Opinión

Los fantasmas del Palau

Ahora sí que pueden decir los independentistas catalanes que lo suyo es como Escocia. Es sabido que en aquellos lugares existen muchos castillos habitados por espectros, fantasmas y apariciones sobrenaturales

  • Fachada de la sede de la Generalitat de Cataluña en la plaza de Sant Jaume

Ahora sí que pueden decir los independentistas catalanes que lo suyo es como Escocia. Es sabido que en aquellos lugares existen muchos castillos habitados por espectros, fantasmas y apariciones sobrenaturales de todo tipo. Pues bien, desde este sábado, el Palau de la Generalitat ya dispone de sus propios fantasmas. Inquietante.

Un expresident fantasma

El expresident de la Generalitat Carles Puigdemont debería convertirse en sujeto de estudio para todo tipo de ocultistas, parapsicólogos y amantes del misterio. Con el mensaje que emitió este pasado sábado la siempre solícita TV3 – allí aún es tratado de president, a lo mejor por un curioso bucle espacio temporal digno del Doctor Who – se ha situado en primera línea de lo outrè, lo místico, lo milagroso. Sabe el cesado Puigdemont que ya no es president, pero no se da por aludido. Y miren que es difícil en un país dado como pocos a sentirse interpelado a la más mínima. Si usted va por la calle y grita, un suponer, “hijo de puta”, todos se volverán. Somos los campeones de la réplica por alusiones, basta comprobar las actas parlamentarias para comprobarlo.

Pues bien, el cesado dice que no, que a él solo lo cesa el Parlament de Catalunya, y que, como repetía aquel cómico llamado Jose Rígoli, “yo, sigo”. ¿Empecinamiento, obstrucción a la ley, falta de hierro y vitaminas? Es mucho peor. El tal Puigdemont se cree un ser intangible, celestial, ajeno a este mundo y a sus normas. Estamos, pues, ante un caso paranormal a todas luces.

No se explica de otro modo que, mientras llamaba a la resistencia, “pacífica”, eso sí, a los suyos en un mensaje grabado - ¿el día anterior en Girona, por aquello de que los jueces lo empuren más de lo que ya está? –  y emitido por televisión, se viera al mismísimo Puigdemont tomándose unos vinitos y comiendo tan tranquilo en un restaurante de Girona. ¿Es un caso de bilocación? ¿Estamos ante una transmutación de la materia? ¿Qué será lo próximo, caminar por encima de las aguas del lago de Banyoles?

Habrá que dejar que tales cosas las diluciden expertos como Iker Jiménez. Nosotros, pobres cronistas, nos limitamos a dar fe del caso único y tremendo que vivimos en Cataluña. Tenemos a un expresident que no reconoce serlo y a todo un Govern que piensa seguir como si nada hubiese pasado. No han entendido aún que todo lo que han hecho ha quedado pulverizado por la lógica de la democracia y de la ley, las mismas que los han relegado a espectros de un sueño loco en el que la razón, ausente, ha dado paso a monstruos grotescos.

Son puros fantasmas, igual que fantasmal ha sido su república, que duró tres minutos la primera y cinco horas la segunda. Unos fantasmas que se resisten a abandonar despachos y moqueta oficial y, claro, sus emolumentos astronómicos. Fantasmas, al fin, que se ven autorizados por mandato de las potencias superiores a arrogarse la opinión y el destino de todo un país. Los fantasmas tienen esa peculiaridad, se aferran a este mundo al no saber encontrar el camino hacia el otro. Ya lo decía el famoso padre del espiritismo, Allan Kardec, en su oración a los ectoplasmas, reconoceos, hermanos, mirad vuestros cuerpos, que ya no poseéis.

Urge, pues, convocar una sesión de ouija en Palau, llamar al padre Karras o formar un círculo mágico con Pilar Rahola ed altri - quizás los comensales de aquella famosa paellita de Cadaqués - para dar paz a esos convulsos espíritus errantes. De hecho, la misma esposa del cesado Puigdemont podría intervenir, pues dicen que sabe de estas materias.

Fantasmas de otro tipo

Dentro de la casuística paranormal que vivimos estos días en Cataluña, no todos los fantasmas pueden catalogarse dentro por igual. Es el caso del Delegado de la Generalitat en Madrid, una especie de embajador plenipotenciario que, hasta el inicio del proceso secesionista, no tenía por misión más que dar algún premio, una conferencia o dos al año y hacer de chambelán a Jordi Pujol cuando se dignaba abandonar su cortijo catalán y visitar la capital del Reino. A veces, recordémoslo, para recoger premios como el “Español del año”, que le otorgó nada menos que el rotativo ABC.

No obstante, la cosa procesista acabó con tan inocentes ocupaciones y la canonjía plácida que fue durante décadas se volvió algo importante a ojos del separatismo catalán. Ahí fue a recalar el ínclito Ferran Mascarell, también cesado por el 155. Mascarell fue socialista durante muchos años, ocupando el cargo de todopoderoso concejal de cultura en el ayuntamiento de Barcelona. Mandaba mucho, créanme. Iba, además, de intelectual orgánico. Mascarell es, en honor a la verdad, una persona culta, erudita y leída, muy leída. Abrigaba esperanzas de ser el candidato del PSC a la alcaldía, sucediendo en el puesto al nefasto Jordi Hereu, el peor alcalde que ha tenido Barcelona hasta Ada Colau.

Como sea que el partido no lo veía con buenos ojos ni se fiaba un pelo de él, Mascarell aceptó el caramelo que le ofreció Artur Mas, dándole la Conselleria de Cultura. Ahí sentó sus reales hasta que, devorado por ese mismo proceso, se lo envió a las pérfidas tierras madrileñas para que dejase bien alto el pabellón secesionista.

Mascarell, el ahora cesado Mascarell, se ha convertido en un tipo de fantasma recalcitrante, inasequible al desaliento, vamos, lo que se conoce vulgarmente como ser más pesado que una vaca en brazos. Dice que piensa litigar porque su cese es anti constitucional. Anticonstitucional, vaya, vaya. Aduce que él no ha firmado nada, que es inocente cual paloma torcaz y que no hay derecho a que lo cesen como si de un vulgar subsecretario de abastos se tratase. Será un ectoplasma difícil de hacer desaparecer en el limbo. Tantos años acomodado en cargos públicos crean un lazo invisible entre cesado y sillón oficial y, o muy potente es el conjuro que lo expulsa, o puede reaparecer en cualquier momento citando a uno de esos autores plúmbeos que tanto le gusta leer y que provocan espanto y terror en quienes lo padecen.

Está claro que Mariano Rajoy debería echar mano de su procedencia gallega y traerse a Cataluña a un par de buenas meigas que reciten un conxuro como Dios manda, al amparo de la fabulosa queimada hecha con aguardiente de pueblo, preferiblemente de la zona de Mourisca. Hágalo, presidente, y deje a las meigas que lidien con todo este teatrillo de fantasmas y aparecidos, abandonemos a la suerte de la nada a toda esa caterva de aprendices de brujo, desterrándolos a la dimensión de lo irreal, lo increíble, lo falto de cuerpo y de sustancia.

Porque a eso han quedado reducidos tantos discursos que no resistían el menos análisis lógico y tanta visceral patología. Humo, espejos, sábanas raídas, ruido de cadenas – y qué cadenas, señores -, en fin, el tren de la bruja en su encarnación autonómica.

Mientras tanto, en los medios públicos de la Generalitat siguen bajo el hechizo procesista. No dan cuenta tampoco que las nieblas de la brujería emanadas del caldero separatista se han disipado. Aún se mantienen en sus trece y, mucho nos tememos que así no va a ser posible una campaña electoral imparcial y mínimamente decente. Pero eso será tema para otro día.

De momento, está confirmada la existencia de todos esos fantasmas, lo que no es poco decir. Y si alguien pudiera reprochar al articulista el tono jocoso de este artículo, le ruego que me disculpe. A veces no nos queda más que el refugio de la ironía para poder ir tirando.

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