Dijo Calvo Sotelo en su último discurso en las cortes republicanas, antes de ser asesinado por los mismos que ahora pintan aquel régimen poco menos que de paradisíaco, lo siguiente: “España padece el fetichismo de la turbamulta, que no es el pueblo, sino la contrafigura caricaturesca del pueblo. Son muchos los que con énfasis salen por ahí gritando ¡somos los más! Grito de tribu, pienso yo, porque el de la civilización sólo daría derecho al énfasis cuando se pudiera gritar ¡somos los mejores! Y los mejores, casi siempre, son los menos”.
Esa turbamulta en la actualidad son las manadas de menas que atacan a las buenas gentes para violar, asesinar, robar y, sobre todo, para demostrar que ellos son los que mandan; son esos grupos que lanzan piedras contra políticos de otros partidos; son las bandas de jóvenes pasados de vueltas que arremeten contra la policía. Son, en definitiva, los que se creen con derecho a hacer lo que les dé la gana porque tienen licencia para delinquir, amparados por unas autoridades torpes y cobardes, cuando no colaboradoras. Los responsables ideológicos de esto, a saber, comunistas y separatistas, han machacado años desde escuelas y medios con lemas tales como la policía es fascista, el estado es opresor, España es una orgía de nazis. Así las cosas, hemos llegado al imperio del crimen que pretendían esos profesionales del odio. Fetichismo de turbamulta apoyado desde el poder.
Pero una masa de criminales no deja de serlo por el hecho de ser masa. Como el nazismo no deja de ser la atrocidad que es porque millones de alemanes lo votaran o estuvieran afiliados al NSDAP. Lo moralmente válido lo será siempre aunque solo quede una persona en el mundo que lo defienda. Y este es el momento de hacerlo, porque asistimos a una escalada que está a punto de subir el peldaño que va de la amenaza a la práctica. Los aprendices de García Atadell o de los hermanos Badía engrasan sus armas. Ejemplo: Rufián consiente que una persona que requiere a todas luces atención profesional diga en su canal de Youtube que a los de Vox hay que matarlos, ante la sonrisita de conejo del heredero de ERC que, cuando Companys, mantuvo checas, paseos y fusilamientos Otro: Iglesias se “estrena” como periodista en un artículo ilustrado por una pistola que lleva grabadas las siglas del PP y Vox.
No hablo de anécdotas. Mientras en las vascongadas se recibe como héroes a los asesinos etarras, en Cataluña políticos democráticos como el diputado de Vox Toni López ha de soportar ver en la puerta de su casa un monigote colgado de una horca con el lema “puto Vox”. Hemos visto la plaza Urquinaona de Barcelona llena de piedras, containers incendiados y a un policía herido para siempre. Hemos visto a responsables de la seguridad de Podemos estar en los ataques salvajes a los mítines de Vox. Lo vemos con rabia, pero no podemos resignarnos a la impotencia. Porque el día en que decidamos estar demasiado cansados para protestar, habrán ganado. Y no pueden ganar porque, caso de hacerlo, luego vendría otro tipo de batalla, la de las armas. Lo hemos visto, por desgracia, en la historia de nuestro país.
No siendo de Vox, porque no me acomoda ningún partido que me aceptase, parafraseando a Groucho Marx, debo decir que el acoso y derribo que se tolera hacia esa formación política, la tercera en la cámara. es asqueroso. Que el sanchismo aplauda a sus correligionarios comunistas o lazis es comprensible. Que el PP no se ponga vigorosamente al lado del partido de Abascal para salvaguardar nuestra democracia, resulta incomprensible. Concretando, que no lo haga Casado, porque me consta que Ayuso o Almeida sí lo hacen.
Tenga cuidado el líder de la oposición. Hay silencios que los desalmados que pintan horcas o amenazan con el asesinato interpretan como una licencia espantosa, una licencia para matar. Y esto, Pablo, ya no va de derechas o izquierdas. Va de demócratas que creen, que creemos, que nadie tiene derecho a asesinar a quien no opine como él.