Opinión

Los Hernández y Fernández del separatismo

Quim Torra ha dado su primera rueda de prensa en Berlín al lado del fugadísimo Carles Puigdemont. ¿Y que han dicho? Pues lo mismo que aquellos inefables detectives de los

  • Carles Puigdemont y Joaquim Torra

Quim Torra ha dado su primera rueda de prensa en Berlín al lado del fugadísimo Carles Puigdemont. ¿Y que han dicho? Pues lo mismo que aquellos inefables detectives de los cómics de Tintín: “Yo pediría diálogo, Hernández”, “Ah, pues yo diría más, Fernández, pediría diálogo”. Y así todo.

¿En qué quedamos, hacemos república o pactamos con Rajoy?

La mejor prueba de la esquizofrenia política del separatismo – bueno, y del rostro de cemento armado que se gastan – es la súplica del President Torra al ejecutivo de Rajoy: el hombre que consideraba a los españoles poco menos que basura, ahora se muestra partidario del diálogo, del consenso, del pacto con esa misma España que dice denostar. Sería de sainete si no fuese porque detrás de toda esta gesticulación, de ese histrionismo calculado, subyace el terrible problema que padece Cataluña – y España – actualmente. La investidura de Torra solo ha hecho que aumentar la inquietud entre los sectores financieros catalanes, y ya no digamos entre aquellos que, pudiendo invertir en esta tierra, prefieren hacerlo en otro lugar donde el número de orates sea constatable en un censo, a ser posible con domicilio en una institución psiquiátrica, y no en un despacho oficial.

Poca estabilidad puede presumírsele a Torra cuando hace un discurso incendiario en sede parlamentaria asegurando que está por la república independentista, por volver a activar las leyes rechazadas por el constitucional, por investir a Puigdemont y por volver a las asonadas de hace unos meses. De ahí que resulte algo chusco que pida desde Berlín a Rajoy que fije día y hora para reunirse. No menos hilarante resulta que uno de los “objetivos” de Torra sea finalizar la aplicación del 155, como si eso fuese algo tan difícil de conseguir como encontrar una cura para la alopecia galopante, y créanme, sé de lo que hablo. Torra sabe perfectamente que, con la ley en la mano, el 155 desaparecerá en cuanto se haya formado gobierno y que si no sea levantado hasta ahora ha sido por la incapacidad manifiesta de los separatistas a la hora de plantarle cara a Puigdemont y exigirle que se dejase de chorradas proponiéndose a él, a Jordi Sánchez o a Jordi Turull, todos con cuentas pendientes con la justicia.

Otra cosa es que el control por parte del Estado respecto a las finanzas de la Generalitat siga activo. Ah, amigo, ahí si que les duele a estos líderes revolucionarios de talonario en ristre y subvención para los amiguetes. Porque lo que pretende Torra es enviarle un suculento viático a su compi yogui Vicent Sanchís de TV3 y a sus no menos coleguis de las entidades separatistas. El día que se elabore un estadillo acerca de todos los que viven del cuento procesista de un modo u otro nos vamos a reír mucho.

Hernández y Fernández han coincidido en todo: Europa debe implicarse, es un proceso constituyente

Todo esto se produce, como no podía ser de otra manera, en la más hermosa de las armonías entre el del flequillo y el DE los adjetivos xenófobos y ojo, que no lo digo yo, lo dice la Unión Europea, esa que Romeva aseguraba que nos miraba y que lo hace, efectivamente, pero sintiendo vergüenza ajena al observar a Torra y a Puigdemont. Estos dos se realimentan el uno al otro en un bucle que no parece tener fin, en especial en todo aquello que se refiere a la “restitución” de Puigdemont, como si de un rey derrocado se tratase. Veo al actual President de la Generalitat enarbolando cualquier día el estandarte de los Capeto, vindicndo la figura del rey exiliado, del pobre monarca bondadoso, víctima de una conjura palaciega. Por ahondar en la cosa literaria de Torra, lo imagino como todo un Rassendyll salvando a su primo y, de paso, la corona de Zenda de las garras de su hermano Miguel y del no menos siniestro Rupert de Hentzau. Pero, como servidor no es Anthony Hope ni Quim Torra Stewart Granger, prosigamos con la bella e idílica reunión del saliente y del entrante.

Bla bla bla

Lo dicho, los Hernández y Fernández separatistas ha coincidido en todo: que si Europa debe implicarse en el lío que estos caballeretes han organizado, que si vivimos en pleno proceso constituyente – entonces, ¿a qué pactar con Rajoy? -, que si hay que redactar una constitución catalana - ¿otra? ¿cuántas llevan escritas, aparte de la del juez Santi Vidal? -, en fin, el viejo repertorio de greatest hits que tanto gustan de repetir, acaso por su incapacidad para aprender nuevas melodías. Que las antiguas todavía surten efecto entre sus admiradores es evidente, que a la mayoría nos suenan a disco rayado, también.

La verdad es que esta charlotada sería impensable en cualquier otro país que no fuera el nuestro. Ruedas de prensa en Berlín con un prófugo de la justicia española -además de cobarde, con sus más directos colaboradores en la cárcel, mientras él vive como un señorito en el extranjero-, viajecitos pagados por todos nosotros, declaraciones hueras que no llevan a ninguna parte, la leche, vamos. Por cierto, tanto insistir con la cosa telemática para la investidura de Cocomocho y ahora ¿tiene que desplazarse Torra en lugar de hablar via Skype? Nos ha jodido la tecnología separata.

Sinceramente, que los argumentos de ambos coincidan no me causa ninguna extrañeza. Hace tiempo que el separatismo ha adoptado veinte frases fuerza y las repiten constantemente, adaptándolas más o menos al momento, pero girando siempre alrededor de los conceptos gastados que ya empleaba en su día Pujol padre. Todas se resumen en un solo concepto: España es mala, vaga, fascista y ladrona, mientras que Cataluña es buena, trabajadora, democrática y generosa. Eso en mi pueblo se llama racismo, pero vaya usted a decírselo a cualquiera de los que llevan un lacito amarillo en la solapa y verá la que le cae encima, porque el fascista opresor, expoliador y machirulo será usted y solo usted, que hasta ahí podríamos llegar.

Tengo por cierto que Torra arrojará a la papelera a Puigdemont cuando ya no le sirva

También en eso los dos tenores berlineses están de acuerdo. Todo lo malo proviene de España, mientras que todo lo bueno nace, crece y se reproduce en esta bendita tierra catalana, modelo de laboriosidad, parafraseando al NO-DO. Total, que el viaje a Berlín solo ha servido para una fotito, unas cuantas consignas sobadas, y, eso es lo substancial, tener contento a Puigdemont y que se crea que cuentan con su persona. Hay que ser bobo. Tengo por cierto que Torra lo está utilizando como un detente bala cualquiera y que lo arrojará a la papelera cuando ya no le sirva, que no será a mucho tardar.

Torra ha empezado a desarrollar una cierta aproximación a las izquierdas catalanas, que, digámoslo de paso, son más tontas que el que asó la manteca, dorándoles la píldora con alusiones a que él desea también la república para España o que asume su cargo con espíritu de fraternidad hacia todos los pueblos que la integran. Puro zapaterismo, señores. Ahí si que difieren Hernández y Fernández, y mucho. Torra pretende conseguir sus propósitos separatistas con la anuencia de socialistas y podemitas, porque sabe que las CUP dan miedo – y con razón – a los electores de centro izquierda catalanes, acostumbrados al PSC o a Iniciativa. De ahí su estrategia a medio plazo de intentar ganarse a esas izquierdas pálidas con, ya lo verán, proclamas sociales, demagogias baratas y propuestas imposibles de llevarse a cabo como la renta mínima garantizada por el simple hecho de que la Generalitat está en bancarrota financiera.

Cuando esto empiece a suceder, es decir, cuando los rojos de salón vayan dando su apoyo a tal o a cuál medida de Torra, verán como se acabarán los Hernández y Fernández. Quedará solito el de Bruselas cual capitán Haddock, bramando aquellos adorables insultos como bachibuzucs, marineros de agua dulce, cornucopias o mamelucos, todos dirigidos hacia Torra. Este los conoce muy bien, porque editó en su día en A Contravent un libro delicioso que recogía en catalán cerca de ochocientos insultos del buen capitán, nacidos de Joaquim Ventalló, el traductor de Tintín a la lengua de Pla. Llamp de llamp de rellamp de contra-rellamp, se titula.

Y es que, por ser, Torra es también tintinófilo. Este hombre lo tenía todo par ser un magnífico intelectual y ha preferido quedarse en ser un pésimo político. O témpora, o mores.

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