Cultura

Pablo Iglesias: otras memorias en la ‘tradición oculta’ de los perdedores

‘Verdades a la cara’ (Navona) es un cuaderno melancólico que sigue una tradición histórica de políticos utópicos españoles

En el año 1874, apenas meses luego de caer la muy efímera Primera República, Francisco Pi y Margall publicó sus memorias como presidente en este turbulento periodo. Su promesa de redención federal había fracasado desde abajo y el pensador catalán escribió un pliego más triste que vengativo frente a sus enemigos del partido y oponentes políticos. En la introducción, fuera de análisis más exculpatorios que agudos, exponía sus motivos para este curioso volumen: Volvía los ojos a mi partido y no veía sino dudas, vacilaciones, desconfianzas, cuando no injurias; los volvía a los partidos enemigos, y no los hallaba dispuestos más que al ultraje y la calumnia. Hemos llegado a tiempos tan miserables que para combatir a los contrarios no se repara en la naturaleza de las armas que se esgrimen: nobles o innobles, aquellas son tenidas por mejores que más pronto derriban al que hacemos blanco de nuestras iras”.

Margall no lo podía saber, pero consolidaba una tradición oculta de perdedoresen la izquierda de la historia de España con la cual han hecho fortuna historiadores como García de Cortázar o Santos Juliá. A medida que la lucha política dejaba fuera del marco a muchos políticos ambiciosos, se han visto textos exculpatorios en donde se ven vidas como caudalosos ríos que se secaban antes de llegar al mar del poder. La Guerra Civil, tal como cuenta Pío Moa en su mejor libro, provocó también un aluvión de memorias donde los políticos republicanos se acusaban unos a otros de las mayores barbaridades.

En 2021, con la derrota clamorosa de Pablo Iglesias en las elecciones autonómicas de Madrid, se ha reactivado esta tradición de pliegos justificativos, aunque en el estilo afligido de Pi y Margall. El título vehemente de la obra, Verdades a la cara, no se corresponde con un contenido donde abunda más la descripción apesadumbrada que el ataque a los adversarios. No, el Iglesias de este 2022 no es el que citaba a Robespierre en el inicio de Disputar la democracia en 2014, ni tampoco el bastante más socialdemócrata y casi nacionalista de ese gran ensayo “yugoslavo” que es Nudo España del año 2018.  “Verdades…” es una pieza alicaída, unas conversaciones editadas por el periodista Aitor Riveiro, donde Iglesias busca defender los avances “conseguidos” por Podemos. Poco titular jugoso, poco clickbait, da un texto que comienza con este pliego de intenciones: “En la revisión de los capítulos, yo mismo me asustaba de la crudeza y la violencia con la que expresaba algunas cosas. Más que añadir y completar, a lo que me he dedicado, básicamente, es a suprimir párrafos que me parecían demasiado. El resultado es lo contrario a lo que debería ser un libro de memorias fríamente calculadas y redactadas. Precisamente por eso, por las incoherencias, las repeticiones, los lapsus y los saltos propios del estilo oral, creo que este libro tiene mucho más que valor que nada de lo que yo hubiera podido escribir de manera meditada”.

Detrás de esa confesión se entrevé la pesadumbre de un fracaso inesperado y también una confesión inocente de su falta de proyecto político. Pablo Iglesias parece víctima de su ambición y también de aquello que se llamó “izquierda indefinida”.

Fuerza sin ideas

En un excelente libro sobre Podemos, con la mayoría de herederos de Gustavo Bueno, el politólogo y gran némesis de Iglesias, Santiago Armesilla, juzgaba que la cosmovisión del mundo” en la que surge Podemos es de origen socialdemócrata. Establece así a Ludolfo Paramio como nudo inicial de un mundo de politólogos subvencionados, “colocados”, y que obtenían prebendas a través de una discutible producción ensayística gracias a un circuito muy determinado y cerrado. Armesilla, incluso, recuerda maliciosamente la militancia de Juan Carlos Monedero del 82 al 86 en el PSOE negando así cualquier radicalismo en una formación que decía de un modo y actuaba de otro.

No es tanto una flecha vengativa contra los enemigos de su proyecto sino una confesión inadvertida de desconocimiento de las redes profundas del país y, en cierto sentido, de cansancio político

Confirmando este juicio “ortodoxo”, existe una gran confusión de conceptos en “Verdades…” donde no se sabe si Iglesias es comunista, socialdemócrata o peronista. Obra redactada en caliente, no es tanto una flecha vengativa contra los enemigos de su proyecto sino una confesión inadvertida de desconocimiento de las redes profundas del país y, en cierto sentido, de cansancio político. Una comparativa sencilla nos puede aclarar muchas dudas y así el Iglesias -en un tono parecido al legendario sketch de los mafiosos de los Monty Python donde estos intentan sin éxito extorsionar a un militar- que decía en 2013 en Intereconomía: “…cuando hablo con sociólogos de otros países lo que llama la atención de España es lo poquito que pasa: que no haya enfrentamientos todas las noches y disturbios, cócteles molotov, y todas esas cosas que ocurren cuando las crisis sociales se convierten en crisis políticas”.

…es totalmente diferente al que afirma este 2022 luego de la persecución “rancia” a su chalé en Galapagar: “Me lo pregunté no pocas veces en esos meses: ¿Si hubiera sabido que me iban a hacer esto habría asumido las responsabilidades que asumí? La respuesta la tengo clara: no. Porque esto no le compensa ni le merece la pena nadie”.

Es indudable en estos casi diez años un proceso de aburguesamiento, quizá inevitable, en el cual el viejo militante de izquierdas se preocupa por su descendencia y vida conyugal objeto de mil especulaciones. De hecho, el peor capítulo de estas conversaciones es su defensa numantina de la compra del casoplón, “Nunca nos hemos arrepentido…” llega a afirmar, y que tiene no pocos parecidos a la ideología derechista de la cual se hace sátira en la franquicia La Purga del realizador James DeMonaco o incluso en la olvidada Las verdes praderas de José Luis Garci.

Pero, volviendo a la política, ¿dónde quedaba el militante educado en el portal digital antisistema rebelion.org?  ¿Y aquel que usaba la obra ensayística de Toni Negri como ariete con aquella frase ambiciosa de “modificar las conciencias”? La mascota de Atresmedia.

Estas son unas memorias de alguien que es consciente de que ha sido engañado y solo fue admitido como “mascota” contra la derecha de un grupo de visires mediáticos que le han expulsado del paraíso tertuliano

En 2013 Pablo Iglesias se hizo célebre por sus apariciones en los diversos programas de La Sexta, convirtiéndose así en un representante “oficioso” del movimiento 15M.  En el jovial y agudo testimonio del diputado del PP catalán Joan López se recordaba a un Pablo que: “…conocía a todo el mundo en las instalaciones de la televisión de Planeta: desde los agentes de seguridad hasta las maquilladoras. Transitó por los pasillos haciéndonos de guía como Pedro por su casa. Su dominio del entorno era total, y su satisfacción al finalizar el debate, indisimulado, ya que este había discurrido por donde a él le interesaba…”

La fusión de La Sexta y el grupo mediático conservador Planeta se databa de dos años antes, 2011, pero eso no había impedido que se convirtiera en una plataforma de éxito para un joven profesor universitario con ambición de poder. El propio Iglesias se sorprendía de esta fama precoz en Una nueva Transición (2015) donde reconocía que se “conocía mi cara y no se conocía a Podemos” y hablaba todavía confiado de “la voluntad inequívoca de algunos periodistas que trabajaban en la Sexta” de buscar nuevas caras políticas. 

En menos de una década, este ambiente ha cambiado y el más destacado de esos “periodistas”, Antonio García Ferreras, ha pasado de convertirse en aquel que buscaba “pluralidad” a ser casi el principal enemigo de la obra. No busque el lector, en ese sentido, insultos contra Vox o el PP: estas son unas memorias de alguien que es consciente de que ha sido engañado y solo fue admitido como “mascota” contra la derecha de un grupo de visires mediáticos que le han expulsado del paraíso tertuliano. A ello añade, incluso, un elemento de desprecio intelectual donde señala a sus principales enemigos en la pequeña pantalla: “La derecha mediática aplica una lógica muy simple: ` ¿qué más da?´ Y dicen: a ti te ha financiado Venezuela, a ti te ha financiado Irán, tú te has hecho multimillonario por estar en política y tú eres el responsable del asesinato de un montón de ancianos. ¡Qué más da! Y eso Ana Rosa lo contará, Vallés lo contará y Ferreras lo dejará en duda”.

Es fácil invertir, en ese sentido, muchos conceptos de este párrafo y tener un telediario de Vicente Vallés clásico, pero sería errar en el análisis: el elemento más fascinante, el más precioso, de esta obra epitafio es el porqué del cambio de los medios de izquierda respecto a Iglesias. Y ahí, precisamente, es donde la pieza se convierte en imprescindible para la historiografía reciente del periodo. 

Porque Iglesias, sin saberlo, acaba de confirmar tesis de periodistas críticos con el falso progresismo de Atresmedia tan opuestos como el socialista Fernando Jáuregui o el ahora reaccionario Hermann Tertsch. El político morado, así, es consciente de ser un figurín de recambio para periodistas emanados del magma socialdemócrata y que jamás han tenido proyección pública so pena de quemarse: un fantasma recorre España y su sábana blanca ha sido tejida por Miguel Barroso y Miguel Contreras sin apenas puntada en la cual necesiten el hilo rojo de Iglesias.

El periodista hispano austriaco Hermann Tertsch juzgaba en sus memorias Días de ira bastante tiempo antes que Iglesias que García Ferreras es “muy mal enemigo”, mientras que Fernando Jáuregui ha dedicado varios libros a recordar cómo el crecimiento de este último se debió a su amistad personal con Zapatero más que por sus méritos intelectuales. Esta sustitución de los políticos con poder por los periodistas con autoridad, habitual en España desde aquellos 90 que dominaron Cebrián y Pedro J., según Jesús Cacho, convierte la posición de Iglesias en frágil y él sabe que a excepción de La Vanguardia todos le han dado de lado. 

Pocos testimonios más definitivos sobre este fracaso, así, que un capítulo sensacional donde recuerda que en la víspera de las elecciones generales de abril de 2019: “…se produjo una cena en casa del periodista Nacho Escolar con Errejón y Michavilla -el mismo Nacho me la confirmó-. Allí, por lo visto, Michavilla enseñó datos a Errejón que le aseguraban un buen resultado a su partido si se presentaba a las generales…”

La usurpación de aquel Iznogud que ha sido, es y será Errejón del papel de Iglesias como “chico del póster central” de todos los popes progresistas es la prueba definitiva de un invierno mediático que le lleva a la primera casilla: revivir su tertulia La Tuerka con el nombre de La Base pasados los 40 años.

La flaqueza del menchevique

La conclusión es evidente para cualquier lector informado o no de las peripecias de Iglesias: son más bien las cuartillas de un fracasado político que convierte en oro cual alquimista pepitas de cobre barato como la subida del salario mínimo o unas políticas feministas que han llevado a la división absoluta del movimiento luego de la Ley Trans. 

Al igual que en la obra de Pi y Margall, al cual acusaba Castelar de quedarse dormido al telégrafo en media revuelta cantonal, todos los errores dependen entonces de una estructura estatal densa, de un grupo de relaciones que no se pueden controlar  y que evitan la victoria de la coalición izquierdista que lleva “la verdad” (cita textual) al demos electoral. Con enemigos invisibles, en una teoría más conspiratoria que real y no tan distinta a las mitologías de su odiada “alt-right”, Pablo Iglesias se asemeja al personaje de Daniel Day-Lewis en La Edad de la Inocencia que no logra hacer su voluntad amorosa por la oposición de una sociedad que no comprende. 

Es, claro, una idea literaria de un político que creyó más que pensó, como era habitual en el decadente marxismo universitario en el cual se educó y que dominaron Carlos Berzosa y Heriberto Cairo (los particulares Marcuse -sic- del Campus de Somosaguas). Ahora bien, es difícil odiar a Iglesias gracias a la melancolía de párrafos como “lo que hicimos en 2019 era lo único que se podía hacer con un candidato al que habían golpeado tanto como a mí” o el tácito “llegó el domingo y, lo que era imposible, no sucedió” sobre las últimas elecciones de Madrid. 

Todos ellos se coronan con la inevitable cosmogonía latinoamericana progre de las canciones de Silvio Rodríguez; asueto sentimental de un joven Pablo Iglesias que nació viejo para un tiempo que buscaba nuevos tertulianos más afables.

El final de la obra acaba, así, con una frase que hubiera aplaudido aquel Manuel Vázquez Montalbán que seguía siendo “comunista” por el militante de base: “…con respecto a Podemos: se ha construido una cultura militante enormemente valiosa, que creo que debe ser útil a cualquier cosa que se arme en el futuro, en lo electoral o en lo social”.

Una frase tan gris, tan poco ambiciosa, podría haber sido el final en falso en las memorias de otros malogrados como fueron Julio Anguita o Santiago Carrillo. Queda, entonces, para el futuro que aquel “viejo topo” vuelva a emerger y quizá fracasar de nuevo ante el pisotón de realidad de un cazador furtivo (“neoliberal”, por supuesto).

Quizá todos ellos más que a Marx debían haber leído la cita del filósofo Ortega y Gasset que resume esta obra y en gran parte la trayectoria política de Pablo Iglesias Turrión: “el esfuerzo inútil conduce a la melancolía”. O, mejor, la mucho más maliciosa que firmó Jorge Semprún en el filme La guerra ha terminado en la cual definía las virtudes del bolchevique como “la paciencia y la ironía”. Las dos están ausentes en este testimonio de un socialdemócrata tristón que ni siquiera, a diferencia de Pi y Margall, llegó a gobernar una República.

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