La de Fernando Alonso a Sebastian Vettel, brillante tetracampeón mundial de Fórmula 1, fue una felicitación sincera, por supuesto. Pero con tanta carga de resquemor como de admiración. Admiración hacia el trabajo de Red Bull y disimulada -a veces- impotencia por la incapacidad de Ferrari para fabricar un coche competitivo.
El piloto español ha tocado fondo en Ferrari. Y a veces, sin querer, se le nota sobre la pista. Sobre todo, los sábados, cuando las discretas calificaciones lastran la carrera del domingo pese a varias meritorias remontadas.
Alonso lleva cuatro años en Ferrari. Atesora dos subcampeonatos (2010 y 2012) y un cuarto puesto (2011). Es probable que, salvo catástrofe, en 2013 rubrique el tercer subcampeonato mundial. Y sin embargo es el curso que peor sabor de boca le deja a él y a sus incondicionales.
Ha tenido mucha paciencia, le ha dado casi un lustro de margen a Ferrari por la mítica aureola de su historia en la Fórmula 1, pero Alonso va cumpliendo años, vislumbra cada vez más cercano el fin de su carrera deportiva y necesita un bólido con el que, como mínimo, poder optar de verdad al título.
Está a gusto en un equipo latino, con todo lo que ello conlleva anímicamente, pero los berrinches durante cada fin de semana de gran premio batiéndose el cobre con escuderías menores han dejado de compensarle.
Por eso ha hecho declaraciones tan serenas como duras y por eso la cúpula de la Scuderia anda con la mosca detrás de la oreja. El ovetense tiene contrato hasta 2016, pero si Ferrari no hace honor a su leyenda el año próximo las relaciones podrían pasar de tibias a frías. Muy frías.
En el Mundial 2014 hay cambios de reglamento técnico muy significativos y todos los equipos parten de cero. O, al menos, a eso se aferra Fernando Alonso para soñar con ponerse a la par con Red Bull.
Porque si Vettel vuelve a pasear el dedito triunfante por medio mundo, Alonso se replanteará el último tramo de su carrera deportiva.