La cotidianidad económica no deja ver, en muchas ocasiones, los fenómenos que un día dejan de ser coyunturales para convertirse en estructurales. Así, y tras el enésimo anuncio de que la recesión ya es historia, a pesar de que muchos indicadores de empleo no han recuperado sus niveles precrisis, nos encontramos con el dilema de moda: hay que subir los salarios, pero nadie sabe cómo y cuánto. Este falso debate, que incluso ha llegado a llenar editoriales de medios de comunicación otrora progresistas, cuya política salarial y aboral es miserable, esconde una realidad que nadie quiere reconocer: la época de contestación y presión laboral (a través de sindicatos) se ha acabado, salvo en las grandes empresas y sectores regulados.
El falso debate de la subida salarial choca con la realidad: cómo y cuánto en un mundo desregulado
Esta pérdida de capacidad de negociación es plausible y además se ha visto reforzada por la visión maniquea de una parte importante de la sociedad que asiste gozosa al fin de las grandes movilizaciones laborales, y por supuesto los episodios de huelga general. La progresiva pérdida de influencia sindical, en parte por un proceso endógeno de autodestrucción, se explica también por procesos regulatorios, como las dos últimas reformas laborales, en las que se deja muy claro que se ha acabad la época en la que caso todo el mundo estaba cubierto bajo el paraguas de la negociación colectiva. Esto era así porque el convenio de sector hacía de referencia salarial, pero también de otras medidas que dignificaban las condiciones laborales y que ahora ya no se produce. Las medidas impuestas por los gobiernos de Rajoy y Zapatero han dejado a la intemperie a millones de trabajadores que, en aras de la supuesta eficiencia, ahora ya no negocian salarios ni condiciones laborales, y por tanto se rigen por el Estatuto de los Trabajadores, perdiendo en muchos casos las mejoras adquiridas tras lustros de lucha sindical y obrera.
Se ha perdido toda capacidad de negociación colectiva, salvo en grandes empresas y sectores regulados
La falta de memoria histórica, y la progresiva individualización de las relaciones laborales, un sueño de los liberales hecho casi realidad, está generando una nueva categoría de trabajadores, aquellos desprovistos de derechos laborales que tendrán una vida laboral plagada de contratos temporales y/o indefinidos, pero sin capacidad de negociar absolutamente nada, sabiendo que el único suelo legal es el salario mínimo interprofesional. Es precisamente la abolición de éste, la siguiente batalla de los liberales, ya que consideren que frena la creación de empleo y distorsiona las relaciones laborales, al obligar a pagar una cantidad fija, independientemente de las ganancias de productividad.
Se ha impuesto el sueño de los liberales: la individualización de las relaciones laborales
Los trabajadores poco a poco han ido entrando en el juego perverso de creerse que los derechos laborales son una rémora para el sistema. Las vacaciones pagadas o las bajas laborales, netas del fraude que existe, les perjudican porque si no existiesen estas medidas, sus salarios netos serían superiores y las empresas se lanzarían a contratar de forma desaforada, colmando el deseo de la gran parte de las empresas que es tener plena jurisprudencia sobre las salarios y condiciones laborales, sin que existan interferencias administrativas, ni por supuesto judiciales. Es decir, que cada empresa en cada momento pueda decidir el número de horas de trabajo, sin que existan mínimos o máximos, el salario que paga, si paga o no las vacaciones o si remunera la baja laboral o maternal. Este es el edén que buscan los empleadores, alentado por los resultados empíricos de gran parte de la literatura clásica sobre el mercado laboral que siguen ganando la batalla poco a poco, conquistando y eliminando derechos con la aquiescencia de partidos de derechas, pero también de la izquierda moderada y templada.
Las empresas buscan ahora eliminar cualquier vestigio de jurisdicción administrativa o judicial en las relaciones laborales
A favor de esta corriente juega la progresiva globalización económica, que facilita la producción en diferentes partes del planeta, con el único objetivo de la competitividad precio, blanqueando el dumping social. La entrada masiva de trabajadores inmigrantes también facilita la deflación salarial y la propensión a la explotación laboral, como se manifiesta todos los veranos en las diferentes campañas agrícolas. La debilidad de las clases trabajadoras se observa en la devaluación salarial perpetrada por las instituciones comunitarias y los gobiernos nacionales, la deformación sostenida de la distribución de la renta a favor de las rentas del capital y una desregulación del mercado laboral que impulsa la subcontratación, obstaculiza la acción sindical, elimina la protección a los contratos indefinidos, abarata los despidos, impulsa múltiples variedades de contratación que precarizan aún más los nuevos empleos y que encubren con la simpática etiqueta de economía colaborativa, y/o de demanda, etc.
La globalización, precarización y la ausencia de inflación factores que facilitan la perdida de cobertura sindical
Todo ello en un mundo prácticamente sin inflación, otro de los miedos irracionales del mundo clásico a la negociación colectiva y sus triunfos en materia de incremento salarial. Desde el año 2013, pero ya desde antes, la tónica de crecimiento de precios se ha ralentizado sustancialmente. La recesión de la UE,el desplome de los precios del crudo, o la política de bajos tipos de interés que impulsó Draghi, no bastan para explicar las muy bajas expectativas de crecimiento de los precios. Hay que añadir otros factores explicativos: la debilidad de las clases trabajadoras para defender sus intereses o la dificultad que encuentran las empresas para trasladar el aumento de los costes a los precios.
La capacidad de presión sindical para conseguir mejoras salariales y laborales ha ayudado en los dos últimos siglos a impulsar la actividad económica, la democracia y el bienestar social. La utilización del conflicto como forma de presión de las clases trabajadoras ha sido una herramienta tan útil como la negociación para consolidar una economía y una sociedad prósperas y sanas, pero eso ya forma parte del pasado.
La presión sindical y el conflicto, junto a la negociación, han permitido avanzar a la sociedad capitalista
Los trabajadores, aunque pobres, han decidido que prefieren callar y aguantar que luchar, y así engordar los beneficios de sus empleadores, por si éstos deciden repartir alguna limosna tras las duras jornadas de más de 12 horas, en el campo, por ejemplo, y después de pagar 2 euros por limpiar una habitación de hotel o 40 céntimos por recoger una lechuga. Para esto hemos quedado.