El capítulo dedicado a Miguel Ángel Blanco de la serie ETA, el final del silencio, de Jon Sistiaga (Movistar +), consiste en la proyección, ante un grupo de estudiantes de 4º de Derecho (asignatura: Justicia Restaurativa) de la Universidad Francisco de Vitoria, de un documental sobre las horas que precedieron al asesinato del joven concejal del PP.
En una pieza donde apenas hay escenas que no sean estremecedoras, ninguna puede compararse a la que sigue a la pregunta que el conductor de la sesión, Iñaki García Arrizabalaga, hijo de Juan Manuel García Cordero, asesinado por ETA en 1980, formula a los 25-30 jóvenes a quienes presenta la pieza. “¿Sabéis quién era Miguel Ángel Blanco?”. Tan sólo a dos de ellos les suena el personaje. “Alguien al que secuestraron durante muchísimo tiempo”, responde una de las alumnas. “Un político al que tenían secuestrado y no se sabía lo que iba a pasar con él, yo estaba esos días en la playa”, evoca el más mayor de los alumnos (28 años).
El atentado más mortífero de ETA
En la siguiente interpelación de Arrizabalaga el recelo es ya palmario: “¿Cuántos no tenéis ni idea de lo que sucedió en Hipercor? ¿Alguien sabe lo que pasó en Hipercor?”. Silencio, nunca mejor dicho, sepulcral. Al fondo, un muchacho contesta de forma más bien trémula: “Pusieron un coche bomba que mató a mucha gente, como a 60 o así”. [Qué diligencia moral, en este punto, la de Arrizabalaga, que no incurre en indulgencias a lo “no fueron tantas” y precisa, fríamente, que se trató del atentado más mortífero de la historia de ETA, con 21 muertos].
Hoy, al ver la pieza por segunda vez, me ha llamado la atención el hecho de que esos futuros abogados eludieran el sujeto de la oración. “Secuestraron”, “pusieron una bomba”… No pretendo suugerir que ignoren la existencia de ETA (¡aunque, visto lo visto, tampoco pondría la mano en el fuego!), pero sí que esa impersonalidad, y aun el aire de neutralidad, cuasi de indolencia, que impregna sus discursos, constituye, antes que un sobreentendido, el reflejo de un cierto desleimiento.
O lo que es lo mismo: la encarnación en el lenguaje de un principio de amnesia que acaso tenga que ver con lo que denominamos “blanqueamiento”, y que también comprende la superficialidad (en el mejor de los casos) con que se aborda el tema de ETA en el currículo escolar. Ello, en el contexto de un plan educativo en el que no faltan asignaturas supuestamente propicias para introducir cuestiones como la que nos ocupa: Educación para la ciudadanía y los derechos humanos, Religión o valores éticos, Educación ético-cívica, Retos para el mundo actual... Cajones de sastre que, dada la omisión de Miguel Ángel Blanco, no son, no pueden ser sino una burda coartada para diseminar la desmemoria. Selectivamente.