En 2006 el filósofo materialista Gustavo Bueno editó un libro llamado Zapatero y el pensamiento Alicia. En la obra definía este como “un mundo distinto del mundo real, y no solo esto, sino lo que es más interesante, un mundo al revés de nuestro mundo, como es propio del mundo de los espejos”. Esta inversión de lo material, de las condiciones objetivas, dominó la presentación de Algo habremos hecho (Navona Editorial, 2024) escrito por la exministra Irene Montero en La Casa Encendida el pasado 11 de noviembre.
Montero en La Casa Encendida, es decir el conejo sonriente que vuelve a su escondrijo, fue todo un cuentecito de Lewis Carroll donde lo real se invierte a través de un espejo curvo. Estamos hablando, así, de un auditorio enfebrecido de “Irenelievers” que aplaudían todo, se llegaban a excitar con su musa y habrían tomado el palacio de invierno -o esa oda cutre al amianto que es la sede del PP en Génova- por ella. Respondiendo a cada soflama de Montero / Lerroux con frases de gran enjundia intelectual como “tiene razón”, “es la mejor” o “que malos fueron”, la marea de pelo unisex multicolor actúa como nerviosa serpiente arcoíris que emana un ambiente artificioso en una kermés tan sentimental como falsa.
En esta celebración de la mentira, de la ficción, la suma sacerdotisa fue la cronista Joana Bonet; quizá el arquetipo más lejano al desposeído generacional -con carrera aún sin trabajo- que fue nervio de las protestas del 15M. Esta disociación se coronó, también, con las blusas neocatecumenales de Bonet y Montero, las Grecas posgénero, que suponían metáfora alba de un nuevo puritanismo de madres, cuidados, “sí es sí”, cremita Nívea, y mimitos propios de un anuncio del osezno “Mimosín”. El contraste con las prendas que portaba el público, todavía bajo el embrujo de la “Mili Bohemia” que capitaneó (¡y se fumó de manera literal!) Manu Chao, era tan marcado que servía como alegoría pertinente de dos mundos, líderes de izquierda y masas obreras, cuyos caminos están ya separados.
Plétora de mentiras, pocas cosas suenan tan falsas, como tintineo débil de una campaña que jamás pudo tañer, que la presentación de Joana Bonet a Irene Montero. Esta fue literalmente la redacción de Isabelita Pérez Ramos, año 1956, cantando a la primavera en Soria delante de su profesor falangista poeta guaperas: “Está claro que la foto de la portada del libro es la política de las corbatas que choca contra la del blusón y la cera blanca (…) Una prenda que simboliza una historia de las mujeres que viene de lejos, una historia apuntada a través de los hilos, celebrando el alfiler, perforando el telar como modo de estar en el mundo (…) La imagen pertenece al 16 de febrero de 2023 con la aprobación de la ley trans. La historia, la intrahistoria, está explicada en este libro. Ella es Irene Montero, la gran madre de dragones”.
Irene, camisa blanca de nuestra esperanza
En todas las historias de Podemos, que tienen apenas biógrafos críticos (sólo Luca Costantini o el excelente y mesurado libro de José Ignacio Torreblanca), se ha hablado poco de la influencia de la ficción especulativa, ese espejo curvo, en toda la generación. Cuando Bonet llamaba a Montero “madre de dragones”, el título del personaje Daenerys Targaryen en Juego de Tronos, no pasaba de alegoría dispersa propia de una novelista, una muy mala novelista, para contentar a un público.
Ahora bien, hay algo de razón en cómo varias generaciones habían hecho suya la mentira, ya sea en papel o pantalla, como método de evadir la realidad y plan maestro de su futura política. Pocas imágenes más paradigmáticas, de hecho, que Pablo Iglesias entregando al rey Felipe VI las temporadas de Juego de Tronos en 2015. A falta de Marx, que casi todos ellos no habían leído en profundidad, bien valía un escritor de ciencia ficción y “fantastique” como George R. R. Martin: los Iglesias – Montero siempre prefirieron Tolkien que a Tamames.
Cuando el ortodoxo Santiago Armesilla, como consecuencia, los definió como “izquierda extravagante” acertaba gracias al conocimiento en las propias aulas de su profunda y muy pequeñoburguesa influencia anglosajona. Un síntoma: cuando Montero cita la utopía una y otra vez en esta obra confesional y da tan pocos datos expone a las claras como está envenenada por esta literatura rosa mentida como ensayo, véase Rebelarse Vende de Heath y Potter, que tuvo como génesis el alter mundialismo. En el evento Montero, incluso, se llegó a liar con una frase propia de Ionesco: “Es verdad que estos años han sido un libro, pero también es verdad que hemos sido capaces de hacer algunas de las cosas más bellas, y las hemos hecho en política, y nosotros también lo hemos hecho en nuestras vidas, creando una familia que ha creado mucha belleza”.
El axioma, que no resistiría un análisis de lógica aristotélica, es otro trasunto de la quijotesca “la razón (el motivo) de la sinrazón que a mi razón se hace” y que de tan desvirtuada resulta hilarante. No se sabe si habla de la familia, si ha creado niños a través de piezas de Tetris (sin género determinado, claro) o si su partido tiene una fábrica de metáforas llamada “Belleza Inc.”. Este adjetivo belleza, propio de un dictador latinoché saliendo al balcón para arengar a las masas (escena comodín de Valle-Inclán a Woody Allen), expone a las claras el carácter anumérico de un partido que se unió como proyecto estético imbuido de ensayistas poco datos a justificar sus fuentes como un Noam Chomsky que fue el particular Camille Desmoulins del periodo.
La retórica de telenovela de Montero y Bonet es la caída de la máscara de un movimiento que murió por el abrazo del oso de una socialdemocracia reforzada, hegemónica, que usó a estos literatos mediocres -nunca fueron ensayistas- como perfecto plan trazado por Miguel Barroso y José Miguel Contreras de vuelta a la Moncloa. La Irene Montero joven con diadema, camisetas medio rotas de lema “otro mundo es posible” y babuchas sáficas ha mutado quizá como vergüenza en una madre superiora de convento en tierra caliente gracias a un camisú que es camisa blanca de una esperanza que murió antes de nacer.
Esperanza, decía el filósofo político Gabriel Albiac, es la manera con la que los tiranos contentaban a unos plebeyos -a decir de Spinoza- que no podían romper las cadenas que los sujetaban. Pocas soflamas más derrotistas, más tristes, que aquella de una Montero casi sollozando en el evento: “Lo digo con humildad, pero también con la clara conciencia de que eso es lo que podemos: podemos deshacer lo que nos dicen que es imposible, y podemos tener la convicción profunda. Eso es la esperanza”.
Un “feministerio” bajo asedio
Llegamos, así, a la única parte interesante de las memorias: el intento del PSOE de destruir Podemos a través de una esfera mediática eficacísima y casi sectaria. Ni el pliego de fidelidad de su jefa de prensa Lidia Rubio -que ama a la Gran Hermana Montero-, ni las folletinescas menciones a la familia resultan interesantes para aquello que Joana Bonet juzgó clarividentemente, esta vez sí, “historia con mayúsculas”.
Esta comienza en el capítulo seis, “El `feministerio´ echa a andar”, y es una de las crónicas más honestas de lo que es vivir bajo el asedio mediático de la socialdemocracia. Iniciado por citas de Angela Davis y Rosa Luxemburgo, un poco metidas a martillazos, narra el periplo político de Montero y sus múltiples enemigos. Es una trayectoria idealista, de nuevo atravesada por la narrativa del cuento, que es amenazada por los múltiples lobos que acechan su acción política de feminismo radical. Es, también, un descubrimiento de la madurez: los incendios partidistas apagados con Estrella Galicia en tascas infames de Lavapiés, tan adolescentes, poco tienen que ver con la vesania corleonesca del PSOE de Sánchez.
Estamos hablando, en inicio, de la aprobación de la ley “sí es sí”, octubre de 2022, que rebajó los tipos penales (nuestro medio dio el dato de 121 excarcelados un año después). Eran demasiados para hablar de una “conspiración judicial reaccionaria”, concepto que popularizó en Podemos el periodista nacionalista Enric Juliana -que como buen vaticanista jamás creyó en la separación de poderes-, pero este fracaso legislativo es imposible de aceptar ya que rompería el “cuento de la criada” de todas las activistas.
En la página 196 se narra cómo Carmen Calvo expulsó al equipo de igualdad bajo égida de Montero en una discusión de la ley del “sí es sí”. Esta crueldad casi siciliana, con la excusa de dirimir “cuestiones técnicas”, rompe cualquier unidad del feminismo histórico, pero también demuestra el carácter de “niñatas insufribles” ganado por Montero y Belarra en el gobierno Sánchez. No miente Montero, la escena destila verdad, y se puede ver en el documental de Sánchez como nadie las llega a saludar en su llegada al previo del consejo de gobierno.
Quedaba, con todo, la última humillación: Calvo forzó a una reunión con el catedrático Francisco Javier Álvarez que les discutiría sobre “el consentimiento”; animalito posmoderno que enfrentaba a las distintas generaciones de legisladores. Es, claro, el enfrentamiento con un “señoro”, pero también un experto en derecho penal que conoce la legislación, a diferencia de una Montero cuyo currículo de derecho era y es inexistente. Esencialmente, Javier Álvarez temía la judicialización de cualquier conducta no requerida, en algo que también tiene de reconocimiento de la mujer como agente legal y no víctima constante.
Montero lo ve evidentemente como “una vergüenza”, lo dijo en el acto, pero pronto encontraría que ya tampoco tenía control sobre la prensa que la encumbró: el equipo de opinión sincronizada nació en estos tiempos para asediar al radicalismo de Podemos. A ello no ayudaron las campañas ridículas publicitarias de Igualdad -que increíblemente juzga Montero como hitos- con el Fary o la célebre publicidad veraniega donde robaron fotos de Instagram para regalar el contrato a una agencia amiga.
Por este fallo y otros muchos excesos de una ministra de soflamas peronistas y razón escasa, Evita Perón en morocha, Pedro Sánchez decidió activar la “operación Yolanda Díaz” como método de destruir Podemos. Sánchez, lo hemos visto en otro texto aquí, es estrictamente un conspirador nato que todos los días busca estrategias para constreñir a otros. Díaz, que ya había traicionado a medio Galicia a decir de ese loco honesto (pleonasmo) que es Beiras, era simplemente una ambición buscando pagador: siempre hay un Salvatore Tessio para un Emilio Barzini.
El retrato de la política gallega en el libro es el más cruel posible: la presentan gritando, aviesa en sus intenciones de poder y confirmación de la avanzadilla del plan destrucción de Podemos. En todas estas páginas jamás se dice que el PSOE y su líder actuaron de este modo ante una formación que iba a la baja en números electorales y que vio sacrificado al gran líder Iglesias en la pira electoral en mayo de 2021.
Así Sánchez la encumbró gracias un partido, prensa afín y unos reportajes de óbolo que en la actualidad se leen con perplejidad: pocas imágenes han tenido más crueldad que el cómico comunista, oxímoron, “FacuDíaz” en el mitin de presentación de Sumar. Su amistad con Iglesias solo duró la primera letra de la hipoteca: Díaz sí paga a traidores. La socialdemocracia, con todo, solo aplicó el estoque a una “alt-left” que era pálido reflejo de las esperanzas y mayorías del tiempo del 15M. Pocas frases más crueles, propia de Fouché, que aquella de Pedro Sánchez en el documental de El País y que se ha reproducido poco en los medios: “El feminismo permanente, Irene Montero es contingente”.
El cuento se acaba
El caído Íñigo Errejón, ese tipo aniñado y erotómano que tenía en su cabeza un estado (no precisamente democrático), dejó escrito en su tesis doctoral sobre la política en Bolivia que el poder de Evo Morales allí “descansa en su capacidad exclusiva de interpelar en su relato nacional a una amplia mayoría”. Inteligentemente, Errejón decía que el socialismo populista se elevaba “por encima de las fracturas posibles de clase, etnia y región” como el “pueblo” contra la “oligarquía antinacional”.
Era el regreso del viejo discurso lerrouxista, mucho antes de Perón, donde invocaba a esa “hermosa legión de rebeldes, por los santos destinos. por los nobles destinos de una gran raza”. Pero era también una necesidad de construir sumas sociales o nacionales por encima de micro identidades ya que solo una alianza integral podría tomar el poder. Más de diez años después, Unidas Podemos es un partido que solo agrupa a mujeres radicalizadas, hombres deconstruidos con graves problemas de autoestima, activistas de género fanatizad@s cuya ideología es la castración propia y ajena y que ha sido juzgado como PYME unifamiliar tras sus incesantes purgas.
El cuento de Calleja del viejo podemismo, como consecuencia, ya no es creído por nadie y cualquier artículo en Facebook o X de los viejos dirigentes le cuesta llegar a las 1.000 notificaciones. En el evento, otro síntoma, la propia Irene Montero ya no invocaba una hegemonía política de Podemos, sino el mantenimiento de la coalición progresista que evite el advenimiento de la extrema derecha.
Palabras sin eje alguno que se coronaron con una cita no de Lenin, ni siquiera de Ignacio Ramonet, sino de Eduardo Galeano; padre putativo del género de literatura política diabética: “sin soñar no hay ningún derecho”. El uruguayo, ese panfletista que vivió “un buen pasar” gracias a sus libros y el capitalismo según el gran liberal Jaime Bayly, era la llave que necesitábamos para entender “el pensamiento Alicia” de una Irene Montero que vaga evanescente en su reino onírico. Algún día se enterará que los españoles dejaron de soñar con ella.
malu.joaquin
14/11/2024 14:03
Pero realmente, ¿qué es lo que has hecho bien tú y tu pandilla? Si desde que entrásteis en política todo ha ido peor.