Saldremos de esta crisis, claro que sí, pero la diferencia de costes entre hacerlo bien o mal será enorme. Debemos exigirnos, todos, hacerlo más que bien. Así debe ser porque la fragilidad se ha impuesto a la incertidumbre, por lo que la gestión del riesgo en este escenario se vuelve muy complicada. No debería haber lugar para errores aunque, inevitablemente, los habrá. El tiempo que se emplea en aprender y corregir una gestión que, en algunos casos ha sido pésima, y que contrasta con otras en las que ha sido óptima tiene un coste muy elevado. La recuperación llegará de manera diferente condicionada por lo que hagamos ahora y muy especialmente por la duración del necesario confinamiento, por el cual cada semana adicional proyecta por un lado caídas importantes del PIB y por otro plazos más largos para la recuperación económica. El confinamiento y su duración tiene poco impacto a corto, mucho a medio y es mortal de necesidad a largo.
Endeudamiento familiar
Como en todas las crisis, los fundamentales económicos sólidos marcan un premio que se superpone a la gestión. El punto de partida general es mejor que en la crisis de 2008, también en España, que ha reestructurado bien y con mucho sacrificio. Sin embargo, nos ha faltado corregir un gran factor de debilidad como es la deuda pública tan elevada, compensada de alguna manera por la fortaleza que aporta la ejemplar reducción de endeudamiento por parte de familias y empresas que, ahora sí, se sitúa ligeramente por debajo de la media europea, a la par que el crecimiento de activos financieros en forma de depósitos, fondos, planes de pensiones, seguros de vida que actuará como colchón.
Ahora bien, no hay equilibrio entre aciertos y errores. En situaciones de crisis, estos últimos tienen una prima y el error del exceso de endeudamiento pesa, desde ahora, como una losa sobre nuestro futuro inmediato y, muy especialmente, sobre las próximas generaciones. También porque las nuevas diferencias, la gran desigualdad que se producirá entre bloques y países serán más grandes que nunca y el reto de su corrección formidable, lo que aplica igualmente a las diferencias entre municipios y regiones como consecuencia de la buena o la mala gestión. Por todo ello, se impone la exigencia, al límite, para una gestión excelente. Nos va la vida en ello y, como decía, la calidad del futuro de las próximas generaciones de las que ahora somos responsables.
Propaganda y comunicación
En una situación como la actual, la solución pasa por la colaboración de todos. Aprovechar esta desgracia para apalancarse en la misma y obtener rendimientos inesperados que serían imposibles en un ámbito de normalidad es inmoral y exigirá rendición de cuentas. En este sentido me preocupa cómo se ha disparado la “desinformación” que utiliza todo tipo de medios de comunicación y que nada ayuda. Entiendo la propaganda, la comunicación interesada, inevitable en el sesgo, pero todo parece indicar que la desinformación, en forma de 'bots', fotos, textos y vídeos 'fake', informes pseudo-científicos, etc, y que viene con fuerza creciente desde Rusia, es más potente que nunca.
La novedad es que algo parecido sucede por primera vez y de forma paralela desde China. Tal parece que esta convergencia tiene como objetivo final colaborar en la demolición de nuestro sistema democrático. Se ataca, se desinforma, se reescribe el caso, el día, y al final… la Historia. Se busca la víscera que no la razón. Además, la intensidad, la calidad selectiva con la que opera esta acción de desinformación es diferente según qué países. Ha sido importante en Italia y creo que lo es también en España. Debe ser responsabilidad de todos rechazar y no utilizar esta desinformación en beneficio propio, ideológico y partidista. Valoro mucho cuando en las redes alguien se “moja” y advierte. ¡Ojo!, esto, puede ser un 'bot', una información 'fake'.
El ámbito óptimo de resistencia debe ser la Unión Europea porque si estamos solos, aislados, nos será muy complicado ganar esta “batalla de las narrativas” que resta demasiada energía
También en este caso, el ámbito óptimo de resistencia debe ser la Unión Europea porque si estamos solos, aislados, nos será muy complicado ganar esta “batalla de las narrativas” que resta mucha energía que hoy es necesaria para luchar contra la pandemia. En esta confrontación el único poder legítimo que tenemos y también el más potente es un soft power, es decir, nuestros valores personales e institucionales en un sistema democrático liberal avanzado, social, compartido por la mayoría y base necesaria para una public diplomacy europea.
Mi gran preocupación es que si la crisis económica se extrema por las importantes debilidades
del punto de partida de cada uno de sus miembros, combinadas con la gestión buena, regular o
mala de la crisis sanitaria y posterior recuperación económica, la Unión Europea puede optar
por un avance a varias velocidades. Un repaso a la sostenibilidad de nuestra deuda y sistema
financiero, por ende económico, y a nuestro sistema democrático hace imprescindible estar en
la Unión Europea participando activamente en sus decisiones. Lo contrario sería una hecatombe
política y democrática.
Las medidas de confinamiento son necesarias, seguro, pero siempre limitadas en tiempos y formas. La cuesta abajo es muy tentadora y por tanto nociva por definición
Insisto, el ámbito de colaboración en nuestro país lo marca el sistema constitucional en vigor y nuestra pertenencia a la UE. No son tiempos para derivas irresponsables ni en lo uno ni en lo otro. Si se hace bien, y podemos hacerlo, marcaremos la siguiente etapa. Si no, iremos cuesta abajo por enésima vez en nuestra Historia. En este sentido, me parece fundamental para defender nuestro sistema de valores en situación tan excepcional la interpretación restrictiva de cualesquiera limitaciones de libertades tanto en su formulación legal como en su ejecución práctica, a la par que el exigible ejercicio responsable de las mismas. Las medidas de confinamiento son necesarias, seguro, pero siempre limitadas en tiempos y formas. La cuesta abajo es muy tentadora y por tanto nociva por definición. El Parlamento está para decidir sobre las mismas, el Ejecutivo para gestionarlas y la colaboración ciudadana para su correcta implantación.
Honestidad institucional
Si aceptamos que saldremos de esta etapa de crisis sanitaria, pero que la gestión de la misma marcará diferencias como nunca porque la gratuidad del error y el acierto no existen y que sólo con la colaboración de todos acertaremos, la base más importante de esta colaboración a largo plazo es la que fijan nuestros valores. Salirse de la honestidad institucional y personal, de la rectitud, de la verdad, de la confianza y pretender medrar en el chapapote del engaño, la finta, la mentira es inmoral, peor aún, injusto. También es improductivo y estúpido si se hace el juego a intereses contrarios sobre los que ya hemos hablado en un momento en el que la tensión entre bloques aumentará notablemente.
En este marco y en el que, repito, el único “salvavidas” es nuestra pertenencia a la Unión Europea, es necesario construir un plan de continuidad para la actividad económica que asegure la mejor gestión desde ahora en esta fase de lucha contra la pandemia, pero sobre todo para la siguiente, con la salida de la misma. Debería servir para comprometer y cumplir y, si no, explicar. El acuerdo sobre un plan de continuidad como el que necesitamos es importante para evitar costes extras derivados del desacierto, de la prueba y el error, lo que inevitablemente va a pasar, pero que deben ser reducidos al mínimo. Su contenido no es fácil y, por tanto, no puede tener rédito electoral, más bien lo contrario. En tiempos de crisis, cualquier facilidad, gratuidad,
debe ser considerada sospechosa y contraproducente a la larga.
La primera sería un Gobierno de coalición, deseable pero muy difícil en países de escasa tradición y calidad democrática como el nuestro
Un plan así debería elaborarse por los mejores expertos independientes y aprobarse en sede parlamentaria para asegurar un amplio apoyo. Más que nunca es necesaria una separación de poderes que nuestro sistema constitucional no favorece y nuestra práctica tampoco. Un Ejecutivo como el nuestro sólo podrá desarrollar la gestión que se le exige en el marco citado de la Constitución y la Unión Europea, con la aprobación ciudadana mayoritaria de un plan entendible por todos, con tiempos de cumplimiento obligatorio, seguimiento estricto por los medios y expertos en general y, necesariamente, con el apoyo de los agentes sociales. Este plan debe facilitar la primera obligación en tiempos de crisis de esta gravedad. Mantener la
operatividad del sistema, público y privado, en cada una de las fases que iremos viviendo. Es la
diferencia entre un ejército a lo Pancho Villa y una Legión Romana.
Para ello dos condiciones previas son necesarias. La primera sería un Gobierno de coalición, deseable pero muy difícil en países de escasa tradición y calidad democrática como el nuestro, o un Pacto de Apoyo hasta el final de la legislatura para elaborar y aprobar el citado plan de ontinuidad que, como decía, por lo difícil de su ejecución debe contar con el apoyo de una amplia mayoría. La segunda condición es la colaboración público-privada. Sólo una gran miopía o torpeza o una muy mala intención, como sería una instrumentación ideológica de la crisis en forma de única oportunidad de prosperar, puede propugnar que de esto salimos con una exclusividad pública o privada en la gestión del problema. Tanto en la fase sanitaria, como ya se ha visto, como con la etapa de recuperación económica que viene, vamos a necesitarnos todos.
Una triple crisis de demanda, oferta y sistema financiero como la que se ha instalado es algo nuevo en la Historia. No lo fue en la pasada gran crisis del 2008 que fue fundamentalmente financiera
Por parte pública me parece fundamental el apoyo pleno en ayuntamientos, que por cierto, opino que lo están haciendo muy bien. Su cercanía a la ciudadanía les permite entender y gestionar mejor que nadie la ejecución de esta colaboración público-privada. Dieron la talla en la pasada crisis, corrigieron su actividad económica con acierto, reestructuraron y hoy gozan de superávit y, por tanto, tienen, como algunos de nuestros socios en la UE, un colchón financiero de gestión que vale oro en esta situación tan extraordinaria.
Plan de continuidad, aprobación mayoritaria en sede Parlamentaria y colaboración público-privada al 100% deberían permitir abordar como prioridad número uno la gestión sanitaria presente y, sobre todo, la inmediata creación de un sistema de prevención y tratamiento de pandemias para que las nuevas que vendrán sean mejor gestionadas desde el principio. También y de forma inmediata, las necesidades sociales que esta enfermedad ha provocado y que la crisis económica que de ella derivará aumentarán notablemente. Una triple crisis de demanda, oferta y sistema financiero como la que se ha instalado es algo nuevo en la Historia. No lo fue en la pasada gran crisis del 2008, que fue fundamentalmente financiera. Ahora sí.
La soberanía real
Hará falta un análisis detallado de consecuencias transversales: el campo, los autónomos, el comercio, las profesiones liberales, de los más débiles y con mayores impactos negativos a los más resistentes o… incluso de los beneficiados por la situación. De la micro a pequeña o mediana empresa, a la grande o internacional. En el mismo sentido debería ser objeto de análisis transversal la gran oportunidad que supone un relanzamiento 'verde' junto con el aseguramiento de la normal operación futura de la cadena de producción en el ámbito de la Unión Europea y en nuestro país. No se trata de defender nacionalizaciones ni autarquías sino de estar seguros que el plan de continuidad asegura la producción estratégica. Nunca más depender de otros bloques económicos, en posición de conflicto político creciente, para aprovisionamiento y fabricación de productos o
elementos clave. Es una cuestión de soberanía real, muy distinta a la manida discusión, más retórica que otra cosa, de la condicionalidad de las ayudas financieras y su impacto en la soberanía.
Al análisis transversal se debe añadir otro vertical, por sectores, de la hostelería al turismo, de la agricultura a la industria o los servicios. Imposible ser exhaustivos en la descripción pero la elaboración de un Plan de Continuidad tendrá que permitir descubrir, colaborar, incentivar… y marcar oportunidades y prioridades. También generar la credibilidad necesaria que viene del apoyo mayoritario de los ciudadanos ante otros socios de la Unión Europea y la propia Unión cuya ayuda necesitaremos como nunca y que deberá basarse en un plan creíble y un compromiso serio de cumplimiento del mismo. O lo hacemos nosotros o nos ayudarán a hacerlo.
Liquidez y solvencia del sistema son el punto de arranque para ver cómo y cuándo hacer frente a una deuda insoportable que crece a gran velocidad y que constituye nuestra gran debilidad estructural
Habrá que analizar, como ya se está haciendo con acierto, la liquidez y capital del sistema que probablemente exigirá no sólo la inyección masiva de la primera vía crédito, sino también de la segunda y, si esto es así, y es con dinero público, contra capital con condiciones. Liquidez y solvencia del sistema son el punto de arranque para ver cómo y cuándo hacer frente a una deuda insoportable que crece a gran velocidad y que sumada a la existente, constituye nuestra gran debilidad estructural, hasta hace poco menospreciada por incómoda y que ahora pasará una terrible factura.
Este es un asunto de capital importancia en la relación con nuestros socios europeos y que fue objeto de acuerdo, a caballo de la pasada crisis, hasta el punto de suponer incluso, la reforma constitucional del artículo 135, estableciéndose el concepto de estabilidad presupuestaria para poder cumplir con nuestras obligaciones con los demás socios de la Unión. Lo será también para las nuevas ayudas que pronto necesitaremos.
Bloques y enfrentamientos
Finalmente un plan de estas características debe mapear los riesgos que se deberían seguir, medir y gestionar desde ahora. El primero y más importante sería la repetición de la pandemia. Hay que prepararse, pero no tengo más opinión que ésta, estar bien preparados. El segundo, ya en un ámbito más económico, aunque no creo que estemos en un escenario paralelo a la crisis del 29, es el de una escalada de tensión internacional. La política de fortalecimiento de bloques y el progresivo enfrentamiento que de ello deriva puede avanzar hasta un nivel de conflicto. EEUU seguirá el proceso iniciado hace algunas presidencias pero acelerado por Obama y ahora Trump de involución, de cerrarse en sí mismos.
Por ello hay que reforzar la UE ya que nuestra única fuerza será la Unión. No podemos permitirnos estar fuera, tampoco si se plantea una Unión a varias velocidades, no estar en la primera. Para ello hace falta fuerza basada en la credibilidad, el rigor, la seriedad, y el cumplimiento de los compromisos. No basta pensar que somos imprescindibles porque la alternativa es la hecatombe. No lo somos.
El tercer riesgo es el de una recesión prolongada, hoy todavía evitable, y, con ella, la aceleración de profundos cambios que ya estábamos teniendo, en lo que ha sido un ciclo corto de la salida de la anterior crisis. Saldrán adelante las sociedades con mejores valores, educación y calidad de sistema democrático. Digitalización, inteligencia artificial, trabajo a distancia…, se acelerarán y los valores de sostenibilidad y convivencia, personales y colectivos serán necesarios para encauzar un cambio radical de reconciliación, también con la naturaleza, en beneficio de todos. Cada sociedad será responsable de su progreso y aprovechamiento del cambio que brinda esta crisis y las diferencias que se crearán, como en todas ellas, serán muy grandes. No gusta pero… habrá ganadores, ¡ya se ven!. Y perdedores. Sólo nos iguala el punto de partida, no el de llegada. No podremos “reclamar al maestro armero”, pero sí reconocer méritos y fracasos.