Esto del puente y la festividad de Halloween, contra lo que se crea, no es costumbre exportada por los norteamericanos sino una magna globalización de una antiquísima tradición irlandesa. “¿Susto, truco o trato?”, dice la chiquillería de todo el planeta mientras los padres organizan visitas al campo santo, compran desde huesos de santo, pelotas del difunto o buñuelos rellenos de crema de batata hasta coloristas tartas de calabaza gigante. Por ahí va bien la cosa, lo que a algunos nos trae de cabeza -y ni una vez más estamos dispuestos a repetir- es asistir a esos mismos visionados una y otra vez. Me refiero al repetido y banal argumento con estudiantes descerebrados que van a un lago de picnic y pernocta en cabaña con cientos de camas donde fluidos y testosterona, combinados con deseo y feromonas, se entremezclan con motosierras, caretas de cuero y psicópatas que salen de armarios empotrados. Luego, mazo de sustos, muertos a mansalva, excelentísimos y bellos cadáveres. ¡Qué pereza; otra vez no!