arrimadas es volver a intentarlo.