Cada año de Gobierno progresista ha ido otorgando al título de aquel libro de Rafa Latorre una capa más de acierto. Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido, decía un año después del golpe, y ya ni siquiera será suficiente.
Primero Sánchez decidió anular la sentencia del Supremo; ahora al fin se ha decidido a anular el delito, demostrando a quien todavía tuviera dudas quién es el auténtico tribunal supremo en España.
Solemos decir que el respeto a la ley es lo más importante en una democracia, pero no es así. Hay una condición previa mucho más importante: el respeto al significado de las palabras. Que las palabras tengan un significado objetivo y que no puedan cambiar según los deseos de quienes las usan es la gran ficción que permite a los humanos pasar del caos al orden. Sabemos que las palabras no nos son concedidas por los dioses y que no hay un espacio ideal desde el que construir el mundo, pero fingimos que hay en el fondo del diccionario algo más que la mera voluntad política. Esta ficción pactada es una de las condiciones necesarias de la civilización, y es también lo que permite que seamos gobernados por la ley común y no por las ficciones particulares de quienes alcanzan el poder.
Por eso el autócrata exitoso no se dirige alocadamente contra la ley, y aún menos directamente contra la oposición. Dispone sus tanques cuidadosamente y asalta el diccionario. Sólo entonces puede venir todo lo demás, ya sin esfuerzo.
El autócrata exitoso siempre apela a lo sagrado, a las palabras buenas que le otorgan la capacidad de realizar malas acciones. Convivencia, paz, justicia, democracia. Europa. A todo ello ha apelado Sánchez cuando ha concedido los indultos, y a todo ellos apelan sus heraldos ahora que tienen que justificar la reforma del delito de sedición.
El Estatuto inconstitucional se aprobó gracias a la voluntad del PSOE, no de los nacionalistas, y todo lo que ha venido después es una demostración de fuerza
El Gobierno de Sánchez no es, como suele decirse, un artilugio sin principios construido con el único fin de mantenerse en el poder. El Gobierno de Sánchez no ha hecho otra cosa desde que triunfó la moción de censura que corregir la corrección del Tribunal Constitucional al Estatuto de Autonomía de Cataluña aprobado en 2006. Cataluña debía ser lo que los nacionalistas catalanes quisieran, y desde luego no podía quedar sometida a la ley común, cuya mayor ofensa está contenida no tanto en el sustantivo como en el adjetivo. El Estatuto inconstitucional se aprobó gracias a la voluntad del PSOE, no de los nacionalistas, y todo lo que ha venido después es una demostración de fuerza: no sólo son el auténtico tribunal supremo, sino que también pueden saltarse la Constitución cuando quieran, diccionario mediante.
Guillermo Fernández Vara mostraba hace unos días hasta qué punto el PSOE es un aparato dedicado a destruir y reconstruir el significado de las palabras.
No me gusta nada de lo que le guste al independentismo. Dicho esto, hace 5 años con el actual Código Penal, al gobierno del PP le hicieron dos referéndums de independencia y una DUI. España se rompía. Hoy, con otro gobierno, lo que se ha roto es el independentismo y el ‘procés’.
No cabe mayor vileza política en menos espacio. El partido de Fernández Vara, que es el mismo partido que el de Sánchez, no superó nunca que un tribunal corrigiera la voluntad de convertir a Cataluña en una nación autodeterminada. La declaración de inconstitucionalidad de algunos artículos del estatuto de 2006 fue interpretada como una afrenta del PP al partido, y el golpe que los nacionalistas catalanes propiciaron al Estado es interpretado ahora no como un golpe a la ley y a todos los españoles, sino como una respuesta legítima a la provocación de la derecha.
La última parte es también muy interesante. Tiene razón Fernández Vara cuando dice que hoy, con otro gobierno, se ha roto el independentismo y el procés. En el fondo era una tarea sencilla; bastaba con llamarlos de otro modo. Del mismo modo destruirá este gobierno el fracaso escolar, la pobreza energética o el enaltecimiento del terrorismo: rompiendo las palabras. El suspenso será un aprobado en camino, la subida de la luz será un impuesto al derroche y el etarra será una errata histórica ya perdonada.
El Gobierno ha destruido la posibilidad de un nuevo golpe de Estado entregando el Estado a quienes tienen como objetivo principal destruirlo. España hoy está dividida, pero el eje no marca la separación entre la derecha y la izquierda, sino entre quienes siguen empeñados en salvaguardar el significado objetivo de las cosas y quienes sostienen que la realidad no está formada más que por conceptos permanentemente discutidos y discutibles.
Alfonso
Fernández Vara es un político en quien "abdicó" Rodríguez Ibarra, a su vez puesto por Alfonso Guerra. Vara aprendió del autoritario e inculto Ibarra, y F. Vara se afilió el veinte de diciembre mil novecientos setenta y ocho a las Nuevas Generaciones de Alianza Popular, y siendo señorito de prosapia inculto también manda en el PSOE bildusanchista. Alfonso Ambrosio
Alexander
Los españoles llevamos años y años dando vueltas a la noria sin encontrar una respuesta clara y concreta a la pregunta de ¿qué es España?. En mi opinión, la respuesta debería ser la siguiente: España es el territorio que pertenece a quienes se consideran a sí mismos españoles y que están dispuestos a defenderla con su vida si es necesario. Es Estado de las Autonomías ha debilitado el sentimiento de unidad entre los españoles porque, en demasiadas ocasiones, se anteponen los interesas de cada una de la Comunidades Autónomas (CC.AA.) a los intereses generales de España. Sería necesario empezar a construir una España unida, sin CC.AA., y para ello habría llevar a cabo un referendo en cada CC.AA. (previa reforma de la actual Constitución) para que sus habitantes decidieran si quieren estar dentro o fuera de España.