En Udine, el pueblo del Norte de Italia donde creció, Tina Modotti trabajó de obrera siendo prácticamente una niña. Recorrió las polvorientas carreteras de Estados Unidos, miserable y harapienta, una más de los inmigrantes europeos que viajaron a América. Encandilada por la idea del éxito y la fama, entró en el mundo del cine mudo, donde conoció a Edward Weston. De allí pasó a México, donde se convirtió en amiga y modelo de Diego Rivera, y en una entusiasta militante del socialismo. Todo eso en una sola vida, que a ella le dio para miles.
Esta historia, la de la fotógrafa Tina Modotti (1896-1942), le llevó a Elena Poniatowska cerca de 600 páginas poder contarla. Sin embargo, los detalles, las instantáneas de una vida como la suya, se revelan ante el espectador como el acto resultante de un acto reflejo. Quien así vive, así mira: intensamente. Sus fotografías son una extensión del corazón que empuja sus ojos en una dirección determinada para posarlos en un arroyo, un niño mugriento o un agave al sol. Si existe algo como una temperatura del ojo, la suya debía de ser puro fuego. Algo capaz de derretir el mundo, para retratarlo lleno de una nueva vida en la que no habíamos reparado.
Una parte de esa Tina Modotti queda a la vista en la exposición que la Fundación Loewe dedica a la fotógrafa, la primera individual en España. Incluida en el programa oficial de PhotoEspaña, la muestra se compone de medio centenar de fotografías de archivo así como de originales impresos en plata y platino. Éstas proponen un recorrido por el corto periodo fotográfico que Modotti desarrolló en México. Y sin embargo, aunque se ciñen a una época tan concreta, algo de todo cuanto ella fue aparece en cada foto.
Musa, actriz, modelo y activista política, Modotti es casi más conocida por su vida y relaciones que como fotógrafa y artista. Un flaco favor que se hace a una mujer compleja, adelantada a su tiempo, toda ella fuerza y belleza, y de cuya obra se exhiben, hasta el mes de agosto algunas, que no todas, de las fotos que ella extrajo de la realidad con su lente. En la obra de Modotti hay desde las escenas de áridos y desérticos paisajes que documentó junto a su amante, mentor y retratista, el fotógrafo estadounidense Edward Weston (1886-1958), de quien aprendió el uso de la cámaras y la impresión en plata y en platino, hasta la vanguardia de poetas, escritores y pensadores que orbitaban alrededor del México de comienzos de siglo.
Fue ella quien documentó los murales de Rivera, Orozco y Siqueiros, encargos del Gobierno mexicano para minimizar la tradición colonial europea y revalorizar la historia precolombina. Sin renunciar a la estética formalista aprendida de Weston, las fotografías de Modotti pasaron a mostrar un estilo personal con el que retrató la arquitectura y la sociedad de las zonas indígenas. Sus imágenes plasman el activismo social del que también tomó parte como destacada figura de la revolución cultural mexicana.
Acusada de participar en la muerte de su pareja, Julio Antonio Mella, Modotti abandonó México y antes de partir regaló su cámara a Manuel Álvarez Bravo, uno de los fundadores de la fotografía moderna, considerado hoy como el mayor representante de la fotografía latinoamericana del siglo XX. El distanciamiento de Modotti de la fotografía marcó otra etapa en su vida política, que desarrollaría entre Berlín, Moscú y España, donde trabajó como enfermera para el bando republicano durante la guerra civil.
Quien quiera que fuese la Modotti que volvió a Europa, la realidad es que no era la misma. Atrás había quedado la mujer nacida en Europa y otra todavía más fuerte se abrió paso en el México que miró con pasión y voracidad. Algo de esa mujer inmensa se respira en esta muestra, un recorrido por la brevísima etapa que la italiana dedicó a la fotografía en su vida. Sus bodegones y naturalezas muertas son capaces de extraer una retorcida y tenebrosa mano donde sólo parece brotar una rama. La Modotti, pintora sin óleos, toda una fiera. Un incendio en el cuarto oscuro.