Ciencia

El futuro no es eso que cuentan en las charlas TED

Una nueva casta de gurús tecnológicos predica la inmortalidad, la felicidad eterna y la liberación del trabajo. Su “buena nueva” viene disfrazada de ciencia y financiada por grandes fortunas que pagan para que les cuenten lo que quieren oír. Pero las cosas quizá no sean como las cuentan los sacerdotes de la disrupción.

“Dentro de 20 años no habrá muerte, ni enfermedades, habrá tecnología para todos y desaparecerán los límites del conocimiento: nadie volverá a decir ‘yo no sé’”. Si usted cierra los ojos y escucha las palabras de José Luis Cordeiro podría llegar a pensar que está en misa, a punto de llegar al relato de la resurrección. Pero no está escuchando las promesas de un sacerdote o un predicador, sino del gurú tecnológico de moda, que va de evento en evento como miembro fundador de la Singularity University y hace todo tipo de promesas en nombre de la ciencia, algunas disparatadas. “Yo personalmente no pienso morir. Es más, pienso que en 30 años voy a ser más joven que hoy, gracias a los avances de la ciencia y la tecnología”, aseguraba en su famosa entrevista con Iñaki Gabilondo en el programa “Cuando yo no esté”. “Vamos a crear una civilización post-humana que va a ser casi igual a Dios”.

“Disruptivo” se ha convertido en el equivalente a “cuántico” en el mundo de las pseudociencias

El caso de Cordeiro no es único. Pertenece a una clase de intelectual que está especialmente en boga en los últimos tiempos y que han convertido esta suerte de “futurología optimista” en una forma de vida. Su especialidad es dar charlas para motivar a las élites y diseminar “ideas que merecen ser difundidas” y que pretenden cambiar el mundo al amparo de grandes empresas tecnológicas. Algunos analistas, como Daniel Drezner, los han identificado ya como los nuevos “líderes de pensamiento” que han sustituido a los viejos intelectuales. Pero, a diferencia de estos, que ponían en cuestión el estado de las cosas, los nuevos “pensadores” se dedican a agasajar a los poderosos, justificar su posición y vendernos la existencia de un paraíso tecnológico donde todos seremos felices.

La receta para triunfar como un vendedor de ideas es sencilla. “Busca alguna tendencia global curiosa - cuanto más oscura mejor”, propone el crítico Evgeny Morozov. “Traza una línea recta que lo conecte al mundo de las aplicaciones, los coches eléctricos y las empresas de capital riesgo de la bahía de San Francisco. Menciona robots, a Japón y la ciberguerra. Utiliza diapositivas brillantes que contengan mapas y visualizaciones incomprensibles pero impresionantes. Mézclalo todo bien y sírvelo en múltiples plataformas”. Con todo esto ya tiene los elementos para montar una charla TED inspiradora, llena de ideas que provocan el alborozo en los asistentes y cuya veracidad nadie se cuestiona. Porque no importa tanto que los hechos que se relatan sean reales como que correspondan a aquello que estamos deseando oír y al futuro que nos apetece soñar.

La idea de la disrupción ha dado lugar a la gran fábrica de vendemotos del siglo XXI

Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir invitado a un gran evento de marketing online en el que se reunían profesionales de la venta de nuevos conceptos. En este ámbito han proliferado especialmente los vendedores de la “innovación” y otros ‘palabros’ rimbombantes con poderes para cambiar la realidad con solo pronunciarlos. Cuando trataba de salir de allí, rodeado todavía de coaches, content curators y digital evangelists, me topé con el final de la charla que un director de marketing de una gran multinacional ofrecía en uno de los auditorios. “Para que las nuevas ideas entren tienen que salir las viejas”, advertía ante decenas de espectadores encandilados. “El mayor inhibidor al cambio y la innovación son las ideas ortodoxas y preconcebidas que nadie se ha atrevido a cuestionar”.

Entonces, con una diapositiva en pantalla de las instalaciones de Cabo Cañaveral, desde las cuales se lanzaban los transbordadores de la NASA, el orador nos contó que los ingenieros estaban especialmente frustrados porque necesitaban hacer cohetes más grandes, para trasladar más combustible, pero habían estado limitados por el ancho de las vías del tren. Y estas no podían ser más anchas porque los primeros ferrocarriles en EE.UU. fueron construidos un siglo antes por ingenieros ingleses, quienes en su momento habían seguido el trazado de las antiguas calzadas romanas, que tenían aquel ancho porque los romanos viajaban en un carro tirado por dos caballos. Al final, resumía, el ancho del culo de los caballos había limitado la carrera espacial. “Como los romanos viajaban en un carro tirado por dos caballos los ingenieros de la NASA no tienen más capacidad de mandar cohetes al espacio”, concluyó. “Un ejemplo de como una ortodoxia que nadie se ha atrevido a cambiar durante más de 2.000 años impide la innovación en un sitio tan innovador como es la NASA”. Y fue arropado por un caluroso aplauso.

El problema de la explicación sobre la historia de los cohetes es que es falsa. A poco que uno sepa algo de ingeniería e historia espacial - o que haga una pequeña búsqueda - sabrá que los túneles y las vías nunca fueron una condición limitante para el tamaño de los propulsores, sino más bien los factores relacionados con la masa y el empuje necesario para salir de la atmósfera. Ni el primer ancho de las vías en Inglaterra tuvo nada que ver con calzadas romanas o culos de los caballos, sino con los túneles de las minas. Pero la historia relatada aquella mañana por el gurú del marketing nos encanta y nos impacta porque es sencilla y encaja con lo que nos gusta escuchar sobre la innovación y las ideas nuevas. Un mecanismo parecido al que utilizaba el joven talento Jonah Lehrer en sus libros divulgativos, en los que trenzaba anécdotas y hechos históricos para explicar cómo hemos ido cambiando el mundo. Hasta que se demostró que inventaba datos y anécdotas, como la serie de citas que atribuyó a Bob Dylan y que éste nunca había pronunciado.

Este tipo de divulgación es solo autoayuda recubierta por el caramelo de la ciencia

Este mercado de las ideas motivadoras y vacías tiene un público masivo. Algunos autores se han especializado en este tipo de divulgación que no es otra cosa que autoayuda recubierta por el caramelo de la ciencia. Prestigiosos autores como Malcolm Gladwell o Parag Khanna generan su discurso a partir de la selección tramposa de datos (la falacia de supresión de pruebas o cherry picking) y crean un espejismo de comprensión de la realidad con un juego de manos cargado de voluntarismo. Un juego de manos muy rentable y bastante engañoso, pues genera en la sociedad la sensación de que tenemos un porvenir maravilloso a la vuelta de la esquina y olvida que la historia del progreso no siempre avanza en línea recta y se puede perfectamente ir hacia atrás o darse un buen “trumpazo”.

Cordeiro y todos aquellos que hablan de “disrupción” pertenecen a una categoría especial de nuevos líderes del pensamiento, procedentes de la escuela fundada a partir de Ray Kurzweil y su predicción sobre la singularidad tecnológica, el día en que la Inteligencia Artificial supere a los humanos, que fechó para 2045. Sus seguidores también son aficionados a pensar en las posibilidades tecnológicas de los humanos del futuro, lo que se ha dado en llamar “transhumanismo”. A menudo, como hace el propio Cordeiro, ofrecen fechas concretas para este cambio disruptivo, siempre lo suficientemente lejanas como para no tener que dar muchas explicaciones si no se cumplen. “En 2029 usted no va a saber si yo soy una máquina o no”, le dice Cordeiro a Gabilondo, que levanta la ceja. “Y en 2045 las computadoras tendrán la inteligencia acumulada de toda la humanidad. Será la singularidad tecnológica”.

Las predicciones siempre son suficientemente lejanas para no tener que dar explicaciones si no se cumplen

Con independencia de si los robots dominarán el mundo en unos años o no (ahí tienen a Asimo, el robot más avanzado del mundo, al que le dura la batería 40 minutos), lo que parece innegable es que la idea de la disrupción se ha convertido en la gran fábrica de vendemotos del siglo XXI. Y al vendemotos se le distingue fácilmente por el tipo de afirmaciones que hace y porque sus palabras suenan más como las de un oráculo que como las de un científico.

Por razones de trabajo tengo la oportunidad de hablar a menudo con científicos que son pioneros en su campo y trabajan expandiendo los límites del conocimiento en tareas que tendrán un gran impacto en el futuro. Cuando uno habla con expertos como Manuel Collado o María Blasco en materia de longevidad, por ejemplo, lo que encuentra son declaraciones llenas de prudencia y muy pocas predicciones grandilocuentes. Algunos de ellos son tan prudentes que cuesta sacarles un titular. Cuando entrevisto a un gurú de las ideas, como Aubrey de Grey, lo que sucede es justo lo contrario. A las primeras de cambio le explica a uno que “los primeros humanos que han vivido mil años ya han nacido” o que “vamos a curar la muerte” como si fuera un resfriado. Lo mismo pasa con otros personajes como Kevin Warwick o Neil Harbisson, se han construido una vida de ciborgs y van por ahí convertidos en una especie de “mujer barbuda 3.0” que explica cómo serán los humanos del futuro. El problema es que algunos, como Warwick, llevan veinte años diciendo que en 10 años seremos todos como él, y aquí seguimos, sin que nos salgan ni las antenas ni las cuentas.

Algunos se han construido una vida de ciborgs y van por ahí como una especie de “mujer barbuda 3.0”

Personalmente no tengo nada contra las ideas de Kurzweil y el transhumanismo. De hecho las considero atractivas como motor de debate y agitación, y la existencia de estas figuras inspiradoras y pioneras quizá sea imprescindible para el avance. Me gusta la ciencia ficción, la ciencia especulativa y el ejercicio de soñar despiertos con el futuro. Ahora bien, no soporto a aquellos que en defensa de la ciencia terminan defendiendo una suerte de pensamiento mágico y una fe ciega en el progreso indistinguible de la fe religiosa. Cuando Cordeiro dice que “en 20 años vamos a tener las primeras colonias humanas en Marte”, yo miro a mi alrededor y veo cómo están los presupuestos de la NASA y las posibilidades reales de exploración con humanos en los próximos años. Cuando le escucho decir que vamos hacia un mundo sin trabajo, miro a mi alrededor y veo un mundo en el que los robots no hacen falta porque ya tenemos semiesclavos. Cuando dice que la basura no va a a existir y que viviremos en un mundo hermosamente avanzado, veo las montañas de plástico en las islas del Pacífico y la escalada del tráfico global de productos innecesariamente embalados. Y me da la risa.

El resquicio que permite ganarse la vida vendiendo el futuro es el mismo que permite vender aire embotellado o parcelas en la luna. Por supuesto, los vendedores del sueño tecnológico tienen todo el derecho a proclamar su mensaje y vender su nada embotellada, pero creo que deberíamos denunciar que están intentando hacer pasar por ciencia lo que es pura charlatanería. Como consecuencia de esta obsesión, en el entorno tecnológico la etiqueta “disruptivo” se ha convertido en el equivalente al término “cuántico” en el mundo de las pseudociencias. Suena real, sofisticado y revolucionario, pero es una mentira empaquetada y con un lacito. Y las mentiras son mentiras, aunque las pague Elon Musk, el teatro esté lleno de inversores de Silicon Valley y en el escenario haya un tipo con unas Google Glass tirándose el pisto.

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