El drama griego continúa. El durísimo acuerdo impuesto a Tsipras coloca al Ejecutivo de Syriza entre la espada y la pared. Ahora tendrán que aplicar un plan de ajuste todavía más duro debido a los seis meses de incertidumbre y asfixia financiera que han devuelto la economía a la recesión justo cuando empezaba a asomar la cabeza. En medio de una caída del PIB, los objetivos fiscales serán mucho más difíciles de completar. IVA, pensiones, el retorno de la Troika, la capacidad de veto de los acreedores sobre la actividad gubernamental, los ajustes automáticos si no se cumple con las metas de consolidación fiscal, otra reforma laboral, una reforma de la Administración dirigida por la Comisión… los acreedores incluso se meten en la liberalización de las panaderías. Por no hablar del riesgo de quita a los depositantes y, para colmo, la creación de un fondo de privatizaciones en el que se depositarán activos del Estado griego por valor de 50.000 millones, fundamentalmente empresas públicas. ¿Se acuerdan cuando Finlandia pidió a España que garantizase el préstamo al sector bancario con el Museo del Prado? Pues ese fondo que avalará los préstamos supone casi un tercio del PIB de Grecia. Casi nada...
Y en esas circunstancias no es de extrañar que Tsipras lo tenga verdaderamente difícil para apoyarse en su partido a la hora de aplicar tamaño paquete de medidas. Depués de haber vendido que haría justo lo contrario, al primer ministro griego se le abren por lo menos cuatro frentes:
El primero, la remodelación de su Gabinete. A la hora de cierre de esta edición, en Atenas se daba por hecho una crisis de Gobierno de forma que saliesen varios miembros que podrían negarse a la aplicación de las reformas. Sobre todo sonaban para encarar la puerta de salida el ministro de Energía, Panagiots Lafazanis, el titular de la Seguridad Social, Dimitris Stratoulis, y el viceministro de Exteriores, Nikos Chountis.
El segundo, la contumacia de la presidenta del Congreso, Zoe Konstantopoulou. La cabeza del Parlamento griego ya obstaculizó la anterior votación del paquete de rescate en la Cámara. Y parece que bien podría volver a hacerlo, poniendo en serias dificultades la tramitación exprés de las medidas exigidas por Bruselas para este miércoles. Tsipras está intentando por todos los medios que ella dimita, pero por el momento se niega, y lo peor es que haría falta otra votación para destituirla, lo que también podría consumir un tiempo muy valioso. Además, miembros de Syriza se muestran reacios a deponerla, por lo que quizás Tsipras precisaría de los diputados de otros partidos…
El tercero, sus socios de Gobierno del partido Griegos Independientes también conocidos como ENAL. Éstos se han mostrado contrarios al paquete pero dispuestos a seguir en el Ejecutivo (sic). Para bordar la confusión, al mismo tiempo también dijeron que saldrían del Gabinete si Tsipras buscase un nuevo socio de Gobierno en otros partidos.
Y el cuarto y más complicado, la situación de rebeldía que vive en su propio partido, Syriza. Hasta 30 diputados de la Plataforma de Izquierda, uno de los grupos que componen Syriza y que está liderado por el ministro de Energía, han mostrado su negativa a votar a favor de las medidas impuestas por los acreedores. ANEL tampoco votaría. Y eso obligaría a Tsipras a recurrir a los miembros de la oposición. El primer ministro y líder de Syriza se reunirá este mismo martes por la mañana con los parlamentarios de su partido para asegurarse de que respaldan el paquete de ajuste.
De tener que recurrir a los partidos de la oposición para aprobar las medidas, entonces cobra fuerza la posibilidad de que se acabe formando una especie de Gobierno de unidad nacional que tramita todas las exigencias inmediatas de los acreedores.
“Tsipras sigue siendo el político más valorado y el principal activo de Syriza. Lo lógico es que en esta situación convocase elecciones anticipadas en algún momento para deshacerse de los rebeldes y reforzar su posición”, comenta Yannis Symeonides, periodista heleno.
El Plan B de Varoufakis
Por otra parte, el propio Varoufakis concedió una entrevista al semanario New Statesman en la que el ex ministro de Finanzas griego confesó que el mismo domingo del referéndum propuso tras los resultados que preparasen la impresión de pagarés, tomar el control de Banco de Grecia y aplicar una quita al nominal de los bonos griegos. O sea, preparar la salida del euro. Sin embargo, encontró la oposición del resto de Gobierno. En una votación entre los miembros del Ejecutivo más próximos a Tsipras, Varoufakis perdió por dos a cuatro según su versión de los hechos.
El primer ministro heleno no se atrevió a pulsar el botón nuclear. Sin un mandato para ello, Tsipras no quiso decantarse por la Grexit ante la elevada incertidumbre que suponía. El propio Varoufakis le reconoció que no sabía como saldrían parados. El titular de la Hacienda helena había encomendado a un pequeño círculo de su confianza que estudiasen estos planes. Pero como esa opción defendida por Varoufakis no obtuvo el visto bueno, el polémico ministro decidió dimitir.
Varoufakis también relata cómo ese domingo las caras de los miembros del Gobierno eran absolutamente sombrías a pesar de haber cosechado un ‘No’ en el plebiscito tal y como habían defendido.