Cultura

La escopeta del Nobel o cómo premiar sin gluten

Esto no es contra Dylan, es un alegato contra quienes lo eligieron para evitarse el debate, el inmenso marrón, de una obra como la de Roth.

El problema no es Bob Dylan, el problema es el lugar exagerado que se le ha hecho ocupar para quitarle el suyo a Philip Roth, uno de los mayores exponentes de la Gran Novela Americana, aparcado y ninguneado por una Academia Sueca que no quiere problemas, que prefiere premiar sin gluten, sin ofender a nadie, reafirmándose en lo obvio, en lo que no genera polémicas. Que Dylan sea un genio no es algo en discusión. El debate de fondo es que, siendo ya momento de un Nobel  de Literatura para Estados Unidos, el jurado de los Nobel no quiso quemarse las manos con una obra como la de Roth: incómoda, procaz y brutal. Era mejor la dulce rebeldía beatnick de Dylan; era más segura. En esa lógica, habría que pensar, ¿y entonces por qué Ginsberg o Kerouac no ganaron un Nobel también?

El problema no es Bob Dylan, el problema es el lugar exagerado que se le ha hecho ocupar para quitarle el suyo a Philip Roth, aparcado y ninguneado por una Academia Sueca que no quiere problemas, que prefiere premiar sin gluten

A veces vivo la sensación de habitar un fin de ciclo cultural, un largo estertor en el que los fuegos artificiales no celebran, sino que despiden un tiempo. Acaso como en el XIX, predomina el amaneramiento y la decadencia. Huele a demagogia, a igualación a la baja, a pan y circo. Y no porque Dylan no posea una entidad, ni mucho menos: es porque todos estamos de acuerdo en que lo es. Esto no es contra Dylan, es un alegato contra quienes lo eligieron para evitarse el debate , el inmenso marrón, de una obra como la de Roth, que se burla y ataca despiadadamente a un país que hoy atraviesa su momento más oscuro. Que Donald Trump haya llegado a la carrera hacia la Casa Blanca significa que algo no está bien; que la crítica de Roth tenía sentido. Otra vez, esa sensación de fin de ciclo, de algo que muere sin saber exactamente cuál vendrá. Más que lectores, el norteamericano Philip Roth tiene hoy  una extensa corte de agraviados.

Esto no es contra Dylan, es un alegato contra quienes lo eligieron para evitarse el debate , el inmenso marrón, de una obra como la de Roth, que se burla y ataca despiadadamente a un país que hoy atraviesa su momento más oscuro

Árido, a veces demasiado seco y brutal, Roth ha edificado una obra difícil y desasosegante. Desde que en 1959 publicara Adiós Columbus, la polémica y el éxito han marcado su carrera como la de ningún otro autor. A raíz de la publicación de ese volumen de historias de judíos-estadounidenses que abandonaron los guetos de sus padres y abuelos para ir a la universidad, trabajar y vivir en los suburbios, la crítica literaria se fijó rápidamente en el joven autor, tanto que el libro obtuvo el National Book Award de 1960. Nueve años después, las confesiones sobre el desasosiego y frustraciones sexuales de Alexander Portnoy –un hombre proveniente de la clase media judía de la Nueva Jersey de los años 40-le valieron a Roth los ataques de rabinos y feministas, los primeros le llamaron judío antisemita y las segundas misógino. En El lamento de Portnoy (1969) Roth se reía, a carcajadas, no sólo de las costumbres judías sino también del sueño americano. Y lo hacía a su manera, sin pelos en la lengua y con el uso excesivo y brutal de aquellas cosas que molestan, que incomodan. ¿Estaba dispuesta la Academia a meterse en ese lío?

Las confesiones sobre el desasosiego y frustraciones sexuales de Alexander Portnoy le valieron a Roth los ataques de rabinos y feministas, los primeros le llamaron judío antisemita y las segundas misógino. ¿Estaba dispuesta la Academia a meterse en ese lío?

Roth es lo último que nos queda de la época que desfallece, de ese siglo habitado por seres brutales que nos enseñaron que los hombres se mataban a puñetazos y que la muerte manchaba y apestaba. Philip Roth tuvo como maestros a Bernard Malamud y Saul Bellow; como contemporáneos a Thomas Pynchon, John Updike o Normal Mailer. Es el único superviviente de una generación decidida a crear la gran novela norteamericana. A diferencia de John Updike, el cronista de la clase media americana, Philip Roth concentró su energía en una ficción rabiosa y polémica. En su obra ha abordado y descrito la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el macartismo. "Su chorro de creatividad es casi shakespeareano", declaraba a finales de los noventa el crítico Harold Bloom. Atravesar la obra de Roth es atravesar el desierto del sueño americano haciéndose trizas. Dylan, en cambio, es la exaltación, el colorín-colorado, el bardo marginal que llega al centro del establishment.

Si peleamos por Roth, si hay agravio por la forma en que se ha ignorado al autor de El teatro de Sabbath (1995), Pastoral Americana (1997) y La mancha humana (2000) es porque invisibilizándolo, también se menosprecia el mayor compromiso de su literatura: incomodarnos, hacernos pensar. En sus libros, Roth nos obliga a mirar las cosas que no queremos ver: la muerte, la violencia, la enfermedad. Roth tiene la capacidad para hacer que el lector permanezca con los ojos abiertos ante los momentos más desagradables de la existencia cotidiana. Lo hace en Patrimonio (1991), cuando el narrador se convierte en testigo de la agonía y muerte de su padre. Lo hace en Elegía, título con el que regresó a su infancia y que retrata la epidemia de polio que asoló Estados Unidos durante el verano de 1941. Retomando el tema de la peste, tratado por Daniel Defoe y Albert Camus, Roth expulsa su bocanada más pesimista. Volvemos a la obligación de los ojos abiertos: leer cómo se cava una tumba, cómo el mundo es crepuscular y violento, cómo la gente muere a manos de otros. El mundo de Roth no le conviene a la Academia Sueca, que suma a su lista de oprobios un nombre más.

Que la secretaria permanente de la Academia Sueca, Sara Danius, tuviera que justificar y defender la lección de Bob Dylan como Nobel de Lietratura. Que ella misma admitiese que apenas y lo había escuchado, es la máxima confirmación de ese fin de ciclo que todo lo toca, que todo lo ablanda. Es el tiro de gracia de la escopeta que falla. Vivir sin gluten, pensar sin gluten, premiar sin gluten.

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