Opinión

Franco y nuestra desmemoria

Celebrar su muerte y no invitar a quien democratizó España, Juan Carlos I, es como conmemorar la llegada a la Luna y no invitar al astronauta Neil Amstrong

  • Miles de personas hacen cola en la capilla ardiente de Franco (1975)

Francisco Franco era un anciano de 83 años que apenas podía tenerse en pie cuando murió a causa una tromboflebitis en una cama del madrileño hospital La Pazel 20 de noviembre de 1975. Durante los días posteriores se abriría un tiempo de incertidumbre dominado por el miedo a un nuevo enfrentamiento entre la mitad del país que había ganado la guerra Civil 40 años antes -es un decir, las guerras civiles no se ganan- y aquella España republicana vencida en 1939 cuyos supervivientes, hijos y nietos, demostraron con el paso del tiempo suma dignidad para no volver a las andadas.

Ahí están en los archivos de TVE, para demostrar lo que digo, las primeras imágenes de la TV en color mostrando a decenas de miles de ciudadanos -el escritor Manuel Vázquez Montalbán lo llamaba franquismo sociológico- aguantando en pie horas y horas de colas en la Plaza de Oriente. Mostraban su lamento sincero, a veces desgarrador, al llegar ante el catafalco de su caudillo instalado en el Palacio Real, el mismo, por cierto, que serviría días más tarde para proclamar jefe del Estado a quien él había designado heredero "a título de Rey", Juan Carlos I, nieto de aquel Alfonso XIII que salió tarifando rumbo al exilio en 1931 tras la proclamación de la II República; porque de eso va el trágala infinito que ha sido nuestra historia de los últimos dos siglos.

No, ni España estaba en 1975 En Libertad, como reza el lema gubernamental, ni Franco se suicidó en un búnker del Palacio de El Pardo, como sí hiciera en la cancillería de Berlín su aliado Adolf Hitler con Eva Braun, al final de la II Guerra Mundial (1945); tampoco su cadáver fue colgado boca abajo con el de Carmen Polo por los maquis -la guerrilla posterior a la guerra- en medio de la algarabía popular, como sí lo fueron los del Duce fascista italiano Benito Mussolini y Clara Petacci en Milán aquel mismo año.

Por no haber, en España no hubo siquiera levantamiento de los militares a los sones de ese Grandola Vila Morena emitido por los transistores portugueses que supondría la señal para que las fuerzas al mando del coronel Otero Saraiva de Carvalho derrocaran al dictador luso, Salazar, en la Revolución de los claveles que nunca tuvimos pese a la deformación histórica que ahora se pretende inaugurar. Creánme, fue todo mucho más prosaico y administrativista, como de parte de defunción de madrugada a todo un país en vilo en aquella inmensa sala de espera de hospital en que convertimos nuestros televisores, la inmensa mayoría en blanco y negro.

La victoria del Pueblo Español no tiene nada que ver con la muerte de Franco y sí con el hecho de que un Rey absoluto -eso era el hoy Emérito el 20 de noviembre de 1975- reunió valor suficiente para 'suicidar' la dictadura que le había aupado y, de la mano de su consejero Torcuato Fernández Miranda y de un joven 'camisa vieja' falangista, Adolfo Suárez, afrontar una Transición, celebrar unas primeras elecciones libres (1977) y alumbrar una Constitución (1978) que ha traído el medio siglo más próspero de nuestra historia.

Una solución portuguesa habría sido sencillamente imposible dentro de un Ejército vencedor de la más cruenta contienda entre hermanos que se recuerda en suelo europeo: Medio millón de muertos, el doble de heridos, cientos de miles exiliados y un territorio asolado al final por la miseria, el hambre y la destrucción, sobre el que Franco aplicó sin piedad lo que antiguamente se llamaba el Código Penal del Enemigo... el paredón de fusilamiento. La única oposición en las Fuerzas Armadas Españolas de 1975 la constituían aquellos uniformados locos de la Unión Militar Democrática (UMD), cuatro y el del tambor, que por reclamar la vuelta de la democracia se jugaron la carrera y la cárcel.

Por eso, la victoria del Pueblo Español no tiene nada que ver con Franco y su tranquilo deceso hospitalario; tiene que ver con el milagro de un Rey absoluto -lo que era el hoy Emérito en la misma noche del 20 de noviembre de 1975- que le echó valor suficiente como para suicidar a la dictadura que le había aupado y que seguía vivita y coleando en los cuarteles y en aquellas Cortes franquistas de traje y corbata y pelo engominado, cuando no uniformes y correajes. De la mano de su consejero Torcuato Fernández Miranda y de un joven camisa vieja falangista, Adolfo Suárez, el hoy Emérito desterrado en Abu Dhabi inició la aventura de una Transición amenazada por las armas (de los militares y de ETA y los GRAPO), legalizar todos los partidos para unas primeras elecciones generales libres (1977) y alumbrar una Constitución (1978) que ha traído el medio siglo más próspero de nuestra historia.

No seamos hipócritas 

Esto es lo que cabe celebrar con cien actos institucionales o con quinientos, no la muerte de nadie, que suena hasta distópico; con la presencia del Rey Felipe VI, por supuesto, pero también la de Juan Carlos I y la de esa media España que no se siente representada en esta especie de macabra celebración de un pasado que no volverá; porque, no nos engañemos, festejar el regreso de la democracia -se supone que ese y no otro es el hito- y no invitar por parte del Gobierno al gran hacedor de lo sucedido, Juan Carlos I, o lavarse las manos o dejar que lo invite su hijo, es como si Estados Unidos conmemorara la llegada a la Luna y no invitara al primer astronauta que la pisó, Neil Amstrong... Sencillamente ridículo.

Ya, ya sé que la memoria reciente sobre sus andanzas personales y económicas, sobre esa fortuna mal adquirida y peor explicada, sobre esas amistades de las Mil y unas noches -igual que las de muchas otras casas reales europeas, por cierto-, lo dificulta. Pero, si nos estamos planteando como Pueblo un ejercicio de memoria histórica sincera, reparadora y no electoralista, resulta obligada su presencia destacada en alguno de esos cien fastos; es lo mínimo que nos debemos exigir como sociedad sana, no hiócrita. Y con el Gobierno al frente de la iniciativa, por muy de izquierdas y republicano que se reclame este PSOE de Pedro Sánchez.

El dictador no fue derrotado hace cincuenta años por ningún pueblo español como este Gobierno pretende hacernos creer medio siglo después, so pretexto de dotar a España de una Memoria Histórica que no tiene y, me temo, van a tener que pasar muchos más años para tenerla debido a los errores de hoy; ese Pueblo Español no existía en 1975 tal cual, lo hemos ido formateando desde entonces hasta hoy después de decenas de procesos electorales en Libertad.

A excepción de ETA y de algún grupúsculo armado de extrema izquierda, después de que el PCE -verdadera oposición, porque el PSOE era testimonial fuera y en el interior- de Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo tornara en 1956 la sabia decisión de sustituir la armas por una denominada política de "reconciliación nacional", rompiendo con el maquis, nadie en aquella España de los años 70, mucho más alfabetizada y más rica que la de cuarenta años antes, practicaba ya eso que se llamó lucha armada. El antifranquismo todo él, monárquicos, liberales, socialistas y comunistas, prefirió esperar al "hecho biológico" e histórico que acabaría precipitando una simple tromboflebitis... Sic transit gloria mundi.

Así que no les cuenten milongas: el dictador no fue derrotado hace cincuenta años por ningún Pueblo español como este Gobierno de coalición de izquierdas, el primero desde la II República, pretende hacernos creer medio siglo después so pretexto de dotar a España de una Memoria Histórica compartida que no tiene y, me temo, no va a tener en muchos años debido a los errores políticos del hoy; ese Pueblo Español lo hemos ido formateando desde entonces hasta hoy después de decenas y decenas de procesos electorales en Libertad, y de crisis económicas salvadas sin recurrir al enfrentamiento al que parecemos abocados como si de un mal bíblico se tratara.

Antifranquismo a destiempo

El Pueblo Español, entendido como el demos soberano, renació en nuestro país a partir de 1978, cuando aprobamos en referéndum por mayoría apoteósica (91,81%) la Carta Magna que incluye de forma implícita, por parte del hoy Rey Emérito desterrado en Abu Dhabi, la renuncia a ese poder absoluto heredado de Franco en virtud de los Principios Fundacionales del Movimiento Nacional que rigieron el Estado Español a partir del fin de la guerra.

Sí, estimado lector menor de 55 años, hubo un tiempo, corto, de apenas cuatro años, en que el hoy Rey emérito fue Rey absoluto de España Por la Gracia De Dios, como Luis XIV en Francia o su antepasado Borbón Fernando VII, de infausto recuerdo; y solo su renuncia a ese poder absoluto, la consiguiente disolución de las Cortes franquistas y la legalización de todos los partidos, devolvió a España esta democracia tan imperfecta como insustituible.

Esta es la verdad sin edulcorante histórico al que tan aficionado es éste antifranquismo retrospectivo e hiperventilado a destiempo que invade cierga izquierda española empeñada en una clara estrategia polarizadora contra quien no piensa igual. Dicha tal verdad, eso sí, con el máximo respeto hacia esos nietos y bisnietos de republicanos que siguen sacando sus cadáveres de las cunetas, hoy ya, afortunadamente, amparados por un Estado que los había olvidado intencionadamente para no remover nuestro atroz pasado reciente.

P.D: Lo asegura, de corazón y sin resentimiento alguno, este nieto de un estibador del puerto de Santander, Timoteo Sanz, que, por simple simpatizante de Uníos Hermanos Proletarios (UHP), fue detenido por el franquismo triunfante y permaneció varios meses encarcelado en la Plaza de Toros de Bilbao (1939) aunque luego pudo rehacer su vida.

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