“Todo el mundo recibe esta novela con alivio, porque en este país están todos de muy mal humor”, dice el escritor peruano Santiago Roncagliolo sentado en un blanco sofá del Hotel de Las Letras. Lleva traje y corbata. También barba. Él, como Óscar, el personaje de su última novela, ha crecido, al menos eso dice. “Y hasta he aprendido a hablar catalán”, remata el novelista, que desde hace unos años vive en Barcelona.
En la que se convierte ahora su quinta novela, Oscar y las mujeres (Alfaguara, 2013), el autor de Abril Rojo (2006) plantea una comedia: Óscar Coliffato, un excéntrico y maniático guionista de telenovelas debe escribir el guión que le devuelva la gloria de otros tiempos. Pero tendrá que enfrentar una crisis creativa –y existencial- a raíz del abandono de Natalia, la mujer con la que convive hace seis años. Para recuperarla debe también recuperar su vida, salir a la calle que tanto detesta y en la que consigue de todo: una vecina iluminada por los libros de autoayuda; el productor que le exige una novela perfecta y barata; una prostituta enviada por su jefe para hacerle sobrellevar su desamor y Matías, un hijo adolescente que tuvo hace 13 años y al que no conoce.
Ligera pero no plana; hilarante pero, sobre todo, muy irónica, Oscar y las mujeres supone un cambio de registro en un autor que se dio a conocer con Abril rojo (Premio Alfaguara, 2006) donde recrea el Perú castigado por los asesinatos del Sendero Luminoso, y La Cuarta espada, la historia de Abimael Guzmán. Santiago Roncagliolo no teme los riesgos, al menos literarios, y se propone, después de su novela Tan cerca de la vida (2010) y El amante uruguayo. Una historial real (2012) -la biografía de Enrique Amorim- escribir una historia paródica llena de reveses y peripecias.
-Venías de la biografía El amante Uruguayo y también de Tan cerca de la vida, una novela sobre el amor. ¿Por qué una comedia?
-Para mi novela anterior estuve un mes en Japón, para El amante uruguayo estuve también un mes entre Argentina y Uruguay. Además de los viajes de promoción: hablando de ti mismo, de tus libros y de lo listo que eres. Me di cuenta de que me había olvidado del cumpleaños de mi hijo, de mi hija, de mi esposa, de mis padres. Volvía a casa y mis niños ya eran gente diferente. Yo me había perdido cosas. El proceso de Óscar es como el mío. Se da cuenta que su vida real no está en lo que escribe, sino que está allá afuera y tiene que ir a buscarla, recuperarla, como a su hijo, como a Natalia, como a Beatriz. O tener amigos, como Nereida. Yo tuve que hacer un largo proceso de volverme un adulto normal: viajar menos y aprender a conducir un coche, a llevar una contabilidad y a hablar catalán, porque vivo en Barcelona. En el fondo, de esto habla Oscar. Es una parodia de mí mismo en el intento de tener una vida normal.
-Sin embargo, le has colocado a Óscar la fulminante tarea de las relaciones, un tema que le resulta imposible llevar de una manera saludable y real. ¿Qué es esta novela, también una parodia del amor?
-Óscar es una metáfora de la decadencia masculina. El varón es una especie en extinción. Me contó un sexólogo que la mayoría de sus pacientes eran hombres que no podían lidiar con mujeres demandantes y que les decían qué vida sexual querían. Y ellos sufrían. Veían porno para tener una referencia pero nunca llegaban al rendimiento del porno, y se deprimían más. Pero incluso, de una manera más trágica, hace unos meses, le dispararon a una chica en Pakistán porque hacía campaña para que las niñas fuesen al colegio. El hombre está aterrorizado ante lo normal, que la mujeres tomen sus decisiones, decidan cómo quieren vivir, cómo quieren follar y Óscar representa eso.
-A la vez que escribe algo, tan casposo, como una telenovela .
-Óscar hace estas telenovelas súper arcaicas, de modelos femeninos muy antiguos y se siente cómodo allí porque es el mundo que entiende. No comprende el mundo de las mujeres reales, las cosas que quieren y piensan. Es una encarnación de la decadencia masculina y eso se expresa en el amor. Él hace historias de amor perfectas, porque no puede tener historias de amor reales. Hace historias de amor para mujeres que ya no existen, para mujeres que nunca existieron y él tiene que aprender a relacionarse con mujeres de verdad, que son imperfectas, tienen defectos.
-Un lector militante podría decir que esta es una novela machista, pero no hay personaje más pusilánime y endeble que Óscar.
-Es una novela sobre lo ridículo y lo absurdo que somos los hombres. No creo que existan novelas tan masculinamente suicidas como ésta y también eso me importaba. En el ultimo año todos los libros parecen ser sobre mujeres Las sombras de Grey, los libros de María Dueñas, que respeto, no tengo problema con ellos, pero pensé, precisamente, creo que es hora de escribir sobre los hombres. El resultado va a ser inevitablemente una comedia ácida, pero es lo único que se puede hacer con este material.
-El humor era la herramienta ideal para un libro digerible, de buena respuesta comercial, ¿no?
-El humor siempre me ha parecido una manera de hablar de las cosas serias. Antes, los escritores de la generación de mi padre tenían grandes discursos, eran socialistas o liberales, pero si tienes mi edad, tú has visto derrumbarse todo: el muro de Berlín, que Wall Street era un nido de víboras. Lo único que te queda para hablar con inteligencia de las cosas es el humor. El humor es el último refugio ideológico que nos queda.
-¿Está superada para ti la novela política?
-No, de hecho estoy escribiendo algo bastante político. El amante uruguayo también es un libro sobre las relaciones entre artistas y el poder, pero los latinoamericanos tenemos una tradición de escritores políticos que degeneran en figuras políticas y yo no quiero ser eso. No tengo ningún problema en hablar de política, opino de las cosas y me meto en líos por opinar, pero lo hago como un vecino, como un ciudadano. No quiero ser alguien con un gran discurso, eso sería engañar a la gente. Soy demasiado escéptico como para ser un intelectual de los años sesenta y creo que tampoco es necesario, en los años sesenta y setenta alguien tenía que decir que, por ejemplo en Argentina, estaban metiendo a la gente en aviones y tirándolos por la ventana. O que en Chile los metían en estadios y los torturaban. Afortunadamente vivimos en un mundo hispano más civilizado que ése y hay mucha gente que puede hablar y decir las cosas.
-Has tenido muchos registros: ficción, periodismo, biografía, cuento. ¿Te ves a ti mismo como un escritor coherente?
-¿Ser coherente es bueno? … Lo que pasa es que cuando una novela va bien, todo el mundo quiere que hagas la misma 20 veces. Muchas veces lo que parece coherencia es presión del mercado. Tu editor y tu público quieren que hagas el mismo libro. Yo prefiero correr riesgos. Se trata de explorar nuevos mundos, nuevas experiencias y tengo suerte porque eso ya es el estilo. La gente sigue mis libros preguntándose qué habrá ahora. En otras artes es bastante común, David Bowie cambiaba su estilo en cada disco; Picasso cambiaba; Kubrick también. Y en la literatura no se hace, eso es raro.