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35 años de uno de los mayores dramas de la historia del ciclismo

Pedro Delgado se convertía en el tercer español en triunfar en París, tras Federico Martín Bahamontes y Luís Ocaña

Laurent Fignon, tras perder el Tour FOTO DE YOUTUBE

1989. Pedro Delgado acaba de ganar la Vuelta a España y se presenta en el Tour de Francia no sólo en uno de los mejores estados de forma de su vida - quizá el mejor - sino también como defensor del cetro que había ganado en la ronda gala en 1988. Con el Tour del 88 el segoviano se quitaba un peso de encima, se apuntaba la gran vuelta por etapas a su palmarés y se convertía en el tercer español en triunfar en París, tras Federico Martín Bahamontes y Luís Ocaña.

Sin embargo, desde el minuto uno de esta edición de 1989 Perico iba a tener, y a buscarse, problemas; problemas que darían con sus huesos en un meritorio puesto en el tercer cajón en París y que tal y cómo se desarrolló la carrera le tuvo que saber a mucho, pero que si se tiene en cuenta esa citada gran forma a la que llegaba a la salida del prólogo en Luxemburgo, quizá fuera poco premio.

Ya saben, Perico se fue a calentar antes de tomar parte en el prólogo y vaya usted a saber las razones -entre la verdad y la leyenda se han construido decenas de relatos- que cuando le tocaba tomar parte en la competición y el reloj en la rampa de salida empezaba su cuenta atrás... nada de nada. No estaba el segoviano. Perico se asomó, agobiado y todavía sin saber realmente qué sucedía, cuando el crono ya marcaba casi tres minutos de retraso. En la meta, con el shock de la noticia, Perico no pudo recomponerse. Tampoco el día siguiente, donde ido completamente, el problema se terminó de agrandar con una pésima contrarreloj por equipos. Tras ello, tras empezar su defensa del Tour de Francia como farolillo rojo después del desastre del Luxemburgo, empezó una remontada que le permitió acabar en los Campos Elíseos en tercera posición. Sería su último pódium en París. Perico sonreía. No todos lo hacían en esa ¿idílica? foto.

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35 años de uno de los mayores dramas de la historia del ciclismo

Satisfecho estaba Pedro Delgado, a pesar de todo, escoltando en el pódium a Greg Lemond. En el otro costado del cajón, completamente ajeno a todo, presente de cuerpo pero no de mente, el malogrado Laurent Fignon, el francés de la coleta, el hombre que había escupido a una cámara de televisión española algunas horas antes. El ganador de dos Tour de Francia, que eran tres hasta aquel fatídico día de julio de 1989 donde perdió el Tour por ocho segundos.

Fignon, que se presumía ganador ante los medios en la víspera y que incluso brindó por ello con algunos compañeros de pelotón, disponía de una ventaja de 50 segundos para defenderla en una contrarreloj de 24,5 kilómetros, los que iban de Versalles a París y que debían ser el paseo triunfal de Fignon.

La posibilidad de que Lemond le quitara 2 segundos por kilómetro para enjugar la desventaja y alzarse con el Tour, que ya había ganado en 1986 y que volvería a conquistar en 1990, parecía improbable. El estadounidense, que casi pierde la vida en un accidente de caza en 1987 cuando su cuñado le disparó involuntariamente y le dejó incrustado en su cuerpo decenas de perdigones, bastante tenía con estar vivo, con volverse a sentir ciclista, como lo había experimentado en la recta final del Giro del 89 que precisamente había ganado Fignon.

Pero el paso de las semanas en Francia, en ese mes de julio inolvidable para muchos por tantas y diversas razones, fue confirmando que Lemond no sólo estaba para rendir de forma aceptable, sino que podía llevarse el Tour de Francia.

Llegados a la crono final, sin embargo, el milagro de un ciclista que casi fallece dos años antes y que ahora se alzaba con el Tour no parecía tener viso de producirse. Y bastante era que consiguiera ser segundo, reverdeciese laureles, volviera al sitio que le corresponde.

Porque Fignon tenía, decíamos, casi un minuto de ventaja con respecto a Lemond, pero también tenía otra cosa, un furúnculo en la zona sensible que le había impedido pedalear bien en las últimas jornadas. Y fue a más. Fignon estaba listo para sufrir, para un último empuje en la crono, para defender esos 50 segundos. Total, era retorcerse de dolor menos de media hora y conservar la gloria para siempre. Y supo hacerlo, se marcó una crono bastante buena, pero es que Lemond, con el manillar de triatleta acoplado a la bici, idea observada e importada desde los Estados Unidos, voló aquel 23 de julio y le metió casi un minuto a Fignon (58 segundos), parisino para más drama. No sólo perdió el Tour en el último día, sino que lo perdió por 8 segundos y su hogar natal.

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El galo nunca se recompuso de aquello y como indica Thierry Marie, compatriota y ciclista contemporáneo a Fignon, además de su compañero de equipo entonces, a partir de ese día "tomó una actitud melancólica y jamás quiso hablar de lo sucedido".

La imagen de Fignon roto por el dolor físico de su entrepierna (era tal que ni calentó antes de la contrarreloj ni pudo soltar las piernas en un paseo suave), es la de un ciclista exhausto que ha terminado una buena crono pero que no le ha servido para evitar pasar a la historia como el protagonista de uno de los instantes más crueles del ciclismo. Fignon entra en meta, tira la bici, se arroja al suelo. Nadie le quiere decir lo que ha sucedido, pero él sospecha que ese amarillo que todavía viste ya no será suyo nunca más. Todavía con la túnica sagrada sobre su cuerpo se sienta en el coche, bebe agua, se tapa la cara. Si hubiera tenido que pedalear algunos kilómetros más no hubiera podido por el dolor del forúnculo. E incluso así, con un drama físico de tal calibre, pudo volar relativamente en París. Pero Lemond voló del todo. Y la diferencia entre el drama y la gloria fue de sólo 8 segundos. En tres semanas.

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  • A
    Adalwulf

    Hombre, decir que perder el Tour, aunque sea por 8 miserables segundos, es uno de los mayores dramas de la Historia del ciclismo me parece un tanto exagerado. Para dramas los de los ciclistas muertos en carretera (aún recuerdo la imagen de Fabio Casartelli inerte y sangrando por la cabeza en el Tour de 1995, cuya mortal caída prácticamente vimos en directo por televisión). O, si acaso, hechos terribles como la brutal caída del gran Roger Rivière en el Col de Perjuret, donde se dejó media vida cuando bajaba a tumba abierta persiguiendo a su rival, el italiano Nencini, quedando inválido para siempre. Esos son dramas de verdad y no lo de Fignon en la contrarreloj de París del 89, por más que para él y sus seguidores fuera algo tremendamente doloroso.