Engañabobos y charlatanes ha habido siempre. En mi tiempo, Roma era una olla sin fondo en la que cabían todos los dioses que la gente se inventase o fuese trayendo de sus viajes. Hasta que aparecieron aquellos judíos quisquillosos y medio locos que decían que el suyo era el único dios verdadero (luego se apropiaron de la idea los cristianos), las distintas religiones mantenían entre sí lo que hoy llamaríamos una sana competencia comercial: todas trataban de atrapar clientes, lo mismo que los restaurantes de las zonas turísticas, pero a nadie se le ocurría decir que el dios del vecino era falso.
Eso habría sido malo para el negocio porque, si lograbas convencer al transeúnte de que Astarté, por ejemplo, era una invención (eso en el caso de que al transeúnte le interesase el problema), lo más probable sería que te pidiese que le demostrases que el dios que tú tratabas de venderle sí era de verdad, lo cual era ciertamente complicado. Así que durante cientos de años se mantuvo una especie de bondadoso acuerdo general: se consideraba que todos los dioses eran igualmente verdaderos e igualmente falsos, y muchos eran duplicados de dioses con otros nombres (algo que molestaba muchísimo a los griegos). Como la ciencia estaba casi en pañales, había dioses prácticamente para todo; y los adivinos, augures, nigromantes y toda clase de charlatanes, muy numerosos, eran tomados nada más que relativamente en serio, porque los había en tal cantidad que siempre encontrabas a uno que te dijese lo que tú querías oír.
Eso ha cambiado poco… salvo en que, contra todo pronóstico, los progresos científicos no han acabado en absoluto con los farsantes pseudorreligiosos. Todo lo contrario. La gente, hoy, sabe más cosas pero no es menos ignorante que hace dos mil años, y sigue necesitando que le cuenten cuentos para creer en algo, que así se duerme mejor. Yo veo en eso una señal de la decadencia del monoteísmo, al menos en la aburrida Europa, pero pasa en todas partes.
Pregunto muy respetuosamente si cree de verdad que el sexo provoca cáncer y que el ateísmo es la causa de la tuberculosis
Acabo de tener un rifirrafe por internet con un tipo sencillamente fascinante. Dice apellidarse Manzueta, parece ser arquitecto, vive en la República Dominicana y, desde detrás de sus enormes gafas oscuras, imparte una ensalada doctrinal, esotérico-festiva, hecha a partes desiguales de cristianismo apolillado, extremismo derechista, embriagadores aromas hindúes, filósofos rancios del siglo XIX y una ortografía sencillamente espantosa. Escribe, como es natural, en un montón de sitios y parece tener un buen rebaño de seguidores.
Asegura Manzueta, después de dar una definición absolutamente peculiar de lo que es el karma, que las enfermedades que padece la gente son consecuencia de sus comportamientos y actitudes. Y entra en detalles:
Las deformidades en la columna vertebral son causadas por el odio. El paludismo o malaria no es consecuencia de los parásitos del género Plasmodium, como ustedes venían creyendo hasta ahora equivocadamente, sino que procede del egoísmo. Las patologías cardiovasculares no proceden del tabaco ni del colesterol (hombre, menos mal) sino de la mentira, y lo demuestra Manzueta de forma inobjetable: “¡Cuántos actores han muerto a temprana edad por fortalecer el yo de la mentira en sus actuaciones!” La práctica del sexo, que este señor llama “fornicación”, es sencillamente letal, porque genera cáncer, ciática y difteria, no explica Manzueta exactamente en qué orden; pero como ligues te juegas la vida por tres frentes distintos, vamos. Convendrán ustedes que es asombroso que el género humano haya conseguido sobrevivir hasta hoy siendo, como es, tan poco frecuente la reproducción de nuestra especie por esporas o por partenogénesis.
Cito textualmente (corrijo la ortografía): “La tuberculosis y el raquitismo son originados por el ateísmo y el materialismo [también el alzheimer, añade más abajo]; la poliomielitis, la ceguera de nacimiento y la deformación en general de huesos son por haber sido cruel con los animales y con las personas en vidas pasadas: por ejemplo cazadores, toreros y domadores de circo”. Añade que la viruela en la juventud tiene por origen el no saber perdonar. Como la viruela está extinguida, cabe suponer que este mundo, según Manzueta, es pura bondad y armonía.
La gente, hoy, sabe más cosas, pero no es menos ignorante que hace dos mil años, y sigue necesitando que le cuenten cuentos para creer en algo
Pero no lo es. Después de leer semejante maravilla, que llega a los cuatro folios y medio en Helvética del cuerpo 10’5, escribo a este pozo de sabiduría y le pregunto, muy respetuosamente, si cree de verdad que el sexo provoca cáncer y que el ateísmo es la causa de la tuberculosis. Que si lo dice en serio o si es una broma muy larga.
Pues me cae una tormenta de improperios que ríanse ustedes de los curas de mi infancia. Me llama de todo, pero de todo; aunque el epíteto que con más saña me lanza es el de “escéptico”, y se ríe de mí por creerme las patrañas de la ciencia en vez de las verdades augustas que, según él, se encuentran en ciertos libros de Paracelso y en el maestro Samael, que es un demonio que había, por lo visto, antes de la aparición de los virus, bacterias y otros microorganismos. Se enfada tanto el docto Manzueta que no me atrevo a decirle que se está jugando una osteoporosis o una osteomielitis, por ser tan cruel conmigo. Discutimos un poco (yo un párrafo, él tres folios) y al final le llamo lo que es: un farsante engañabobos.
No hay forma de librarse de esa peste. Cuando el gran Christopher Hitchens, defensor del librepensamiento y fustigador incansable de meapilas, murió de cáncer de garganta, todos los manzuetas del mundo (sobre todo los creacionistas norteamericanos) clamaron que lo había matado Dios enviándole un tumor al sitio por donde más le había ofendido Hitchens, que era, según ellos, la voz. Y mucha gente ignorante, incauta y desde luego malvada, les creyó. Dios quedaba así como un gánster vengativo, pero eso les daba igual. Manzueta tampoco se sentiría responsable si alguien, convencido por él, se negase a llevar a su hijo al hospital y le dijese que para curarse la tuberculosis lo que tenía que hacer era convertirse y rezar mucho.
Esa es la gran suerte de los farsantes: que nunca les faltará un rebaño de ovejas a las que esquilar/esquilmar con sus patrañas. Lo bueno es que esas ovejas nunca padecerán esclerosis múltiple, que es (dice Manzueta) consecuencia del mal uso del intelecto. Porque para usarlo mal, primero hay que usarlo.