Muchos políticos y ciudadanos europeos, entre los que no me encuentro, se alegrarán de que el Reino Unido se marche pronto de la Unión Europea. Piensan que desde los tiempos de Margaret Thatcher ha sido siempre un socio incómodo y a menudo hostil que con frecuencia ha torpedeado los intentos de avance del proyecto comunitario. Mi opinión es la contraria. Creo que ha sido invariablemente el país que más ha contribuido a oxigenar la UE denunciando su pesada burocracia, impulsando a toda costa los intercambios comerciales, alentando políticas fiscales idóneas y combatiendo la pulsión intervencionista y el amor a la subvención tan del gusto de los franceses y de los alemanes.
El triunfo aplastante de Boris Johnson en las elecciones ha venido a confirmar lo que, como tantas veces, la mayoría de los intelectuales y de la prensa progresista no querían ver: que el Reino Unido apuesta por un futuro propio, al margen de la UE, para recuperar el control de sus fronteras, de su dinero y de su comercio. En los tiempos que corren, hacen falta muchos cojones para apostar todo a esta carta.
Pero, como en Estados Unidos, como en Brasil o como en Colombia, los progres de todo el mundo habían elegido el caballo equivocado. En este caso Jeremy Corbyn, un socialista radical sin escrúpulos animado por el rencor que aspiraba a elevar los impuestos, a nacionalizar las empresas y a disparar el gasto público, algo bastante parecido a lo que defiende en España el Pablo Iglesias de Podemos, que será el socio principal de Sánchez y que formará parte del próximo Gobierno en la lacerante condición de vicepresidente. Todos estos esnobs se habían afanado en blanquear a un Corbyn trasnochado y patético hasta que se han dado de bruces con las urnas, y son de la misma especie que las Almudenas Grandes o los Bardem de aquí, esos personajes bien alimentados y ricos que no dejan pasar la oportunidad de absolver los eventuales pecados de los comunistas de Podemos y de los independentistas de Esquerra si el resultado es un puto Gobierno progresista dedicado en cuerpo y alma a joder la vida al resto de los españoles que sin el dinero de estos vips de la ‘rive gauche’ caviar aspiran a una vida lo más confortable posible.
"El socialismo no es un elixir social. Es un veneno. Los británicos han acertado en rechazarlo y nosotros debemos hacer lo mismo. Los libres mercados y el capitalismo deberían ser nuestra causa"
Una vez conocido el resultado en Londres, el prestigioso economista americano Steve Hanke escribió un tuit que merece la pena reproducir: “El resultado de las elecciones en el Reino Unido es un recordatorio para el Partido Demócrata de Estados Unidos. El socialismo no es un elixir social. Es un veneno. Los británicos han acertado en rechazarlo y nosotros debemos hacer lo mismo. Los libres mercados y el capitalismo deberían ser nuestra causa. La prosperidad y la libertad deberían ser nuestro destino”.
Lo que ha ocurrido en el Reino Unido tiene varias explicaciones. Allí tienen memoria histórica, pero de la buena. La mayoría de la población recuerda los estragos causados por el socialismo a finales de los años setenta del siglo pasado, cuando el país tuvo que pedir la intervención del Fondo Monetario Internacional. No se les ha olvidado el famoso ‘invierno del descontento’, cuando la nación estaba acosada por las huelgas y prisionera de unos sindicatos levantiscos, y han detectado con razón que el viejo y ridículo Corbyn les proponía un horizonte parecido. Tan es así que el resultado electoral del Partido Laborista ha sido el peor desde principios de siglo, igual que cuando Thatcher devastó -y esto fue en 1983- a otro loco peligroso también adorado por los estúpidos intelectuales de todos los tiempos como Michael Foot.
Aznar y Rajoy, contra la crisis
En España, por el contrario, la memoria es selectiva, sectaria y como consecuencia irrelevante. Tenemos una opinión formidable de los años de Felipe González, aunque cuando abandonó el Gobierno, derrotado por José María Aznar, el país tenía un déficit público del 7%, una inflación galopante y un desempleo por encima del 20%. Pero sobre todo hemos olvidado con una ligereza escalofriante los años de plomo de Zapatero, cuando la nación estuvo a punto de ser intervenida por la Unión Europea. La gente, la estúpida gente que nos acompaña, cabría decir, recuerda más los recortes y los ajustes que tuvo que afrontar el señor Rajoy para combatir la debacle provocada por la mayor destrucción de tejido productivo de la historia que al causante y promotor de la masacre colectiva y social, el señor Zapatero.
Aún hay mas diferencias con el Reino Unido. Un sondeo realizado hace no mucho tiempo por el Pew Research Center sobre el sentimiento acerca del capitalismo en 50 países revelaba que en España el 51% de los encuestados era hostil. Ante la pregunta “¿está usted de acuerdo con que casi todo el mundo vive mejor en economías de libre mercado, aunque algunos sean ricos y otros pobres?". En el Reino Unido la mayoría contestaba afirmativamente mientras que en España ocurría lo contrario, ¡¡como en Argentina!!
En nuestro país también sucede que hay más personas activas que viven de la nómina del sector público que de las empresas privadas, y estas son circunstancias que ayudan a entender nuestras actitudes, que son completamente anómalas y antinaturales. Éste, y no otro, es el veneno del socialismo del que hablaba Hanke y del que deberíamos huir a toda costa pero que está profundamente inoculado en la sociedad española, y desgraciadamente entre los jóvenes. Entre nuestros hijos.
Los resultados de la encuesta son realmente sorprendentes porque el apoyo al sistema capitalista es franco y notorio entre las naciones en vías de desarrollo. En España, en cambio, donde disfrutamos de la economía de mercado desde hace décadas, donde hemos dado un vuelco espectacular a mejor desde los estándares de vida de la dictadura somos, sin embargo, uno de los países más anticapitalistas del mundo. Puede que tal hostilidad tenga que ver con la cruenta recesión que hemos padecido recientemente. Yo pienso, sin embargo, que tiene un carácter más estructural y estrechamente relacionado con el daño moral causado por el Estado de Bienestar. El sistema elefantiásico de protección social que disfrutamos, y que todavía el señor Sánchez y su próximo vicepresidente Iglesias se proponen aumentar, ha destruido la cadena de incentivos que pone en marcha a las personas para, buscando su propio interés en pos de su progreso individual y el de su familia, proporcionar al tiempo el mejor resultado para la comunidad.
En el mundo occidental hemos construido un modelo que ha dado como resultado la cultura de la queja. La droga de la comodidad
Como estamos viendo en Chile, la nación más próspera de América Latina, o aquí en Europa, en Francia, allí donde se vive mejor la gente parece estar crecientemente descontenta, mientras en los países más pobres se aprecian los avances imparables en calidad de vida que proporciona el sistema capitalista, el objetivo último es la superación de la pobreza y la desigualdad es consideraba una cuestión accidental y en todo caso menor.
En el mundo occidental hemos construido un modelo que ha dado como resultado la cultura de la queja. La droga de la comodidad. Como la gente está acostumbrada a depender del Estado desde que nace hasta que muere, resulta insólito que aflore la capacidad innata de todas las personas por emprender, por innovar y por crear riqueza. Y este es el veneno del socialismo. Por eso perdemos competitividad y entramos en estado de ansiedad ante los efectos supuestamente insoportables de la globalización, el empuje de las nuevas tecnologías y el resto de las innovaciones que tanto bien reportan a los países en desarrollo, y que aquí vemos como una amenaza.
El señor Johnson ha ganado de manera inapelable las elecciones en el Reino Unido. El señor Johnson ha derrotado inapelablemente al socialismo. Esta debería ser una buena lección para los candidatos del Partido Demócrata de los Estados Unidos que pugnan por convertir América en el país socialista que nunca fue, así como para los políticos de nuestro reino, a punto de adentrarse por el camino extremadamente peligroso de un radicalismo que, además de poner en cuestión el orden constitucional que nos ha proporcionado cuarenta años de paz y de progreso, propone transitar hacia un sistema fiscal confiscatorio, aumentar un gasto público que ya es absolutamente desproporcionado en relación con nuestra renta per cápita, y que insiste en un mensaje cultural de dependencia del Estado muy nocivo para los ya cautivos y desarmados jóvenes de la nación.