El otro día comentaba un contertulio en un programa de radio el gran interés con el que un sobrino suyo celebraba los actos de conmemoración de la muerte de Franco. Lo vivía como una gran novedad, como algo que se nos hubiera olvidado y que había que conmemorar porque nunca se había reflexionado debidamente sobre el asunto. He aquí una de las ventajas de la edad: yo he transitado esos 50 años –y alguno más–, y la muerte de Franco y lo que ocurrió después no me es ajeno. Al contrario, forma parte de mi experiencia personal.
Lo primero que es preciso preguntarse es: ¿Qué estamos conmemorando en 2025, exactamente? ¿Una muerte? De acuerdo con el objetivo declarado por el mismo Pedro Sánchez el pasado 10 de diciembre en el anuncio de la programación de los actos -llamados “España en libertad”-, se trata de "poner en valor la gran transformación lograda en este medio siglo de democracia y homenajear a todas las personas y a todos los colectivos que la hicieron posible", añadiendo que “esa victoria nunca es definitiva” y que “existe un peligro real de involución”. Además, “la involución crece allá donde se pervierte el sentido de una de las palabras más hermosas de la lengua española: ‘concordia’, porque no hay concordia cuando se equipara a víctimas con verdugos, cuando se perpetúan mentiras históricas o se pactan leyes con quienes son enemigos de la libertad y la igualdad”.
Cuando comenzó la democracia
Pero a (casi) nadie se le puede ocultar que la magna serie de celebraciones no se corresponde con lo trasmitido mediáticamente, entre otras cosas porque la democracia no comenzó con la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, sino unos cuantos años después a consecuencia de una decisión política tomada por quien podía hacerlo (el Rey), un proceso político modélico liderado por un político nombrado por el Rey (Suárez), unas elecciones libres (junio de 1977) y una Constitución (1978). Franco murió tranquilamente en la cama y no fue precisamente el partido del actual presidente el que más se destacó en la lucha antifranquista (sí el PCE y otros partidos), aunque sin duda en el posterior proceso de transición a la democracia tuvo una decisiva participación.
¿Entonces?
Siendo generosos, podríamos entender que se trata de un acto de desagravio a las víctimas de la dictadura y de rechazo al franquismo que pudiera quedar pendiente, pero ¿qué fue la Transición sino precisamente eso? Llegar a acuerdos y compromisos, superar agravios de ambos bandos) y alcanzar una reconciliación histórica. Sin duda, tras cuarenta años de dictadura, había muchas cosas que reparar… pero es que se hicieron notables esfuerzos para esa reparación. Breve recordatorio: Ley de Amnistía de 1977 (liberación de presos políticos y la anulación de delitos de intencionalidad política cometidos durante la dictadura); Ley 37/1984, de 22 de octubre, de reconocimiento de derechos y servicios prestados a quienes durante la guerra civil formaron parte de las Fuerzas Armadas, Fuerzas de Orden Público y Cuerpo de Carabineros de la República; la Proposición no de Ley de 20 de noviembre de 2002, sobre el reconocimiento moral de todos los hombres y mujeres que padecieron la represión del régimen franquista por defender la libertad y por profesar convicciones democráticas; Ley de Memoria Histórica de 2007; La ley de Memoria Democrática de 2022.
Se trata de señalar al otro como malo y causante de todas las desgracias por cosas periclitadas a ver si así se pasan por alto las tropelías del presente y se hace una identificación mental entre partidos de derecha y Franco y creamos una oportuna fobia electoral
¿A qué vienen, entonces, estas magnas conmemoraciones de algo que de lo que ya os hemos reconciliado y a lo que no hay necesidad de volver? Han acertado: es que no se trata de reconciliar, sino de dividir, de exacerbar los sentimientos y las bajas pasiones. Lo que podría solventarse con un acto académico o una efeméride histórica debe ser resaltado como un instrumento para justificar la posición política de quien hoy detenta el poder porque prefiere usar los argumentos del pasado (que muchos ignoran) porque no se pueden dar argumentos con los hechos del presente, plagados de cambios de opinión, trampas, deslices autoritarios, colonización de las instituciones. Se trata de señalar al otro como malo y causante de todas las desgracias por cosas periclitadas a ver si así se pasan por alto las tropelías del presente y se hace una identificación mental entre partidos de derecha y Franco y creamos una oportuna fobia electoral, con la añagaza urdida contra “los otros” de que si se atreven a manifestar que no les parece demasiado oportuno tanto acto contra Franco caerá sobre ellos la trampa de la pegajosa etiqueta de “franquista”, de la que difícilmente te puedes desprender con la elitista desprecio de decir que es un argumento de reductio ad francum, similar al clásico de reductio ad hitlerum (falacia argumentativa).
'Mentiras históricas'
Y si es necesario manipular y exagerar el pasado, no hay problema. Lo más llamativo es la fijación con el autoritarismo y los modos del difunto Franco cuando, paradójicamente, en muchas de sus actuaciones se percibe el tufillo de aquello que tanto se rechaza: el proteccionismo al inquilino (la famosa prórroga forzosa y ahora la desprotección al propietario y el tope de rentas); la censura (entonces la que se llamaba así y ahora la “estrategia de la lucha contra la desinformación”), la sobreprotección a los contratos de trabajo, la falsa moralidad y la correspondiente cancelación social, la invasión de todos los resortes del Estado…. ¡Y resulta que se pretende luchar contra las “mentiras históricas o se pactan leyes con quienes son enemigos de la libertad y la igualdad”!.
Tendremos que aguantar, una vez más, estos despropósitos, aunque parece que vienen vientos de cambio de lo woke y de lo bolivariano, de lo políticamente correcto, de la negación de la evidencia y del intervencionismo. Lo malo es que no sabemos si lo que vendrá será mejor que lo que tenemos.