Decían que esperaban rebrotes en otoño porque el calor hacía que el virus perdiese potencia. Decían que estábamos entrando en la nueva normalidad. Decían que se podían devolver a las comunidades autónomas las competencias en materia sanitaria. No han acertado ni una. Ni otoño, ni calor, ni la madre que nos parió. Ni el Ministerio de Sanidad lo vio venir ni el Govern de Torra lo supo prever, y eso que se jactan de ser mejores y más eficaces que esa España malísima de todo mal. El pasado 18 de junio Torra anunciaba a bombo y platillo la “fase de retorno”. En la misma senda, el 3 de julio, ese portento de la lírica contemporánea llamado Alba Vergés, a la sazón consellera de Sanidad, aseguraba que “los brotes en sí no nos preocupan porque desde el territorio lo hemos hecho muy bien”. Y, para rematar la jugada, la tartavoz del Govern, Meritxell Budó, declaraba en rueda de prensa que los rebrotes de Lérida “se están controlando, me consta que se trabaja en ello”. Unos profetas.
La realidad es que ni en febrero se hizo nada para evitar la catástrofe ni tampoco se está haciendo ahora. Los políticos se sientan a ver si escampa y quienes pagan el pato, aparte de los enfermos, son el personal sanitario y los sectores económicos y productivos. Porque no hay más cera que la que arde: o se les hacen test a los sospechosos de estar infectados, se les aísla y se les hace un seguimiento, o no hay tu tía. No puede ser que el brote de Lérida, radicado básicamente en el personal temporero que viene a recoger fruta, se esté contemplando como quien ve llover. Esas personas duermen en la calle, no tienen donde lavarse - muchos son inmigrantes sin papeles -, no tienen seguimiento sanitario. ¿Tanto cuesta hacerles las pruebas y llevarlos a un hospital de campaña, que puede habilitarse perfectamente en un polideportivo, y que sean atendidos como Dios manda? ¿No son estos los políticos que se llenan la boca cuando se habla de inmigración? Pues que espabilen y empiecen por tratar a esos trabajadores sin papeles como seres humanos y no los condenen a morir como perros en medio de la calle, infectando al resto de personas. Que deba decirse esto es terrible, pero es la verdad. Que se hayan habilitado rastreadores hace solo cuatro días, por citar un ejemplo, indica lo desastroso de la gestión de la Generalitat. Es algo rayano en la negligencia criminal.
Eso sí, todos los bares, restaurantes y comercios de Lérida capital están temblando solo de pensar que tenga que decretarse de nuevo el confinamiento domiciliario
Y esto, en lo que respecta a Cataluña, es solo el principio. El virus ha vuelto a reverdecer. Es acojonante. Explotaciones hortofrutícolas, fiestas descontroladas, un Casal de Verano, el Real Club de Polo barcelonés, da igual. Nos vendieron que lo peor había pasado y, como casi todo lo que nos han explicado, era mentira. Ni calor ni otoño ni leches. El virus se rebota con nosotros y da zarpazos donde puede y le dejan. Mientras, los responsables de velar por la salud pública se pasan el día metiéndose con este periodista o con aquel y venteando sus vidas privadas como si fuesen tertulianos de Sálvame.
Eso sí, todos los bares, restaurantes y comercios de Lérida capital están temblando solo de pensar que tenga que decretarse de nuevo el confinamiento domiciliario – que, al paso que va la cosa, deberá hacerse – porque si del anterior solo han emergido un puñado de ellos, del próximo no quedará ni uno solo vivo. Lo mismo pasa en Barcelona o en Tarragona o en cualquier otra ciudad. Es como si después de tirarte la bomba atómica te volvieran a lanzar otra con un día de diferencia. Claro está que a los que mandan es importa un higo chumbo, porque ellos no dependen de su trabajo para vivir como reyes. Tienen buenos sueldos, buenos chollos y, además, como están en posesión de la verdad, no tienen de qué avergonzarse. Díganle a Rahola que llevarse más de once mil euros del erario público al mes por soltar propaganda es para no salir de casa de vergüenza y no sabrá de qué carajo le hablan. O comenten ustedes con un lazi que es de traca que la Agencia Tributaria haya elaborado un informe en el que se atribuye a Jordi Pujol Ferrusola, el Junior, un presunto delito de fraude por la evasión de 16.669.276 euros. Les contestarán: “Sí, sí, pero ¿y el emérito, eh, y el emérito?”, como si un delito disculpase otro o un muerto de aquí fuera diferente de uno de allá o un incompetente del Govern hubiera de ser tratado de forma distinta a uno del Gobierno. Porque si terrible es ser emérito defraudador no lo es menos ser Molt Honorable corrupto.
No tienen ni puta idea, salvo en lo que afecta a sus bolsillos. Reales, irreales, honorables o deshonrosos. El virus, con todo, es más honesto. Al menos no se esconde detrás de ninguna bandera o institución.