No me entusiasman las apariciones públicas de los papas. Incluso sólo unas pocas se me antojan excesivas. Querría que, como Pío XIII en The Young Pope, el romano pontífice estuviera circundado por una neblina, que tuviese su punto inaccesible, que se moviese en lo secreto, que rehuyera la televisión como se rehúye el ácido. Eso sería óptimo. Que el Papa no fuese una figura mediática más, que no se dejara ver, que apenas concediera entrevistas, que no visitase la ONU. Que no fuera popular.
No obstante, al final he visto Amén, el filme dirigido por Évole y producido por Disney +. He caído en la tentación, primero, porque M., a quien las intervenciones papales le parecen justas, muy necesarias y siempre exiguas, me imputa a menudo una epicúrea, insana indiferencia hacia los asuntos eclesiásticos y, segundo, por una fácilmente justificable curiosidad intelectual: el documental disgustó tanto a la izquierda progresista posmoderna como a ese difuso grupo habitualmente llamado "catolicismo conservador", y a mí esa coincidencia me desconcertaba. ¿Acaso las predilecciones de unos y de otros no están irremediablemente reñidas? ¿Acaso no existe la norma de que cuanto le gusta al progresista le disgusta, por añadidura, al conservador y viceversa?
Évole produce 'Amén'
El documental, como ya se sabe, lo dirigió Jordi Évole, que hizo el casting a su medida y no, ni mucho menos, a la del Papa. Entre los jóvenes que le hacen preguntas a este último hay tan sólo una católica ―llamo católico a quien, estando bautizado, frecuenta los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia― y luego, aparte, representantes de todas las minorías en las que cabe pensar: una lesbiana, naturalmente, una actriz porno, por supuesto, una no binaria, cómo no…
El Papa responde sobre aborto, matrimonio homosexual e ideología de género con un admirable equilibrio entre verdad y caridad
Entre tanta excepción, lo primero que uno echa en falta es algo, una miaja siquiera, de normalidad. Por mucho que Évole procurase ser representativo, que seguro que lo procuró, por mucho que procurase incluir a todos los grupos, colectivos, sensibilidades, que seguro que también, lo cierto es que no lo consiguió en absoluto. La sociedad es mucho más que la reunión de un puñado de minorías. Diez hombres corrientes con preocupaciones, anhelos, alegrías, dramas, ídem retratan mejor la realidad que diez miembros de cualesquiera colectivos. Cuando uno suma varias rarezas no obtiene normalidad, como cree Évole; tan sólo obtiene extravagancia.
Eso es lo que ocurre con el documental: es extravagante. Los jóvenes no le plantean al Papa las preguntas que le plantearía cualquier joven; le plantean las preguntas que le plantearía el miembro de un colectivo ideológico. Cualquiera que haya visto el documental termina con la incómoda sensación de una oportunidad perdida, con la certeza de que los temas más interesantes no se han tratado, mascullando para sus adentros que él habría hecho preguntas más sugerentes, más incisivas incluso.
Caridad y verdad
Al Papa le preguntan por el aborto, por el matrimonio homosexual, por la ideología de género, por los abusos, por el sacerdocio femenino, etc. y, cuando responde, logra un admirable equilibrio entre verdad y caridad. Si bien no les arroja a sus interlocutores la doctrina como si fuese una piedra, si bien elude el sermón, cumple escrupulosamente su deber de decir la verdad (llama "sicarios" a los médicos abortistas y dice que el sacerdocio femenino no puede ser). Acoge también a la actriz porno, pero no acepta su práctica, que moteja de "degradante". Realiza, en fin, el antiguo propósito de condenar el pecado y amar al pecador.
Quizá sea este el motivo de que la izquierda progresista y catolicismo conservador coincidan en su disgusto. Para ninguno de ambos Amén es suficiente. El progresista desearía que el Papa diese un paso más, que abjurase de lo que ha creído hasta ahora y bendijera lo que un católico no puede bendecir. No busca la acogida, sino el aplauso; no pretende un diálogo, sino una capitulación. El conservador, por su parte, querría que el Papa fuese un poco más explícito, que defendiese las verdades de la fe con algo de la pulcritud de Tomás de Aquino y algo del ardor de san Agustín. Querría que con la misma severidad con la que se refiere a las prácticas de algunos católicos se refiriese también a las prácticas de quienes no lo son.
Porque uno a veces sospecha que la caridad que el Papa predica para la "periferia" no aplica para el "centro", que la misericordia que reparte generosísimamente entre las ovejas descarriadas la escatima con el rebaño fiel. En el documental de Évole, Francisco critica en varias ocasiones a ese católico farisaico que no distingue entre pecado y pecador, a ese que ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, a ese que es muy diligente en el juicio y no tanto en el amor. Yo esta crítica la celebro, pero no puedo dejar de advertir una ausencia. Quizá el discurso del Papa habría sido más completo si hubiese añadido, primero, que la batalla se libra también en el corazón de cada hombre; segundo, que el fariseísmo nos seduce a todos, él incluido; y, tercero, que probablemente nunca esté uno más cerca de entregarse a él que cuando diserta en público, entre focos y cámaras, sobre el fariseísmo ajeno.