Si las apariencias en política engañan, en el caso del nombramiento de Carlos Puigdemont como presidente de la Generalitat han adquirido unos perfiles de auténtico complot. La naturalidad con la que formalmente han asumido los altos cargos de Convergencia su llegada al trono, contrastan con las maniobras que, según fuentes nacionalistas, la han hecho posible, artimañas que han tenido que ver con los intereses de la CUP y también con los de círculo íntimo de Artur Mas.
En Convergencia se acusa a Puigdemont de conspirar con la CUP durante semanas
Según refieren estas fuentes, hacía semanas que el exalcalde de Gerona conspiraba con la CUP para conducir a Mas al borde del precipicio y obligarle a tirar la toalla. Todas las previsiones apuntaban a que la sucesión estaba en manos de Jordi Turull, responsable del grupo parlamentario, de Josep Rull, hasta ahora coordinador de Convergencia, o de Neus Munté, portavoz y responsable de Presidencia, los tres pertenecientes al círculo de confianza del expresidente de la Generalitat. Sin embargo, fue la CUP la que, en el último minuto, puso el nombre de Puigdemont sobre la mesa, como solución in extremis para evitar nuevas elecciones. El mensaje a Mas fue claro: o convertía a Puigdemont en su relevo, o tendría que enfrentarse a nuevos comicios.
Lo que en los círculos mejor informados de Convergencia se califica de auténtico ‘golpe de estado’ por parte de la CUP, se vio acompañado el pasado fin de semana de otra asonada no menor, en medio de un alocado clima de nervios: el núcleo duro de Convergencia también impuso a Mas su retirada de escena, convencido de que era la única tabla de salvación que impediría al partido medirse el 6 de marzo en otras elecciones con Esquerra Republicana, que ya protagonizó el temido sorpasso en las generales del pasado 20 de diciembre.
La separación de España en la sangre
Entre medias, según fuentes bien informadas, había una operación cruzada encabezada por Felipe Puig, hasta ahora titular de Empresa, Germá Gordó, al frente de Justicia, y Santi Vila, titular de Territorio, para elevar a éste último a la presidencia de la Generalitat. Se trataba de una solución intermedia que albergaba como objetivo retomar el diálogo con el Gobierno central, pensada para el supuesto de que Mariano Rajoy repitiera en La Moncloa, gracias al carácter dialogante de Vila, a su buena relación con algunos ministros del PP y también a su silueta poco amiga del independentismo. El perfil de Puigdemont es justamente el contrario: “No es un independentista sobrevenido, como Mas, sino un soberanista que lleva en la sangre la separación de España y, además, hace filosofía de ello”, asegura un amigo suyo de la infancia.
El balance final de estos episodios, según voces de Convergencia, ha originado una revuelta silenciosa dentro del partido, que ha quedado seriamente fracturado y obligado a respaldar a un presidente de la Generalitat que cuenta con escasas complicidades en su interior. Por esta razón, lo primero que ha advertido Puigdemont poco antes de su toma de posesión es que no será candidato en las próximas elecciones autonómicas, mientras ha intentado hacerse amigo de algunos de los que pueden hacerle la vida más fácil: ha introducido a Rull en la consejería de Territorio, controlada hasta ahora por Santi Vila y a éste último le ha encontrado hueco en la cartera de Cultura. También ha responsabilizado a Neus Monté de la portavocía, Presidencia y la cartera de Bienestar. Sin embargo, no ha querido o no ha podido encontrar espacio ni para Puig ni para Gordó, ‘anticuperos’ por excelencia.
Germá y Puig estaban en una operación para encumbrar a Vila como sucesor de Mas
Pese a todas las dificultades y la provisionalidad aparente con la que ha sido aupado al cargo, hay en Convergencia quien opina que Puigdemont pronto aprenderá a volar en solitario y, por lo tanto, que Mas tendrá muy difícil levantar cabeza y, mucho menos, volver a ser candidato en una contienda electoral que el guión soberanista ha fijado para dentro de 18 meses.