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La extraña conexión de Stefan Zweig y Fritz Walter con la lluvia jugará a favor de Alemania en Maracaná

Uno fue un genio de las letras, el otro un prócer del balompié. Los dos fueron víctimas de la sinrazón y la barbarie del período más oscuro del siglo pasado. Stefan Zweig y Fritz Walter nunca se conocieron, aunque fueron coetáneos y a buen seguro que el uno oyó hablar del otro.

Sin embargo, Brasil puede conectarles a través de su extraña y llamativa querencia por el líquido elemento si Alemania logra su cuarta estrella ante la Argentina de Messi en el mítico Maracaná esta noche (21.00 horas) en la final del Mundial de Brasil.

Como 'Mendel el de los libros', uno de los inolvidables personajes de su basta producción literaria, Stefan Zweig adoraba sentarse en la mesa de un café a disfrutar de una buena lectura mientras escuchaba la lluvia. En Petrópolis, el aristocrático rincón brasileño (allí levantó su palacio de verano el emperador Pedro II) en el que se refugió en 1940 huyendo de una Europa envuelta en llamas y del nazismo por su origen judio, el genial escritor austríaco, máximo exponente de las letras alemanas durante el período de entreguerras junto a Thomas Mann, cambió ese ambiente bohemio típico de Viena o Berlín por la calma chicha de su discreta casa en un promontorio, sobre la Rua Gonçalves Dias.  

Pero el célebre autor de 'El mundo de ayer', 'Momentos estelares de la humanidad' o 'La impaciencia del corazón' no resistió demasiado tiempo ese sinvivir que le carcomía por dentro a causa del hundimiento de la intelectualidad y la cultura del viejo continente. En febrero de 1942 ponía fin a su existencia ingiriendo una fuerte dosis de veronal junto a su segunda esposa, Lotte Altmann. 

Justo por esas mismas fechas, Fritz Walter, con el tiempo el mejor futbolista alemán de la anterior centuria, se batía el cobre en el frente del Mediterráneo con la Wehrmacht cuanto contrajo la malaría, una enfermedad que casi le cuesta la vida, pero cuyo agresivo tratamiento para salir airoso le dejó secuelas físicas que marcarían para siempre su futuro y el de Alemania.  

El ídolo eterno del Kaiserslautern, cuyo estadio lleva su nombre, padeció para los restos fatiga muscular y dolores en ambientes calurosos. Cuando pudo regresar a los terrenos de juego, a fines de 1945, justo después de salvar la vida disputando lo que él mismo calificó como "el partido de mi vida" en el campo de concentración de Maramures (Rumanía), que evitó su deportación a un gulaj siberiano, Walter se convirtiría en el motor de impulsión de un balompié 

que ayudaría sobremanera a recuperar el orgullo a una nación destrozada por el conflicto bélico.

Al igual que en el caso de Zweig, la lluvia sería a partir de entonces la fuente de inspiración de Walter, autor material de la que es considerada por la mayoría de historiadores de la redonda como la mayor hazaña jamás lograda por un equipo en una Copa del Mundo (por encima incluso del Maracanazo del 50): el triunfo de Alemania sobre Hungría en la finalísima del Mundial de 1954. 

Los magiares, con aquel quinteto mágico en ataque formado por Puskas, Kocsis, Bozsik, Czibor e Hidegkuti, llegaron al duelo decisivo en el Walkdorf Stadion de Berna sin haber perdido un partido en más de dos años y con el abrumador referente del 8-3 endosado a la Mannschaft en la primera fase del torneo. 

Walter, que por entonces tenía ya 34 años y había retrasado su posición hasta la de volante creativo, no había tomado parte en aquel encuentro, jugado bajo un sol de justicia y con más grados de lo que su delicado cuerpo era capaz de digerir. Su técnico, el gran Sepp Herberger, decidió reservarle convencido de que su momento llegaría en cuanto el viento cambiara de dirección y trajera consigo el frío y el agua, a la sazón el combustible que hacía carburar a su gran estrella.   

Y ese momento llegó aquel 4 de julio de 1954. Cuando Herberger se asomó a la ventana de su habitación y vio que llovía a cántaros, buscó como un poseso a su capitán y le espetó aquel célebre "Fritz, tu tiempo". A lo que Walter respondió con una sonrisa: "No tengo nada que objetar, míster". 

Poco importó que Hungría se pusiera 2-0 en los primeros 10 minutos de juego. La Mannschaft puso en marcha la maquinaria mediado el primer período y, liderada por un colosal Walter, daría la vuelta al marcador con tres tantos, el último de ellos logrado por Uwe Rahn, tras asistencia del capitán coraje teutón.  

El llamado 'Milagro de Berna' supuso el despegue internacional del fútbol germano y también el nacimiento de una leyenda que sigue vigente en el país de los nibelungos antes de un partido importante: si sale un 'Fritz-Walter-Wetter' (día Fritz Walter), la victoria está prácticamente asegurada.

A todo esto, el pronóstico del tiempo para este domingo en Maracaná a la hora de la final entre Alemania y Argentina habla de lluvia ligera, 18 grados de temperatura y una humedad del 66%. Suficiente para Schweinsteiger y su tropa. Con permiso de Messi, claro.

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