Opinión

No lo llames fachosfera, llámalo resistencia

Parece que, desde su ejército de asesores, alguien ha convencido a Pedro Sánchez

  • El filósofo George Steiner

Parece que, desde su ejército de asesores, alguien ha convencido a Pedro Sánchez de que George Steiner tenía razón cuando afirmaba que lo que no se nombra, no existe. Quizá de ahí la imperiosa necesidad de tirar de neologismo y acuñar lo de la fachosfera, para recluir en un mismo espacio a todos aquellos que no nos movemos en traslación alrededor del rey sol.

Da igual hombres que mujeres; mayores que jóvenes; jueces que periodistas; agricultores que directivos del Ibex; votantes de derechas que votantes de izquierda. En la fachosfera de Sánchez cabemos todos los que compartimos la escarapela que nos distingue como disidentes ante quien, a cambio de comprometer sobre el papel un edén de bienestar y progreso, exige no cuestionar jamás las formas que emplea para conseguirlo.

Por contra, en la exosfera de la fachosfera conviven dos mundos claramente diferenciados: por un lado están quienes le deben a Sánchez todo lo que tienen y son. De ellos no hay que ocuparse, porque es perder el tiempo: están donde están por su propio interés y lo de menos es lo que Sánchez haga o deshaga, porque todo lo encajan sin rechistar.

Quienes de verdad merecen atención y empatía son los del otro planeta: aquellos que, abducidos a veces por su buena fe, se abrazan a la convicción de que, mientras uno pueda llegar a fin de mes, pagar la hipoteca y salir de copas con los amigos, lo de la amnistía, el desprecio a la división de poderes, o los intentos de reformar en tiempo récord y a la carta nuestro ordenamiento jurídico, tampoco tiene mayor importancia, ni es para ponerse de uñas. Qué más da en definitiva el Estado de Derecho -parecen pensar- cuando lo que importa es que no suba más la cesta de la compra, que me faciliten una beca para mi hijo o que Zorra triunfe en Eurovisión, llevando a lo más alto el pabellón de España que, en el fondo, es lo que de verdad escuece a los intolerantes, es decir, a los de la fachosfera.

¿Libertad para qué?

El grupo de los conformistas es el que más debe inquietarnos, porque, salvando distancias, evoca en cierto modo a aquel otro amplio grupo de españoles que, desde una actitud supuestamente apolítica, resultó decisivo para que Franco pudiera perpetuarse en el poder hasta el final de sus días. “Ni un español sin pan, ni un hogar sin lumbre”, proclamó durante años la propaganda del régimen. Y cuando alguien se atrevía a preguntar -solo en reductos de máxima confianza- qué pasaba con la libertad y con otros derechos, no tardaba en saltar el reproche: “¿Libertad, dices? ¡Si es que lo queréis todo!”

Paradójicamente, desentenderse de lo que está pasando hoy en España, a cambio, según dicen -aunque no sea verdad- de tener la fiesta en paz y apostar por la concordia, no dista mucho de la actitud que durante años arrastró una sociedad formada mayoritariamente por personas buenas, que preferían mirar de soslayo, sin complicarse en exceso la vida, mientras hacían suyo, sin saberlo, el consejo que el propio Franco le regaló al director de un periódico de la época a quien sorprendió con aquello de “usted haga como yo y no se meta en política”, cuando éste se lamentaba de las continuas presiones e injerencias que tenía que sortear a diario entre las distintas facciones del régimen.

Los que sí lo hacían, los que sí se metían en política, asumían el riesgo que entrañaba dudar siquiera, al tener que elegir entre el “estás conmigo, o estás contra mí”, o entre anteponer los principios a las prebendas y las convicciones a las conveniencias. 'Hoy como ayer' era el título de una vieja película que de repente me ha venido a la cabeza, no sé muy bien por qué.

Momentos decisivos

Volviendo al aforismo de Steiner, según el cual lo que no se nombra, no existe, he llegado a la conclusión de que inventar la palabra fachosfera era del todo innecesario. Si de lo que se trataba era de buscar un término para uniformar a quienes, por encima de ideologías, creencias y genotipos, pensamos que la ley debe ir siempre por delante de la democracia; que un presidente de Gobierno jamás puede ser rehén de un prófugo de la justicia y que hacer plastilina con el ordenamiento jurídico de una nación, para amoldarlo a las necesidades particulares de individuos concretos, es una de las peores formas de corrupción política, por lo mucho que pervierte y sitúa al borde del abismo al propio el Estado de derecho, la palabra ya existe. Se llama resistencia y ha resultado determinante en momentos decisivos de la historia, a la hora de recuperar la libertad, pero también para protegerla cuando ésta se ha visto seriamente comprometida.

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