No sabemos si a estas alturas Artur Mas i Gavarró habrá presentado su dimisión a los órganos de gobierno de Convergencia i Unió (CiU), aunque es posible que sus compañeros de aventura, con los Pujol Ferrusola a la cabeza, le obliguen a resistir, de momento, hasta que pase el temporal y puedan efectuar una ajustada valoración de daños. En cualquier caso, el atildado jefe de planta de El Corte Inglés travestido de nuevo Moisés, redentor del pueblo –“La voluntat d´un poble”- catalán camino de su independencia, ha recibido un fenomenal testarazo en las urnas, una derrota que cierra con broche de ignominia su carrera política, haciéndole ingresar por méritos propios en el panteón de los políticos pretenciosos –el último caso a nivel nacional, el de Paco Álvarez Cascos en Asturias- que, tan soberbios como ignorantes, decidieron un día disolver su parlamento y convocar elecciones, con la intención de reforzar su poder, para acabar trasquilados, puestos de patitas en la calle por los votantes. El careto que anoche lució el personaje lo dice todo. Cornudo y apaleado.
Aunque el tipo no merezca tan alta cita, conviene recordar en esta horas los bellos, premonitores versos de Salvador Espriu: “A veces es necesario y forzoso/ que un hombre muera por un pueblo,/ pero nunca tiene que morir todo un pueblo/ por un hombre solo”. No vamos a decir que lo sentimos, porque sería una manifestación de cinismo muy alejada de nuestros principios liberales. Nos alegramos de lo que le ha pasado, bien cierto, aunque ello no consiga ni por un segundo disimular el pavoroso panorama que deja este hombre en Cataluña y, por qué negarlo, en España. El daño que en términos de calidad de vida democrática CiU y Mas han infligido a los ciudadanos –que no al poble, terminología leninista muy al gusto de la derecha nacionalista- de Cataluña es inmenso y no tendrá fácil arreglo. Lo reflejaba ayer la web Eldebat.cat, que dirige el veterano periodista Alfons Quintá, relatando un episodio capaz de sonrojar a cualquier demócrata.
Tiene como protagonista a la número dos de CiU por Gerona, una tal Elena Ribera, quien, en uno de los últimos mítines celebrados en la capital gerundense, saludó alborozada la llegada de la crisis “porque ella nos ha hecho aflorar el sentimiento catalán”. Según Ribera, “hay muchas ovejas en este pueblo [se supone que el catalán] que buscan pastor y este pastor lo tenemos nosotros [se supone que Artur Mas]”. La cosa, con ser grave, no lo sería tanto si la susodicha no ocupara el cargo de letrada de la Universidad de Gerona, asunto revelador del desastre en que ha devenido la Universidad catalana, víctima de una atroz ideologización reñida con cualquier elemental noción de libertad y progreso, y por extensión la educación a todos los niveles, desastre, ¡cuánto vino derramado en vano!, imputable a aquellos padres de la Constitución que cedieron las competencias en la materia a las CCAA con los resultados conocidos.
Digamos enseguida que el proyecto de Estado-masía que propugnaba Mas y su jefe, don Jordi Pujol, se ha hundido sin remedio. Lo han hundido los ciudadanos catalanes, que han demostrado tener mucho más sentido común que el exhibido por este aventurero, pastor de ovejas nacionalistas descarriadas; mucho más sentido común del que muchos de nosotros llegamos a pensar a la vista de un tsunami independentista que parecía querer arrollarlo todo a su paso; una mayoría de catalanes se ha ganado hoy el respeto de los españoles demócratas, porque han demostrado que ese antaño ilustrado pueblo catalán, aquella Barcelona hospitalaria y abierta, quieren seguir siéndolo, quieren seguir defendiendo la libertad, empezando por la más elemental de pensar y discrepar de ese pensamiento dominante que ha pretendido convertir los ciudadanos en corderos, cuadrúpedos herbívoros dispuestos a seguir la senda marcada por el pastor -¿de almas?-, corderos o ratones siguiendo los cantos de sirena de este nuevo flautista de Hamelín camino del precipicio.
El desolador panorama que CiU y Mas dejan tras de sí
Tendrá que ser esta mayoría de catalanes sensatos la que, a partir de ahora, fuerce el rescate, la recuperación de ese desolador panorama moral que deja tras de sí el Govern de Mas, paisaje masacrado de una Cataluña comandada por una clase dirigente de ínfima fibra moral, empeñada, más que en gestionar los asuntos de la res publica, más que en asegurar la seguridad y la felicidad de sus gobernados, en tapar sus propias vergüenzas, esconder el rastro de sus corrupciones con el viaje a ninguna parte de la independencia, señuelo tras el cual su responsabilidad quedaría a buen recaudo de ajenas miradas fiscalizadoras.
El talentoso Mas ha conseguido engordar al tigre de ERC para perecer entre sus garras. Se lo diremos en ese roman paladino tan al gusto del poble: Arturito, majo, has hecho un pan como unas tortas. La situación política en que queda Cataluña es muy preocupante, con CiU obligada a ponerse en manos de la Esquerra –parece obvio que un PSC en ruinas no va a entrar a ese trapo-, y con una Generalitat en quiebra que necesita acudir con urgencia a Madrid para pedir pasta con la que poder pagar las nóminas de sus funcionarios. Imagino el espanto que a estas horas debe presidir las conciencias de esa clase media acomodada catalana, siempre tan preocupada por el destino de sus diners. Recomponer el destrozo que estos insensatos han causado, tanto a nivel moral como político, se antoja hoy casi misión imposible.
Conviene en esta hora crítica, también esperanzadora, para Cataluña, reafirmar los postulados que desde este diario hemos venido defendiendo: lo que esa hermosa, incomparable tierra necesita no es más autonomía, ni más independencia; lo que de verdad necesita Cataluña es menos dirigismo y más libertad, más calidad de vida democrática, menos corrupción y más honesta gestión. “El problema del presente”, escribió Alexis de Tocqueville, “no es que esta u otra familia dirija el país, no es si tenemos una Monarquía o una República; el principal problema de nuestra época es si los hombres van a ser libres o esclavos”. Lo que traducido al momento histórico que nos ocupa, el problema es saber si los catalanes van a ser corderos guiados en manada por un pastor nacionalista, o ciudadanos –que no “poble”- libres y dueños de sus destinos, capaces de vivir en una sociedad rica y abierta, bajo el amparo de una democracia digna de tal nombre. Ayer quedó claro que han optado por el segundo camino. Alegrémonos.