Cultura

¿Los premios literarios vuelven más obedientes a las escritoras?

El debate literario del momento revela que el victimismo no casa bien con la buena literatura

Todo comenzó hace un par de semanas, cuando el escritor y crítico literario Alberto Olmos Se atrevió a poner por escrito algo que llevaba años comentándose: en las seis últimas ediciones del premio Tusquets solo se ha premiado a mujeres. No es una tendencia exclusiva de esta editorial, sino que se extiende también a otras y los premios nacionales. “La cosa funciona así: queremos publicar mujeres, queremos incluso premiarlas, queremos darles sitio en los suplementos y las secciones de Cultura; pero, oye, sólo si escriben lo que tienen que escribir”, resumía.

¿Y qué es eso que se espera que entreguen a las editoriales? “Lo que tienen que escribir se reduce a esto: es durísimo ser mujer y los hombres son muy malos. Las derivadas de lo anterior son: Tener hijos es horrible, visibilizar la regla, visibilizar la brecha de género en el trabajo, las mujeres se adoran entre ellas… Y por ahí todo seguido. Si usted, mujer, va y escribe un libro sobre la rivalidad de dos mujeres, siendo que una es un demonio, pues, mire. Eso no es exactamente lo que queremos publicarle y premiarle. Una novela sobre maltrato en el seno de una pareja de chicas lesbianas tampoco lo vemos. Una novela sobre maltrato de una mujer a un hombre, ni de coña”, denuncia el columnista.

El último premio Tusquets lo ganó Silvia Hidalgo con la novela Nada que decir.  La reseña del suplemento ABC Cultural, firmada por José M. Pozuelo Yvancos, daba la razón a la tesis de Olmos: “La novela de Silvia Hidalgo,  que ha obtenido uno de los premios editoriales más significativos de nuestro panorama literario, dice muchas cosas, pero su principal handicap es que ya han sido dichas una y otra vez en los diez últimos años por novelistas de la generación de la autora”, destaca.

¿Puede el feminismo encenderse y apagarse como un interruptor según a quién vote la escritora a la que analizas? 

La novela de Hidalgo, según relata Yvancos, está regada por lugares comunes como infidelidades desgarradoras, sociología de las apps de ligoteo y “alguna escena de sexo penosa por lo cutre, por fortuna no muy explícita”. El crítico literario denuncia la menguante exigencia de los premios, la sobredosis de novelas de rupturas urbanitas y el ninguneo de los escritores y escritoras que se salen de estos cánones. “Continúan siendo un peligro las novelas centradas en la crisis personal de alguien, donde los demás no hablan ni están, solo en la medida en que el protagonista los describe y presenta”. Resumiendo: un fiel reflejo del individualismo consumista con perspectiva de género en el que vivimos. 

A todo esto, ya habrá lectores que se estarán preguntando qué piensan de la polémica las escritoras españolas. La opinión más contundente ha venido de la mano de la veterana Anna Caballé, erudita biógrafa de muchas. Esto dijo durante una larga entrevista en la revista digital Jot Down: “En algún momento las mujeres tendremos que poner el punto final al discurso victimizador y aceptar que los parámetros de reivindicación que eran válidos hace treinta años no lo son ahora y nuestros desafíos son distintos. Ya no podemos sostener que no hay mujeres en la cultura o que no se lee a las escritoras. Irene Vallejo es un ejemplo espectacular, lleva un millón de libros vendidos de El infinito en un junco. Y me parece un dato fantástico de ese punto de inflexión que en el mundo de las letras ya se ha producido o se está produciendo”, constata.

¿Por dónde habría que tirar ahora? “Hay que plantearse una nueva agenda si no queremos convertir nuestras reivindicaciones en la estatua de Lot. Por ejemplo, se hace necesario reintegrar la labor de artistas y creadoras en el lugar que les corresponde en la historia de la cultura, resignificar la historiografía en lugar de incorporar a las mujeres en un apéndice final de un tema en un libro de texto: las escritoras modernistas, las sin sombrero… Lo que hay que hacer es poner a dialogar a Rubén Darío con Delmira Agustini o a Rosa Chacel con Ortega y Gasset. Y ver qué sale”, subraya.

Escritoras adorables, escritoras criticables

En mitad de la tormenta, Jordi Gracia, responsable de editoriales de El País y habitual del suplemento Babelia, se marcó una pieza despiadada que abundaba en el escaso nivel de un premio literario recibido por una mujer y concedido por otras. Contra todo pronóstico, el texto ha creado en parte el efecto contrario al que buscaba, despertar las simpatías por la autora. La mejor réplica, sin duda, ha sido la de Alberto Santamaría, ensayista, poeta y profesor de la universidad de Salamanca. “Creo, aunque a nadie le importe, que la crítica de Jordi Gracia a Sonsoles Ónega, a pesar de la razón que pueda tener, es un ejercicio de matón chulo de colegio, porque ¿cuántos bodrios han publicado excelsos nombres de la literatura actual y la crítica ha sido su lamebotas oficial? Muuuchos”, señala.

Más allá de la acertada observación de Santamaría, resulta revelador observar como personajes que hacen exhibición de feminismo se han ensañado con Ónega y con el gesto de la Reina Letizia de apoyarla acudiendo a una de las firmas de libros en El Corte Inglés. El mejor ejemplo es la charla entre Angels Barceló y Bob Pop, que parecen suspender la recomendación de sororidad para mujeres tradicionalistas, conservadoras o de derechas. ¿Puede el feminismo encenderse y apagarse como un interruptor según a quién vote la escritora a la que analizas?   

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