Ya no le sorprende a nadie que se borren un poco más las fronteras entre el arte y el comercio. El problema lo explicó de manera muy clara Rogelio López Cuenca, uno de nuestros mejores artistas contemporáneos, cuando dijo en 2009 que si alguien visitase hoy la Fontana de Trevi y se le encontrase teñida de rojo no sabría si es una gamberrada, una performance futurista o una campaña promocional de Campari. La sensación es parecida al contemplar las imágenes de Residente y un grupo de bailarinas contemporáneas con la cara cubierta interpretando su última canción, "313", en la icónica sala 12 del museo, la que contiene Las meninas. Se trata de una clip de cinco minutos que acumuló 127.000 visitas en poco más de 24 horas.
¿Qué sentido tiene esta colaboración? ¿Reforzar la presencia del Museo Del Prado en redes sociales? ¿Promocionar el nuevo disco de Residente y su gira española anunciada para el próximo septiembre? ¿Hacer feliz al ministro Ernest Urtasun, que ha compartido el clip llamándolo “puro arte”? La verdad es que parece algo más satisfactorio para las partes implicadas que para los españoles que acuden regularmente a la pinacoteca. No está clara ni la conexión artística entre las obras y la canción, ni las condiciones en las que se ha permitido a Residente acceder la privilegio de grabar en las salas. Todo se justifica con retórica vaporosa: el museo habla de “un canto a la belleza de lo efímero frente a la inmortalidad del arte”, mientras el ministro tuitea que “un escenario así, es otro nivel”. ¿Otro nivel de qué? ¿Con qué objetivo? ¿Para quiénes?
Solo falta un ‘cameo’ de Carlos del Amor, el periodista cultural más aficionado a este tipo de discurso vaporoso-emocional. En realidad, estamos ante la adaptación de una iniciativa importada, la que se inaugura en 2018 con Beyoncé y Jay-Z entrando en el Louvre para grabar el vídeo de “Apeshit”. Desde entonces, no parece que los museos internacionales hayan dejado claros los criterios para aceptar o rechazar este tipo de acciones, si basta con apoquinar la tarifa estipulada (entre 15.000 y 23.000 euros por día, precios del Louvre) o si se ha de demostrar alguna conexión artística relevante. Por ejemplo, el museo parisino destacó que Jay-Z y Beyoncé habían visitado sus salas cuatro veces en los diez años anteriores. ¿Qué méritos tiene Residente para que se le deje usar una sala a él en vez de a Omar Montes, Falete o Chimo Bayo?
¿Por qué Residente en El Prado?
Si solamente cuenta el criterio económico, el museo debería poder alquilarse incluso a los artistas aficionados con dinero, mientras que si es el artístico entran en juego factores de subjetividad que siempre serán polémicos. Este ultimo sería el caso de “El poder del arte”, canción Robe Iniesta a la que el Prado puso imágenes pasado febrero, aprovechando que fue el disco más exitosos de las navidades anteriores. “La palabra ‘inerte’ (sin vida) procede del latín ‘iners inertis’, que está formada por el prefijo ‘in’ (sin) y la raíz ‘ars artis’ (arte). ¿Es casualidad o es que en algún momento nos dimos cuenta de que sin arte es lo mismo que sin vida?’, explicaba el museo.
Ganan todos menos los que importan, que son los visitantes habituales, a los que estas cosas importan entre poco y nada
Lo curioso del comunicado Del Prado sobre la canción de Iniesta, mezclada con distintas obras del Prado, es que contenía una frase que refutaba esta estrategia promocional. “La pintura no necesita música, ya tiene. Y la música no necesita imágenes, ya tiene. Somos nosotros los que necesitamos que alguien nos salve de una vida inerte”, decía el mensaje del museo. Es obvio que ni los cuadros ni las canciones necesitan apoyo unos de otros, de hecho la mayoría de los vídeoclips estrechan y simplifican el potencial expresivo de las canciones que ilustran.
Lo más probable es que los devotos de Las meninas encuentren irritante verlas mezcladas con la canción de Residente, que poco o nada tiene que ver con el cuadro. ¿Quién gana, entonces, con este tipo de montajes publicitarios? Gana Residente una presunta credibilidad cultural, que los esnobs siempre han negado a las músicas populares del Caribe, a las que consideran simple ‘pachanga’. Gana el Prado una pátina de modernidad ‘cool’, que en realidad no necesita para nada. Ganan los medios porque tiene más ‘clics’ una presunta acción disruptiva de un cantante urbano que una reseña informada de cualquiera de las exposiciones. Ganan todos menos los que importan, que son los visitantes habituales, a los que estas cosas importan entre poco y nada.
Posdata: En cualquier caso, está acción es mucho menos polémica que la llevada a cabo con Sony Pictures en noviembre de 2023 para promocionar la película Napoleón, ya que hablamos de la glorificación de un personaje directamente implicado en el saqueo de obras de arte a España.
Sor Intrepida
Y yo que pensaba que El Prado era un restaurante para invitar a cenar a los amiguetes.La cuenta al contribuyente.Total los dineros y bienes públicos no son de nadie.....Y barra libre.Que no falte de ná....