Hace años, el gran Adolfo Gutiérrez Viejo, que se nos ha ido hace apenas un año –esto sin duda lo saben ustedes: fue uno de los mejores organistas que ha habido en España en el último siglo– nos contaba a Paco y a mí, caminando por la calle, aquella vieja historia que le pasó con el obispo Almarcha.
Adolfo era entonces el “padre Viejo”, un cura menudito y nervioso, veinteañero apenas, que mostraba un asombroso talento para la música. Y se presentó, muy respetuoso, en el despacho del obispo de León, Luis Almarcha, que era algo parecido a un archiduque, como solía suceder en el franquismo. Adolfo tocaba el órgano en la Catedral de León y quería pedirle permiso a su ilustrísima para viajar a Roma y estudiar música en serio, con los mejores. El obispo se le quedó mirando:
–Pero padre Viejo, si con saber tocar el padrenuestro en la misa tiene usted más que suficiente. Qué Roma ni Roma. Déjese de bobadas.
Y entonces el padre Viejo, sin decir palabra, se desabotonó la sotana, se la sacó por la cabeza, se la arrojó a la cara al señor obispo y salió de aquel despacho para no volver nunca más. Se fue a Roma y se convirtió en lo que fue siempre: un genio. Acabó fundando en León, hace ahora 37 años, el Festival Internacional de Órgano Catedral de León (FIOCLE), uno de los acontecimientos culturales más importantes que se producen cada año en Castilla y León.
Perdonen que les distraiga de la preocupación por Sánchez, por Iglesias, por los rebrotes del virus y por todas esas cosas tan importantes, pero el FIOCLE vuelve a ser noticia en estos días, aunque sea una noticia que tiene que ver más con el surrealismo que con otra cosa. No es la primera vez.
El Festival de Órgano tuvo como objetivo, desde el principio, dotar a la bellísima catedral leonesa de un órgano decente, porque el que había era un cacharro con el que nunca sabías lo que podía pasar. Yo he visto con mis ojos cómo, en mitad de una celebración, paraba la música, alguien abría el mueble del teclado y ataba con un cordón de zapatos el cable de una nota, que se acababa de romper y no sonaba. No es más que un ejemplo.
Los mejores del mundo
A Adolfo, al frente del Festival, le sucedió otra persona genial por la que siento veneración: Samuel Rubio Álvarez, canónigo organista titular de la catedral (por oposición) desde hace 43 años. Él fue quien, con la ayuda y el ímprobo trabajo de muy pocas personas, levantó lo que el FIOCLE ha sido hasta ahora mismo: un prodigio por el que han pasado los mejores músicos del mundo, desde Trevor Pinnock hasta The Sixteen, I Musici, Krzysztof Penderecki, Jordi Savall, Gustav Leonhardt, Cristóbal Halffter, Philippe Herreweghe… La lista es inmensa. Como lo es la de los organistas de inmenso prestigio que pasaron por allí: Guillou, Radulescu, Chorzempa, Marie Claire Alain, Montserrat Torrent, Brandmüller, Lindwall, Baciero, Monnot, el propio Gutiérrez Viejo… Lo primero que yo publiqué en un periódico (el Diario de León de 1987) fue la apasionadísima crónica de uno de aquellos conciertos: el tremendo Requiem polaco, de Penderecki, dirigido por el propio autor.
Al final se consiguió el objetivo inicial. Treinta años después de la fundación del Festival, que se dice pronto, se instaló la Catedral de León el nuevo órgano, que hoy está entre los mejores de Europa: una especie de nave espacial (lo llaman el Ferrari) de cinco teclados y pedalero, casi 70 registros y una sonoridad asombrosa. Lo construyó en Bonn la familia Klais y costó 1,7 millones de euros, de los cuales nueve de cada diez procedían de dinero público.
El mejor situado era otro genio: el italiano Gianpaolo di Rosa, que lleva varios años como “organista residente” en la catedral leonesa, que tiene un enorme prestigio internacional y que no es sacerdote
Pero es bien sabido que no hay ninguna buena acción que se quede sin su justo castigo. Samuel Rubio, el Festival y el grandioso órgano se han ganado la admiración y la gratitud de miles y miles de personas en todo el mundo, pero también han atraído sobre sí envidias y rencores envenenados. Siempre pasa esto. En el reducido grupo de los canónigos de la catedral (el cabildo) hay algunos que no pueden ni ver al organista, por brillante y sobre todo por popular. No es nada nuevo. Aún se recuerda aquella ocasión en que el entonces obispo de León, de cuyo nombre no quiero acordarme, prohibió en el último momento la interpretación en el templo, en el marco del Festival, de la Pasión según san Mateo con el argumento de que Johann Sebastian Bach era protestante. El surrealismo, o por mejor decir el almarchismo que ya sufrió el 'padre Viejo' hace sesenta años, siguen ahí. No se han ido nunca.
Se acaba de ver. Samuel Rubio se ha jubilado como organista y había que buscarle sucesor. Había codazos entre los grandes organistas contemporáneos, porque el órgano de León es una joya codiciadísima y el proyecto cultural levantado en torno a él también lo es. El mejor situado era otro genio: el italiano Gianpaolo di Rosa, que lleva varios años como “organista residente” en la catedral leonesa, que tiene un enorme prestigio internacional y que no es sacerdote, como tampoco lo son los grandes organistas de Colonia, París, Londres, la Sagrada Familia, la Catedral de Barcelona o la de Santiago de Compostela. Cada vez hay menos sacerdotes y, por lo tanto, cada vez son menos los curas organistas. Y se contrata a profesionales laicos.
Y entonces llegó lo que parece una venganza recalentada a fuego lento durante años. Para suceder a Samuel Rubio, los canónigos de León no eligieron a Di Rosa. Ni siquiera le llamaron. Eligieron, sin molestarse en pedir la opinión del organista saliente, a un cura de Guadix (Granada) que se llama Francisco Javier Jiménez, que tiene 33 años y que acaba de conseguir, hace unas semanas, el título superior de órgano, requisito indispensable para ocupar el puesto. Se lo han dado en el conservatorio de Valencia. Antes lo intentó en Sevilla y Murcia. Le ha costado mucho trabajo conseguirlo porque este hombre tiene un problema: le faltan varios dedos de la mano derecha.
Tiene una gran musicalidad, como se ve en los vídeos que graba desde que era un crío, pero padece una limitación insuperable que le obliga a adaptar las partituras, porque no puede tocar lo que está escrito
Como lo oyen. Los canónigos han sentado ante uno de los mejores órganos del mundo a una persona que no puede tocar dos notas a la vez con la mano derecha. Si eso no es surrealismo, pues ustedes dirán qué es. Tiene una gran musicalidad, como se ve en los vídeos que graba desde que era un crío, pero padece una limitación insuperable que le obliga a adaptar las partituras, porque sencillamente no puede tocar lo que está escrito. Su mérito y su tenacidad son muy grandes, porque hay que tenerlos para obstinarse en tocar precisamente el órgano con su discapacidad, pero es un perfecto desconocido que vio el gran órgano por primera vez del día en que tomó posesión de su puesto. Y al que hay que suponer dos cualidades muy apreciadas: saldrá barato (el sueldo de canónigo no es gran cosa) y sobre todo será obediente, porque forma parte de la Iglesia y porque su nombramiento es por tres años.
Samuel Rubio y su reducido equipo, hartos ya de todo, han dejado el Festival Internacional de Órgano, que corre el grave riesgo de desaparecer después de 37 gloriosos años. El padre Jiménez, en sus redes sociales, no hace más que repetir que se le está injuriando y que va a recurrir a los tribunales; esto se hace siempre.
Desde el punto de vista de quienes han elegido a Jiménez, ¿para qué sirve el impresionante órgano de la catedral? Pues para muy poco. No les hace falta. La catedral es un negocio fabuloso con órgano y sin órgano. Mientras que en Roma cualquier persona puede entrar gratis a cualquier templo, desde la más pequeña parroquia a la basílica de San Pedro, en España se cobra por entrar a muchos templos católicos. Para acceder a mi catedral, hoy, yo tengo que pagar seis euros. Y son miles de visitantes que generaron, tan solo entre enero y junio del año pasado, 1,3 millones. ¿A dónde va ese dinero? Pues, muy mayoritariamente, al ladrillo. No es ningún secreto. La Iglesia en León es hoy una potencia inmobiliaria indiscutible y creciente, sobre todo en hostelería. ¿Para qué necesitan el órgano? ¿Y el Festival? ¿Y toda esa milonga de la cultura?
“Con tocar el padrenuestro en las misas es más que suficiente”, dijo hace décadas el obispo Almarcha. Y así seguimos.