“Hemos tenido 129 presidentes de Cataluña, si lo comparamos con Estados Unidos: Barack Obama es el presidente 44º, mientras yo soy el 129º de Cataluña, un país que nació en la Edad Media", corría el año 2015 la caldera propagandística del procés se encontraba a toda máquina y Artur Mas echaba más carbón comparándose, desde una radio de Nueva York, con el principal y más carismático líder mundial. Cuando el líder de Convergencia presumía de los seis siglos y medio de antigüedad de la institución que presidía, frente a los poco más de doscientos años de la presidencia de George Washington, el nacionalismo catalán todavía estaba de resaca por la consulta del 9N y los fastos del tercer centenario del 1714, uno de los momentos de mayor intoxicación histórica sufragado con dinero público.
Todavía no lo sabíamos, pero todo esto era solo un prólogo de lo que estaba por venir. Este domingo se vuelven a celebrar elecciones autonómicas en Cataluña y Salvador Illa o Carles Puigdemont son los favoritos para convertirse en el próximo presidente de la Generalitat de Cataluña, según todas las encuestas. Si alguno de ellos consigue recabar los apoyos necesarios será investido presidente y desde la propia institución se le reconocerá como 133º president de la Generalitat. Una muy cuestionable afirmación histórica.
Según informa la propia Generalitat, para encontrar al primero de esta larga lista de presidents tenemos que remontarnos al siglo XIV, cuando Berenguer de Cruïlles, obispo de Girona encabezó la institución, llamada entonces entonces Diputación del General de Cataluña, entre 1359 y 1362. Después llega una larga lista de más de 100 hombres que se interrumpe en 1714 y no se vuelve a recuperar hasta 1931, con la figura de Francesc Macià en el contexto de la Segunda República: “La institución existió de forma plenamente consolidada desde 1359 hasta 1714 cuando, a causa de la derrota militar de Cataluña en la llamada Guerra de Sucesión -culminada el 11 de septiembre con la toma de Barcelona-, el rey de España, Felipe V, la suprimió. Desde entonces, en los antiguos territorios de la Corona catalanoaragonesa fueron impuestas las leyes de Castilla, con las formas de gobierno propias de la monarquía absoluta”, explica la web de la Generalitat.
Dicho relato pretende trazar una relación cuasimilenaria entre aquella Diputación y el actual gobierno, pero aquella Generalitat poco tiene que ver con la actual. Nacida para recaudar impuestos, posteriormente adquirió funciones políticas y jurídicas y, como sucedía en la mayoría de los reinos europeos, eran un organismo de interlocución con el monarca y representaban un contrapeso contra el poder regio. Estaba formada por diputados de los tres estamentos: eclesiástico, nobiliario y real (compuesto por representantes de ciudades y villas) y el catalogado como presidente nunca fue denominado como tal, sino que era el diputado eclesiástico de mayor preeminencia.
Por tanto, comparar este organismo medieval de carácter estamental con la principal institución autonómica catalana, con amplísimas atribuciones de autogobierno y cuyos representantes son elegidos por hombres y mujeres en sistema de sufragio universal, requiere de un importante salto argumentativo.
Además, el caso catalán está literalmente rodeado de instituciones similares que coexistían en la Corona de Aragón: la Diputación del General del Reino y Aragón y la Diputación General del Reino de Valencia, creadas y suprimidas por las mismas fechas que la catalana. Aunque la Comunidad Valenciana y Aragón han conservado referencias a dichas instituciones medievales, ambas contabilizan a sus presidentes desde la restauración democrática de 1978. Para el caso catalán, sí que podría ser exacto considerar las raíces de la actual institución en la Segunda República, momento en el que se se escogió el nombre de Generalitat para este órgano de autogobierno con unas atribuciones similares a lo que entendemos hoy por una comunidad autónoma.
Dichas instituciones tampoco eran una particularidad de la Corona aragonesa sino que eran muy frecuentes en los distintos reinos de época medieval y moderna. A nivel general, es muy difícil establecer una comparación entre el sistema de Cortes dentro de cualquier reino del Antiguo Régimen con los sistemas democráticos del siglo XX y XXI. Aunque existan coincidencias, muchas veces simplemente a nivel terminológico, son dos mundos muy diferentes.
La Historia siempre ha sido una de las bazas de legitimación política para naciones o instituciones, y desde estos objetivos políticos no se duda en retorcer el ayer y el significado histórico para amoldarlo a los intereses del presente. La Generalitat catalana tal y como la conocemos hoy en día no existía en la Edad Media. Igual de absurdo es buscar a un personaje del siglo VIII como Pelayo, o más atrás, entre los primeros monarcas visigodos, como el primer rey español como se hace desde el nacionalcatolicismo español. España, como entidad política, simple y llanamente, tampoco existía en aquella época.
El mito de 1714 como guerra de secesión
Volviendo a Mas y a aquel primer aliento procesista, septiembre de 2014 estuvo repleto de eventos institucionales que recordaban el fin de la Guerra de Sucesión española, con la caída de Barcelona a manos de las tropas borbónicas. El president inauguró los actos del tricentenario trazando una línea de continuidad entre los opositores al bando borbónico y su reclamación soberanista, declarando tener los mismos valores que “los héroes que lucharon y entregaron su vida en 1714: la libertad y la voluntad de autogobernarse”. “Las armas de entonces fueron las bayonetas y los fusiles; las nuestras son la democracia, los votos y las movilizaciones de nuestra población, armas hoy muy poderosas, las más poderosas que hay en las sociedades democráticas si las sabemos utilizar de la mejor manera posible, como estamos haciendo en estos momentos”, señaló Mas.
Uno de los hitos del nacionalismo catalán siempre fue la fecha del 11 de septiembre de 1714, hoy día nacional de Cataluña. Durante estos años de efervescencia nacionalista, el gobierno autonómico potenció el relato del 1714 como el de una guerra de secesión de Cataluña, en lugar de la conocida historiográficamente como Guerra de Sucesión española, en la que Austrias y Borbones se diputaron la Corona española.
El siglo XVIII entraba en la monarquía hispana de forma turbulenta con la muerte sin descendencia de Carlos II, de la casa Habsburgo. Las más poderosas casas reales europeas, Habsburgo y Borbón presentaron a sus candidatos y se enfrascaron en una larga guerra de carácter internacional en la que la mayoría de los territorios de la Corona de Aragón apoyaron al bando austracista. Fue por tanto un conflicto dinástico que enfrentó a los principales reinos europeos, con batallas más allá de la Península Ibérica. Presentarlo como una guerra de España contra Cataluña, como tantas veces se ha hecho desde el nacionalismo catalán, vuelve a ser un disparate.
xaxonem
Dadles la razón. Y que nos digan en qué condición social se encuentran más cómodos, teniendo en cuenta que la razón se les da a los niños, a los locos y a los borrachos. Y que dejen de dar la lata.
Sor Intrepida
Lo de la corona catalanoaragonesa no ha existido nunca.La Corona de Aragón si.
HUNTER
No sé cuántos de estos carguitos han habido, seguramente no lleguen a diez, pero lo que sí es seguro que la última media docena oscilaban entre cleptómanos, corruptos, charnegos acomplejados, analfabetos y golpistas.
Birmania
Si las embajadas de España no son capaces de emitir notas de prensa desmintiendo las mentiras históricas de cualquier analfabeto, será porque no son capaces de reconocerlas, porque tienen orden de no desmentir o porque están jugando al golf y para qué se van a molestar. Personalmente creo que sería oportuno que las embajadas trabajaran un poco en este sentido y no permitieran que cualquier mindundi invente la historia de España a su beneficio.