El Villarreal es uno de esos equipos que juega con defensores y merodeadores. Un ejército de sagaces mediapuntas que se colocan a pie cambiado para afilar las mismas bandas que ensanchan sus laterales. Una caballería entusiasta que se suma al ataque proponiendo partidos incómodos a equipos de cintura pesada como el Real Madrid.
Los castellonenses llevan años complicando el trámite a los madridistas en sus visitas al viejo Madrigal. Y esta vez no fue diferente. Enlazando entre líneas, tirando paredes, caracoleando en el balcón del área, doblando en banda… Con Bruno al timón y Castillejo y Trigueros como alfiles, los amarillos dispusieron de varias ocasiones en la primera parte. Pero Keylor y los centrales blancos pudieron tapar las vías de agua.
Sin balón, el Madrid se encomendaba al orden, apuesta que saltó por los aires cuando Trigueros empaló a la red un balón perdido en el área. Corrían los primeros minutos de la segunda parte y se repetían gestos recurrentes de Zidane en la banda. Aún se relamía las heridas el Real Madrid cuando Bakambu se plantaba ante Keylor para batirle tras un majestuoso pase de Bruno, que es Casemiro y Modric a un tiempo. Dos goles abajo y el equipo menos goleado de la Liga delante. La empresa no era sencilla.
Zidane tiró de rebeldía, alineando a Isco por el metálico Casemiro. Su salida al campo fue saludada con un zurdazo de Cristiano al palo. El Real Madrid, a falta de un plan, tiraba de carácter y pegada. Isco se colocó por delante de Modric y Kroos tratando de acular a los locales en su área, donde pasada la hora Bale cazó un centro que cabeceó a la red.
Abusa el Real Madrid de esa épica a la que fía muchos de sus partidos. Una heroica que maquilla en muchas ocasiones planteamientos de equipo acomodado que juega con el piloto automático hasta que llegan las turbulencias. Un nuevo arreón terminó con un desafortunado rebote en la mano de Bruno que el árbitro señaló como penalti. Cristiano lo transformó con decisión empatando un partido que estaba perdido. Y rescatando una Liga que comenzaba a marcharse.
Y apenas ocho minutos después Isco recurpaba un balón que servía a la banda desde donde Marcelo regaló un centro a Morata, que cabeceó a gol. Diecinueve minutos fueron suficientes para remontar el marcador, al tiempo que cuestiona si el encuentro no habría sido diferente en el caso que Zidane hubiese apostado por ir a por el partido de inicio en lugar de especular en el alambre con el empate inicial.
El Real Madrid tuvo que besar la lona para exhibir su devastadora pegada. Zidane eligió proteger su mandíbula de cristal con Casemiro y cuando perdía el combate a los puntos apostó por recuperar el centro del ring, con Isco, y lanzarse a tumba abierta a un ataque descomunal cuando no tenía más remedio que hacerlo. Ganó el Madrid, se reivindicó Isco, reaccionó a tiempo Zidane.