Reacciones “histéricas” de Felipe González y Alfonso Guerra. “Sobreactuación dramática de Núñez Feijóo”. Palabras pesadas escritas para desacreditar a quien discrepa. Chabacano trincherismo periodístico que oculta elementos de la realidad, esenciales para que el ciudadano se forme un juicio equilibrado. Por contra, ningún epíteto subido de tono que reproche a quienes nos gobiernan los sistemáticos cambios de opinión, susceptibles de ser considerados fraude electoral. Tampoco ni una sola crítica, siquiera mesurada, contra el uso imprudente de la confrontación política y social como herramienta de poder. Más bien todo lo contrario: justificación cotidiana de lo injustificable. No reconozco a mis clásicos. Quizá porque hace tiempo que dejaron de serlo.
Los editoriales del “periódico de referencia” son sólo una muestra de la enfermedad que corroe la credibilidad del periodismo español, debilitado en muchos casos por unas finanzas escuálidas y al que el poder político en democracia, primer interesado en garantizar la buena salud de la libertad de prensa (bonita teoría), no es que no ayude a buscar alternativas que refuercen su independencia, sino que lo que ofrece son ominosas -y costosísimas en términos de credibilidad- vías de rescate. Una de las consecuencias más visibles de esta situación es que una parte de los medios, y de los periodistas, han aparcado uno de los principios fundamentales del oficio: a quien se debe controlar de forma prioritaria no es a la Oposición sino a quien ejerce el poder. En lugar de cumplir con esa norma básica de la profesión, se asume el papel de correa de transmisión de intereses políticos, de sus consignas, a veces de sus mentiras, de su lenguaje amenazante y de decisiones irresponsables que afectan a la convivencia.
Hay una prensa que se presenta como libre pero es peor que la vieja prensa de partido, porque bajo un falso hábito de independencia camufla su sometimiento
Hay una prensa que reclama para sí el monopolio de la verdad pero en lugar de apaciguar la confrontación la alimenta, en vez de reivindicar el acuerdo, como mejor opción de progreso colectivo, promueve el desencuentro, y lejos de favorecer el respeto a la pluralidad de opiniones se aplica, con insólita contundencia, a denigrar a quien disiente. Una prensa que se presenta como libre, pero que es peor que la vieja prensa de partido, porque bajo un falso hábito de independencia camufla su sometimiento; una prensa que contribuye más que ningún otro actor de la vida pública a fomentar una polarización infame, fortaleciendo las posiciones de los agitadores más radicales y sin conceder el menor espacio a quienes defienden la centralidad. Da igual hacia qué lado miremos.
Nada nuevo bajo el sol si giramos la cabeza hacia nuestro extremo diestro: van de frente, con los correajes bien puestos, repartiendo carnés de patriotismo estrecho. La novedad es que se han convertido en unos maestros de la provocación en redes sociales. Son peligrosos, pero se les ve venir. De lejos. En cambio, su antítesis es más sinuosa, y quizá por eso tanto más nociva. Esta, la antítesis, ha desertado de sus obligaciones básicas, pero expide en régimen de monopolio certificados de progresismo. Se trata de una cierta prensa que, al dictado del poder, se ha desempeñado con ahínco en la tarea de deslegitimar la alternancia como método de limpieza de los desagües y de renovación política; o exacerba el miedo a la ultraderecha mientras edulcora los riesgos que para la democracia en general, y para las clases medias y trabajadoras en particular, tienen las propuestas del populismo de ultraizquierda. Una prensa que ha asumido, como posición editorial propia, la tesis (inducida) de que para evitar el incremento de la tensión en Cataluña merece la pena correr el riesgo de provocar un choque social sin precedentes en el conjunto de España.
Esa prensa se prepara para intimidar a los jueces que, en legítimo uso de sus atribuciones constitucionales, osen cuestionar la legalidad de la amnistía
Hay una prensa, supuestamente progresista, que piensa que la manipulación de los medios de extrema derecha es más grave que la practicada desde sus tribunas. Hay una prensa que nada tiene de progre, por muy convincente que sea el disfraz, a la que no parece importarle demasiado la repetida advertencia de que la inestabilidad política, la inseguridad jurídica y la confrontación permanente -o sea, lo que parece que se nos viene encima-, conducen a las naciones a la decadencia, y a sus gentes, en especial a los más débiles, a un acelerado empobrecimiento.
Esa prensa, que sirve para un roto y para un descosido, en la que el mismo abajo firmante es capaz de defender por la mañana que la economía va como un tiro y por la tarde replicar como un loro la supuesta jurisprudencia que, elaborada por los gabineteros monclovitas, justificaría la amnistía; esa prensa, es la que está acompañando al Gobierno en el proceso de deconstrucción y banalización de la Constitución, es la principal propagandista del desguace del modelo de separación de poderes, de la nueva función del Tribunal Constitucional como brazo ejecutor del Ejecutivo y del cuestionamiento de la Monarquía Parlamentaria, y va a ser la utilizada para intimidar a los jueces que, en legítimo uso de sus atribuciones constitucionales, osen cumplir con su deber y cuestionen la legalidad de la amnistía. Esa prensa será, junto a la pública -siempre bajo férreo control-, el instrumento elegido para convencernos de la inevitabilidad de una medida de gracia que anteayer rechazaba de plano. De hecho ya lo está siendo, y no podemos descartar que lo vuelva a ser cuando desde Moncloa toquen de nuevo el silbato; cuando, para alargar la legislatura, haya que defender que la soberanía ya no reside en el conjunto del pueblo español.
Y todavía nos extrañamos de que sólo el 28% de los españoles confíen en sus medios de comunicación (10 puntos por debajo de la media de la Unión Europea).