Opinión

Sánchez o el virus de la división y el odio

Se dice que las grandes catástrofes suelen actuar como un potente catalizador capaz de unir voluntades y esfuerzos en pro de la aminoración de daños y la ayuda a los

  • Sánchez en el Congreso.

Se dice que las grandes catástrofes suelen actuar como un potente catalizador capaz de unir voluntades y esfuerzos en pro de la aminoración de daños y la ayuda a los afectados. Ocurre también en las guerras. La energía, la inteligencia y la férrea voluntad de vencer de Winston Churchill lograron unir a los británicos en la gran empresa común de salvar sus libertades amenazas por el nazismo. No todo el mundo pensaba igual que Churchill, y de hecho algunos ilustres de la política británica seguían pensando en la conveniencia de un acuerdo de paz, una rendición piadosa, cuando la maquinaria de la Wehrmacht ya hollaba suelo belga y francés. Pero Sir Winston supo embarcarlos en una gran alianza patriótica con algo de lo que carece el alfeñique que aquí tenemos por presidente: generosidad. “Vengan, pues, avancemos juntos aunando nuestras fuerzas”, proclamó el 13 de mayo de 1940 en los Comunes, pidiendo la ayuda de todos los grupos políticos. Churchill jamás se atribuyó en solitario el éxito de la victoria, antes al contrario, compartió la gloria con quienes le ayudaron a lograrla. “Estaba seguro de que todos los ministros estaban dispuestos a morir y a perder sus familias y sus bienes antes que rendirse”.

Tragedia es la que está causando la Covid-19 con su secuencia de muerte, una terrible sangría que ha dejado moralmente desnuda a una sociedad capaz de algo tan indecente como abandonar a sus mayores en semejante trance. Pero, a diferencia de lo ocurrido en Gran Bretaña con ocasión de la II Guerra Mundial, este drama no ha logrado unir a la sociedad española en un empeño común, un anhelo colectivo, sino al contrario, la ha dividido más profundamente de lo que nunca estuviera desde la Guerra Civil, haciendo más profundo el abismo que separa a media España de la otra media y volando los frágiles puentes del diálogo que hacen posible la convivencia. Es el gran logro de Pedro Sánchez Pérez-Castejón y su Gobierno, como el jueves quedó claro en el Congreso. En lugar de hacernos mejor como sociedad, el virus del populismo la está volviendo más crispada, más proclive a la trinchera, más rota que nunca. Sánchez o el virus de la división y el odio.

La polarización en dos grandes bloques se ha consolidado. Con una oposición dispuesta a apoyar sin reservas el confinamiento decretado por el estado de alarma y el resto de medidas, está claro que la responsabilidad, siempre compartida, corresponde en mayor medida a un presidente del Gobierno que, falto de toda empatía, se niega a tenderle la mano aún en las peores circunstancias. Sánchez y su indudable talento para crispar. El resultado es que la España de las clases medias urbanas se ha puesto en guardia tras percatarse de la intención de Pedro & Pablo de aprovechar el confinamiento para tratar de imponer la agenda social-comunista de la coalición en pleno fragor de la pandemia, con la gente recluida en sus casas, aterrorizada ante la posibilidad de contagio, asustada ante el miedo a una muerte a traición. Imponer la agenda y dar la puntilla al régimen del 78. Un cambio de régimen construido sobre el arbotante del miedo a morir.

Sánchez da muestras de sentirse muy cómodo con la prolongación del periodo de confinamiento, al punto de que esta semana hemos sabido de su intención de plantear una nueva prórroga hasta el 11 de mayo. Mientras tanto, las panzerdivisionen de Podemos avanzan imparables sobre la tierra quemada de un país inerme, una quilla sin cuadernas, una sociedad civil anestesiada por el martilleo inmisericorde de la propaganda “amiga”. Con el Parlamento en horas bajas, el comandante Iglesias tiene muchas posibilidades de poner en marcha buena parte de su agenda rupturista antes de que volvamos a salir a la calle. El Gobierno quiere introducir ya una “renta puente”, hasta la aprobación definitiva del llamado ingreso mínimo vital, de 500 euros/mes, no se sabe si a sumar o no a las rentas de inserción (425) ya existentes en las comunidades autónomas. Una agenda que no es de Pablo, sino de Pedro, porque las diferencias ideológicas entre ambos se han difuminado o se han atenuado hasta casi desaparecer.  

Comprar el silencio

La unidad de acción, esa cohesión espiritual que hubiera sido tan necesaria para, después de enterrar a los muertos, abordar la hecatombe económica que se viene encima con cerca de 5 millones de parados y buena parte del tejido productivo destruido, ha saltado por los aires. De modo que Pedro & Pablo pretenden acallar el rumor de fondo del inmenso cabreo ciudadano, el eco de su incapacidad radical para gestionar un envite como este, con una lluvia de dinero. Con una previsión de caída del PIB para 2020 del -10,5% (escenario suave) y del -15% (escenario duro), el Ejecutivo no pierde la oportunidad de repartir alpiste entre toda clase de lobbies, naturalmente de izquierdas, en un intento de acallar la oposición social comprando su silencio. Ayer mismo Luca Costantini informaba aquí de la intención de entregar otros 100 millones a las comunidades autónomas para luchar contra la violencia de género. Regar con el dinero que no tienes y luego acudir a Bruselas a pedir a tus socios que paguen la cuenta de una orgía populista tan inaceptable que solo cabe la sospecha de que, en efecto, Pedro & Pablo han decidido arruinar definitivamente las cuentas públicas para poner en marcha su cambio de régimen.

Todo podría explotar por culpa de una deuda pública que puede dispararse más allá del 120% del PIB, lo que obligará a un rescate que este Gobierno intentará disfrazar como el premio gordo del Euromillón

Dinero y propaganda, parte esencial de un proyecto totalitario obligado a renunciar a la concordia entre españoles para imponer su diktat. “Desconvocado el #ApagónCultural para dar 'un voto de confianza al Ejecutivo' tras el anuncio de que el ministro Uribes y la titular de Hacienda se reunirán con el sector cultural para estudiar sus demandas” (El País del viernes). Los titiriteros creen llegado el momento de pasar la gorra para cobrarse su apoyo a la causa liberticida. También habrá subvenciones, hablan de otros 100 millones, para los grandes grupos mediáticos tras el regalo de 15 millones al duopolio televisivo. Grupos participados y sostenidos en su mayoría por lo más granado del crony capitalismo patrio, otra de las singularidades españolas: el alegre caminar del gran dinero del brazo de un Gobierno dispuesto a arramblar con la Constitución, o la corrupción moral de una clase dirigente que se ha situado de espaldas a los intereses ciudadanos.

Todo podría explotar por culpa de la bola de nieve de una deuda pública que puede dispararse más allá del 120% del PIB, lo que obligará a un rescate que este Gobierno intentará disfrazar como el premio gordo de la lotería del Euromillón. El rescate y la pobreza llamando a la puerta de millones de hogares, naturalmente de esas clases medias convertidas en chivo expiatorio de un Gobierno decidido a fundir a impuestos a todo aquel que aparente tener algo en propiedad. Ayer mismo el BOE nos sorprendió con la “nueva” de que las comunidades autónomas podrán ocupar viviendas privadas para víctimas de violencia de género, personas sin hogar, desahuciadas o en situación de necesidad. Falta un cuarto de hora para que Pablo & Pedro decreten el final de la propiedad privada en España, de modo que no es que este Gobierno esté descuidando “el exacto cumplimiento de la Constitución”, como dice finamente el emérito del Constitucional Manuel Aragón, sino que está incumpliendo sistemáticamente la Constitución.

Libertad o servidumbre

Muerte y miseria, miseria y muerte, no harán de España un país mejor, más solidario, más libre y más justo. Mejor educado. Una sociedad más abierta. Tiene razón Dani Rodrik, profesor de Economía Política en Harvard, cuando afirma que “La crisis parece haber puesto aún más de relieve las características dominantes de la política de cada país. En efecto, los países se han convertido en versiones exageradas de sí mismos, lo que sugiere que tal vez no sea el punto de inflexión global que muchos auguraban tanto en lo político como en lo económico”. Esta brutal crisis, en efecto, ha venido a poner de relieve nuestras señas de identidad, realzando quizá lo peor de nosotros mismos. Una versión exagerada de nuestros demonios familiares. El virus, por eso, no va a unir y mejorar, sino a romper y emponzoñar. Ninguno, sin embargo, tan potencialmente maligno como el del Gobierno de Pedro & Pablo. Ningún gobernante, desde Fernando VII a esta parte, con tanta capacidad para confrontar y destruir. Con tan alto grado de incompetencia.

Cuesta imaginar, con todo, que lleguen a salirse con la suya, porque su triunfo significaría la ruina económica de la mayoría y la pérdida de la libertad de casi todos. Causarán mucho destrozo, sí, material y moral. Habrá que movilizarse para defender las libertades, nunca garantizadas, y derrotarlos en las urnas. “Después de conocer a los comunistas, ulteriores experiencias con los burócratas me hicieron intuir, aún antes de la llegada del fascismo, que el creciente poder de la maquinaria del Estado constituye el peligro supremo para la libertad personal y que, por tanto, tenemos que mantenernos en combate contra ella”, cuenta Popper en su “Contra las grandes palabras”. La de España es ya una batalla contra la estatización de la economía, la muerte de la iniciativa privada, la manipulación informativa, el control de la Justicia, la censura y ese ejército de ovejas amaestradas que Iván Redondo, recién nombrado jefe de un tal “grupo de desconfinamiento progresivo” encargado del plan de salida de los corderos del estado de alarma, alimenta con dinero público. Es de nuevo la vieja disyuntiva tantas veces presente en la historia de España: libertad o servidumbre.

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