La estrategia comunicativa del PP sigue rayando lo maquiavélico. Si la semana pasada excluyeron el asunto del sueldo de los banqueros en la presentación de Luis de Guindos sobre la reforma financiera, dejando la cuestión para el consejo de ministros del día siguiente, logrando así que se convirtiera en un alegato contra los ejecutivos financieros que tanto se han llevado puesto estos años, ayer la reforma laboral metió algo menos de miedo en el cuerpo.
No hay más que rebobinar la mente. El pasado 31 de enero, el presidente Rajoy dejó caer, como el que no quiere la cosa, que la reforma laboral le iba a costar una huelga general. Se lo dijo a su colega finlandés con nombre de corredor de rallyes, Jirki Katainen, con las cámaras captándolo todo, aunque de modo casual.
Poco después, matizó sus palabras públicamente, sin demasiado rubor. El efecto estaba logrado. Resulta que las cámaras habían sorprendido a Rajoy, al que no se le ha escapado ni media filtración en el mes de interinidad sobre la composición del Gobierno, y mira que le presionaron por todas partes.
Luego, Luis de Guindos le soltó al presidente del EuroGrupo, Jean Claude Juncker, (otro que no se muerde la lengua precisamente), que la reforma iba a ser agresiva. Sólo le faltó saludar a la familia en esa toma, aparentemente robada.
¿Qué piensa la gente un poco avezada? Que el Gobierno, de nuevo, ha jugado a meter el miedo en el cuerpo para que luego la sangre no llegue al río. De libro. Dicen los manuales del management que una empresa que quiera congelar sueldos, lo primero que deberá hacer es esparcir el rumor de que quiere afrontar grandes despidos. Cuando, como una gran concesión, se ofrezca a congelar los salarios, los empleados aplaudirán incluso.
El Ejecutivo hizo temer que llegaría el despido libre y así, cuando se conocieron los 20 días por causa objetiva, casi dimos todos un suspiro de alivio. Si encima, la cosa viene aderezada con deducciones por contratación y fomento del empleo joven, casi hacemos la ola.
Y decían de Rubalcaba…