Miles de manifestantes derribaron, dañaron o descabezaron monumentos públicos a lo largo de la pasada semana. Las víctimas fueron personajes históricos como el rey Leopoldo II de Bélgica, el general confederado Williams Carter Wickham y el tratante de esclavos Robert Milligan. También se atacaron imágenes de Cristobal Colón y el primer ministro británico Boris Johnson ordenó proteger los monumentos en honor de Winston Churchill. Los Comunes de Ada Colau defendieron incluso desmontar la icónica estatua de Colón en Barcelona. Para comprender mejor el fenómeno, hablamos con el periodista e historiador Gonzalo Herrera Trasobares, que por su edad y su trabajo en la revista contracultural Vice puede darnos claves para entender este estallido de activismo proveniente del mundo anglosajón.
A lo largo de la charla, destaca la idea de que estamos ante un manera simple de disputar conflictos sociopolíticos complejos. “Es muy fácil ser el bueno y que el otro sea el malo absoluto, no hay mucho que pensar ni mucho sobre lo que reflexionar, y sobre todo no hay nada que aprender. Eso hace imposible entender los procesos históricos que nos han llevado a donde estamos, simplemente cambiamos un dogma ajeno por el propio; de esto va hoy en día el quitar los símbolos del otro”, lamenta. En el despiece final se recuerdan las investigaciones del artista plástico Rogelio López Cuenca, partidario de la alternativa cubana a los derribos, que explica con el ejemplo de una estatua de Fernando VII en La Habana.
¿A qué obedecen los derribos de estatuas en países anglosajones tras las protestas de Black Live Matters?
La destrucción de símbolos es una constante a lo largo de la historia de la humanidad. Normalmente, se destruyen los que representan al perdedor, al vencido, a aquel gobernante que ha sido sustituido por otro o cuya memoria se quiere impugnar. Hay muchas formas diferentes de hacerlo: desde la damnatio memoriae romana hasta el ISIS existe el mismo mínimo común denominador. Por otro lado, nuestras sociedades occidentales contemporáneas han hecho un esfuerzo enorme por acabar con cualquier tipo de conflictividad palpable, diluirla todo lo que se pueda es considerado como una clara muestra de progreso social. Hoy tirar una estatua no es algo que hace el vencedor de una guerra o quienes protagonizan una revolución, sino que responde a una corriente de opinión que poco a poco iba haciendo presión hasta que ese símbolo una día, simplemente, ya no estaba allí. También hay estallidos como los de Black Lives Matter o el de las personas de izquierda que arrancan placas de la Obra Sindical de la Vivienda franquista.
"Los mongoles inauguraron en 2008 una estatua de 40 metros en honor de Gengis Khan, que nadie derriba porque no hay un porcentaje significativo de gente que considere sus masacres un agravio", explica
¿Cuál es el conflicto oculto en esta oleada de derribos?
En mi opinión, tiene que ver con la tremenda dificultad que tiene los estados nacionales de asumir identidades multiétnicas. Como señala Anthony Smith en El origen étnico de las naciones (1991), los nacionalismos del siglo XIX son la traslación a la modernidad política de elementos propios de grupos étnicos muy determinados (una lengua, una historia, una cultura…). En el progresivo paso del Antiguo Régimen a los estados modernos, la pluralidad de leyes, instituciones y lenguas que se encuentran bajo un poder dinástico al final acaba siendo sustituidas por la identidad del grupo étnico dominante, bien porque es el más poderoso o el más numeroso. Entonces se convierten los elementos de ese grupo en la identidad de todo un estado nación, terminando con la pluralidad interna. Al fin y al cabo, una comunidad es dejar siempre a alguien fuera. En América Latina, una vez tienen lugar las independencias las diferentes realidades étnicas existentes (indígenas, criollos, mestizos…) todos estos grupos pasan a ser ciudadanos de los nuevos estados, pero las dificultades materiales que sufrían desde hace siglos no desaparecen. Por eso hoy veamos situaciones como la de Bolivia, en la que la reivindicación de lo nacional e igualitarista se llega a hacer en contra de la reivindicación de lo indígena, mientras que la constitución indigenista reconoce la pluralidad y niega que exista una única forma de ser boliviano.
¿Por qué estos derribos ahora?
En la segunda mitad del siglo XX, se introdujeron dos dinámicas que creo que nos llevan a donde estamos. Primera: la progresiva disolución del sentimiento nacional en una Europa en retirada de un mundo que hasta hacía poco había sido suyo. Segunda: la llegada de grandes contingentes población que podía identificarse muy poco con cómo se había construido hasta entonces la identidad nacional de su país de acogida (lengua diferente, cultura diferente, religión diferente, pasado colonial y por lo tanto el sentimiento de agravio, etcétera). La mayoría de blancos vieron cortados los puentes con todo lo que les hacía sentir parte de una identidad colectiva histórica que se remontaba a los galos o a donde fuese, independientemente de que sea cierto o no. En el extremo contrario, la población afrodescendiente, de origen norteafricano o latino reivindica su identidad de grupo y exige que esta se vea reflejada allí donde históricamente no había tenido mucha presencia o no había formado parte sustancial de la creación de la identidad dominante. ¿Cómo pretenden hacer eso? Impugnando la identidad del grupo dominante, para lo que encuentran motivos de sobra, como los hay para criticar a cualquier pueblo que haya existido sobre la faz de la Tierra. Llega un punto en que quien había asumido como suya la historia que ahora se está impugnando tampoco siente con la legitimidad moral para defenderse. Este es el conflicto de fondo, un conflicto ideológico, que tiene que ver con los cambios demográficos de las últimas décadas y con los procesos sociales que estos han generado y con cómo ciertos sectores políticos intentan capitalizarlo en pos de sus objetivos.
Hay quien defiende que hay casos donde los derribos están justificados (esclavistas, Leopoldo II) y otros en que no tanto (Colón, Churchill...)? ¿Quién y cómo debe dibujar la línea?
No es algo que responda a cuestiones morales objetivas. Por ejemplo, Gengis Khan mató a cantidades ingentes de seres humanos: la población de Irán pasó de dos millones y medio de habitantes a 250.000 y genocidios similares tuvieron lugar en China, donde parece ser que de 120 millones de habitantes se quedaron en 60 después de la conquista mongola. Sin embargo, en el año 2008 los mongoles inauguraron una estatua de 40 metros en su honor, que no se pone en cuestión porque no hay un porcentaje significativo de la población que considere que las masacres de Gengis Khan sean un agravio que deba ser reparado y que el personaje no merezca ningún tipo de honor. De eso depende que esté justificado o no quitar una estatua o destruir un símbolo, del poder que tenga el grupo. Por ejemplo, una buena parte de la izquierda española lleva décadas diciendo que el 12 de octubre no hay nada que celebrar y ha decantado ese mensaje en grupos importantes de la población a través de diversos productos culturales. Si al final quitan a Colón será porque ahora tienen fuerza, no porque ahora nos hayamos dado cuenta de que estaba mal.
En un artículo suyo sobre la Memoria Histórica española hablaba de la moral de los resentidos de Nietzsche...
En el caso de España, lo que vemos de primeras es un nombre realmente extraño. Cualquier historiador debería saber que la memoria no es Historia, que yo puedo tener un recuerdo que sea perfectamente falso. Se han abierto fosas porque se tenía el recuerdo de unos fusilamientos a manos de las tropas franquistas que al final resultaron ser personas fusiladas por los republicanos, y esas fosas se han vuelto a cerrar. Para que pueda haber una memoria real, una memoria que explique algo más allá de los mitos ideológicos que nos hemos creado, lo que tiene que haber es una indagación histórica real, en este caso, un análisis de fondo de lo que pasó durante la II República, sus luces y sus sombras, sus problemas estructurales etcétera. Pero lo que se ha hecho es, de nuevo, ideología. No ha habido en casi quince años la voluntad real de explicar nada que no sea una reducción simplista de todo aquello. Estudios serios podrás encontrar, como una obra colectiva que se llama El laberinto republicano (2012), pero los bestsellers son los panfletos de siempre y obviamente no encontraremos nada sustancial allí, ni en las numerosa series, películas, etcétera.
"La Ley de Memoria Histórica solo sirvió para incidir en la separación maniquea de buenos y malos, pero ahora invirtiendo los roles, como si fuese una perversa continuación de la mentalidad franquista", señala
Resumiendo: no circula suficiente información fiable
Escuchamos infinitas veces que “unos militares se levantaron contra el pueblo” como si las bases sociales que les apoyaban no existiesen, como si en el pueblo no existiesen los dos millones y medio de militantes de la CEDA, un partido católico, de extrema derecha y que proponía algo similar al austrofascismo de Dollfuss. Además hablamos del partido más grande de España -junto con el PSOE- y que fue más votado en las elecciones de 1933. Ya no es que se hable poco de Casasviejas, es que en la retaguardia republicana en Cataluña durante la Guerra Civil se mató a alrededor de 9.000 personas entre julio y octubre del 36, la mayoría de ellas ni carlistas, ni fascistas, ni franquistas; estos números no los verás si no vas al libro en cuestión a pesar de que los recopiló un historiador declaradamente antifascista como es Joan Vilaroya. Hablamos de casi tres veces más que el número de personas ejecutadas por el franquismo desde 1938 hasta 1953. Parece como si el hecho de reconocer que sí, que la II República cometía abusos o que una parte importante del PSOE de la época era experta en violencia callejera (antes incluso de que esta se generalizase) te convirtiese en poco menos que miembro de la Guardia de Franco. Para lo único que sirvió esa ley fue para incidir en la separación maniquea de buenos y malos, pero ahora invirtiendo los roles, como si fuese una perversa continuación de la mentalidad del régimen franquista de mantener a los españoles divididos en vencedores y vencidos, que ahora no son ni una cosa ni la otra, sino dos bloques de ‘hooligans’ ideológicos supuestamente condenados a no entender ni entenderse, y de ahí no salimos. ¿Por qué ocurre esto? Porque lo que se persigue es un objetivo político concreto del que los que la promovieron esperan obtener réditos, cosa que así ha sucedido.
Están surgiendo también voces que denuncian que el activismo español es muy entusiasta en defender las causas antirracistas de EEUU pero no tanto las de España.
Estados Unidos tiene una situación muy compleja a nivel étnico, con una historia muy diferente a la nuestra y una realidad política, social y económica que no tiene mucho que ver. La gente, en términos generales, sale a protestar por lo que le dicen que lo haga, normalmente con poca conciencia de las cosas que expresan y aún menos información. Hay quien dice que aunque sea así protestar contra causas injustas es loable porque hay así se solucionan cosas. Yo no estoy de acuerdo porque no tengo la capacidad de juzgar si lo que se supone que es bueno para hoy lo será mañana, cuáles serán sus efectos, etcétera. Quizás me llaman equidistante, pero prefiero ser realista y en general creo que una sociedad que solo pienso en lo que va a pasar el día siguiente y no en los próximos doscientos años no es una sociedad con mucho futuro. Para mí, la valoración moral de una causa no es algo que no cambie con el paso del tiempo y seguramente los manifestantes de dentro cincuenta o cien años pensarán que las causas por las que nosotros hemos salido a la calle son absolutas estupideces. Hay pocas cosas que no cambian nunca y la moral no es una de ellas.