Grecia volvió a dar este miércoles una larga jornada de agonía en la que no consiguió suscribir un acuerdo con sus acreedores a pesar de encontrarse a tan sólo unos días de incurrir en un default y acabar provocando que el BCE desenchufe a la banca griega con la consiguiente quiebra y salida del euro.
Las reuniones se sucedieron durante toda la jornada para aproximar situaciones. Vista la agónica situación de la economía helena, cualquier acuerdo resulta mejor que nada. Cinco meses de incertidumbre han ido machacando la actividad y descapitalizando la banca. Y eso mismo intentaron aprovechar los acreedores, que reescribieron de arriba abajo casi toda la propuesta que habían presentado los griegos.
De poco importaba que ya se hubiese tomado la decisión política de firmar un acuerdo. Los técnicos calcularon que las cuentas no salían. Basado exclusivamente en las subidas de impuestos, el plan del Gobierno de Syriza tan sólo ahogaría aún más a la economía griega. Por no hablar de que cualquier estimación de ingresos podría no cumplirse con demasiada facilidad. Las previsiones de ingresos podrían ser demasiado optimistas, máxime cuando la economía todavía acusa una marcada recesión.
Los acreedores dieron un giro de 180 grados a la reforma de las pensiones planteada por Syriza. En lugar de basarla en los incrementos de ingresos, plantearon una ristra de recortes, justo lo que para los griegos era una línea infranqueable
Así que los acreedores dieron un giro de 180 grados a la reforma de las pensiones planteada por Syriza. En lugar de basarla en los incrementos de ingresos, plantearon una ristra de recortes, justo lo que para los griegos era una línea infranqueable. Entre otras cosas, exigieron acelerar la entrada en vigor de los 67 años como edad de jubilación al 2022 y no el 2025, una mayor dureza con las prejubilaciones y una supresión más rápida del subsidio a las pensiones, en concreto para 2017. Por otra parte, se relajó del 29 al 28 por ciento el tipo de Sociedades propuesto y se suprimió el impuesto extraordinario a las grandes empresas sobre el 12 por ciento del beneficio. Por último, se sugirió un tajo mayor al presupuesto de Defensa.
A las siete de la tarde de este miércoles, los ministros de Finanzas se reunieron en el Eurogrupo para estudiar estas propuestas. Pero apenas tardaron una hora en salir. Enseguida se vio que Grecia no lo aceptaba. Había que volver a negociar. "Cuanto más pasa el tiempo menos claro veo el acuerdo", confesó en ese momento un alto cargo.
La desconfianza y el hartazgo hacia Grecia han tocado niveles insospechados. "El trabajo acaba de empezar", soltó el siempre duro ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble. A la Comisión Europea siempre le ha ido un poco más el pasteleo y estaba más dispuesta a ceder y aplicar el típico parche que hay que arreglar unos meses más tarde. Sólo que esa no era la actitud de Schäuble, quien se alineó con el FMI para exigir más recortes y menos impuestos. Luis de Guindos reclamó que se ponga más énfasis en las reformas que eliminan las rigideces y por lo tanto refuerzan el crecimiento.
Y a las once de la noche volvieron a la carga. El apaleado primer ministro griego, Alexis Tsipras, entró en el edificio de la Comisión Europea escoltado por dos coches y cuatro motos de policía iluminando la calle con sus sirenas. Le esperaba un ascensor que le conduciría a una de las últimas plantas. Una vez allí, se enfrentó en una sala a varios de los personajes más poderosos de Europa. Entre ellos, el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, el presidente del BCE, Mario Draghi, el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, el comisario de Economía, Pierre Moscovici, y el presidente del fondo de rescate europeo, Klaus Regling.
La misión de estas figuras de la escena política europea no era menor. Se trataba de rescatar al euro del desastre que podría suponer la salida de Grecia. Imaginen lo que sería para la Unión Europea a corto plazo: primero tendría que desplegar un plan de ayuda humanitaria para los helenos, luego ayudar a los países colindantes afectados por el impacto y, más adelante, soportar un encarecimiento de sus pagos por intereses por mucho que el BCE pueda paliar este efecto. Y a largo plazo las consecuencias se antojan incluso más perniciosas: al menor atisbo de una crisis, la pertenencia de cualquier país al euro podrá ser cuestionado con los resultados ya conocidos durante la crisis de deuda soberana.
Las conversaciones se alargaron durante más de hora y media. El propio Varoufakis apareció por la sede de la Comisión cuando la reunión tocaba a su fin, ya cerca de las dos de la madrugada. Queda mucho trabajo. Y a primera hora de la mañana comienzan este jueves otra vez unas negociaciones en las que Tsipras buscará a la desesperada que el resultado no sea todavía peor de cara al largo viaje de vuelta a casa, donde de inmediato se abrirá una batalla por el control del partido y la aprobación e implementación de las reformas.