Por mucha cancioncita balconeada a coro la que se avecina es de órdago. Los pronósticos económicos auguran años de auténtica necesidad para las gentes que no han aprendido cómo se pasa del mitin demagógico a una lujosa villa con piscina. Vamos a experimentar una crisis de dimensiones tan homéricas que costará mucho recuperarnos. Si hemos de ser sinceros, cualquier gobierno que tuviese que lidiar con este sombrío panorama se las vería y desearía para intentar salir del empeño, pero es que con estos bueyes que tenemos es imposible arar ni un milímetro. Nos pilla en el peor momento de nuestra historia y es la tormenta perfecta en la que se suman una emergencia nacional como no se conoce desde la guerra civil y una clase dirigente que apenas serviría para hacer algo con plastilina en parvulitos.
A ese horizonte lo llaman 'nueva normalidad', pero lo de antes de la pandemia no era, ni de lejos, normal. Porque ni es normal lo que hemos visto en Cataluña, ni con Sánchez, ni con Podemos. Venimos del bolso de Sorayita en el escaño de Rajoy y eso debería haber disparado las luces de alarma. Éramos felices en nuestra ignorancia, porque no hay nadie más encantado de la vida que el necio. Flaubert afirmó que la necedad es indestructible, porque todo lo que lanzamos contra ella acaba por estrellarse. Eran décadas pontificando acerca de los problemas más abstrusos desde la barra del bar con el “Esto lo arreglaba yo en veinticuatro horas”, dando lo mismo que se hablase del paro, del terrorismo o del trasvase Tajo-Segura.
Nos molestaban los intelectuales, los críticos o los cultos que avisaban de que esto se tambaleaba y el deporte nacional consistía en llamarlos cuñados"
Despreciamos al inventor, al empresario, desdeñamos la meritocracia, para, por el contrario, loar a futbolistas prácticamente analfabetos, a personajes obtusos de la mal llamada prensa del corazón, cuando debería denominarse de los higadillos. Dimos más importancia al editorial del Marca o del Sport que a lo que dijera el New York Times o el Frankfurter Allgemeine. Nos molestaban los intelectuales, los críticos o los cultos que avisaban de que esto se tambaleaba y el deporte nacional consistía en llamarlos cuñados. La ignorancia ha sido tremenda y las universidades auténticas fábricas de fracasados con título.
En este estado de dejación moral e intelectual han ayudado partidos, sindicatos –si es que tal cosa existe en España-, el mundillo reducido y canijo de la cultura de ceja y subvención y, no nos olvidemos, los poderes económicos que veían encantados lo fácilmente manipulable que es un pueblo que sabe más de fútbol que de historia. Las familias tampoco nos hemos quedado cortas, criando a unos hijos discapacitados emocionalmente, inválidos de coraje y paralíticos de ética. Con todo esto ¿qué carajo esperábamos que pasaría? Pues que mientras la cosa funcionaba más o menos íbamos teniendo eso que nuestros padres llamaban un pasar decente. Pero a la que las cosas se han torcido, y de qué manera, a todo el mundo se le ha puesto cara de idiota con resaca, reivindicando, eso sí, su derecho a aglomerarse como si no hubiera un mañana y a exigir la paguita.
Y ahora sigan, sigan con la caja estúpida, que la Esteban y Jorge Javier van a pelearse por su discrepancias acerca de Heidegger"
A ver si nos vamos enterando. Aquí no habrá ni nueva ni vieja normalidad. El Gobierno sigue siendo la colección de fracasados más tremenda de nuestra historia y la oposición parece La Sonámbula de Bellini. Para quienes lo desconozcan, Amina, la sonámbula protagonista de la obra a la que toman por un fantasma, no es despertada por su amado Elvino por temor a que la impresión sea fatal. De ahí que entre la impudicia totalitaria de unos y el miedo escénico de otros, nada pueda ser normal en nuestra vida política.
No pretendemos ser pesimistas, hay lo que hay, aunque mucho nos tememos que en esa nueva normalidad nos esperen las horcas caudinas. Pero como parece que eso poco le importa al vulgo, habrá que conformarse. En el gobierno deben repetirse lo que escribió aquel magnífico escritor costumbrista norteamericano conocido por su nom de plume como Mark Twain: “¿No tenemos a todos los necios de la ciudad de nuestra parte? ¿Y no son éstos, en cualquier ciudad, una mayoría aplastante?”.
Menuda mierda de nueva normalidad nos espera. Y ahora sigan, sigan con la caja estúpida, que la Esteban y Jorge Javier van a pelearse por su discrepancias acerca de Heidegger.