Fernando Torres se fue. No cumplió su palabra y se fue. Cegado por Rafa Benítez, dejó el Atlético tan sólo tres semanas después de prometer que no se iría, de asegurar que, pese a la incredulidad general, no había nada más importante en su carrera que vestir la rojiblanca. Así que finalmente agarró las maletas y se fue rumbo a Liverpool. Renunciando de paso al valor que le había ascendido al santoral, quedarse (no logró un solo título con los madrileños) contra todo pronóstico ignorando todo tipo de ofertas. El desencuentro.
Pero pese a la huida, Fernando Torres nunca se fue. No hubo una sola entrevista desde su marcha en que no regalara una palabra bonita al Atlético, un solo día en el que no declarara su innegociable pertenencia emocional a esa religión, pese a la distancia, una sola celebración en la que no forzara un guiño a su militancia colchonera, la que heredó de su abuelo. No hubo triunfo de La Roja en la que el escudo o la bandera del Atlético no presidiera de forma conmovedora la ceremonia de festejos. No hubo nadie jamás que hiciera tanto esfuerzo por ser reconocido como uno de ellos.
La reconciliación era un hecho. Pero quedaba una escenificación, una prueba palpable del cariño mutuo. Hubo un amago en Mónaco y otra en el Calderón con la camiseta de la selección y un público distinto. Faltaba el algodón de un encuentro con camiseta rival en el Manzanares ante la hinchada habitual. Y el reencuentro finalmente resultó emocionante. En la noche que el atlético soñaba tan lejos y tan alto, empujando por la garganta hacia la final de Champions, hubo reverencias para el hermano que volvía. Ovación al escuchar su nombre en la alineación, respeto en cada intervención y conmovedora despedida, con el público puesto en pie con las bufandas a la vista cantando y coreando el nombre de Fernando Torres. El Niño lo agradeció con los brazos en alto.
No supo el Atlético qué hacer con la pelota. No quiso el Chelsea ni probarla. No acertó la semifinal a convertirse en el gran partido que prometía. Fue un tostón importante. Pero la hinchada y Torres se fundieron en el sincero abrazo que tenían pendiente desde hace tantos años. Luego le preguntaron si volverá. Pero no hace falta. No se fue.