La reforma laboral aprobada ayer en consejo de ministros aborda aspectos fundamentales de nuestra problemática laboral, de los cuales, quizá el más importante sea la “prioridad aplicativa del convenio de empresa frente al sectorial”. Aspecto este que, de no haber letra pequeña, será de lejos el que mayor fricción podría provocar con los sindicatos, en tanto en cuanto reduciría drásticamente su poder.
En general, se trata de una reforma muy compleja, llena de novedades y cambios, entre los cuales cabe destacar, de entrada, que solventa la imposibilidad existente hasta ahora de aplicar en la práctica el despido improcedente con 33 días de indemnización, al disponer por Ley causas objetivas para su aplicación, evitando que la decisión última quede al albur de la interpretación de los jueces. También rompe, por primera vez, con la rigidez de los convenios sectoriales y abre nuevas vías de negociación para las empresas. Además, estos convenios no podrán prorrogarse durante más de dos años una vez denunciados. Lo cual, supondrá un cambio sustancial en las relaciones entre empresas y sindicatos.
Otra de las claves más relevantes está en las facilidades que proporciona a las empresas para acogerse al despido procedente, que contempla una indemnización de 20 días por año trabajado y un máximo de 12 mensualidades. Así, será suficiente que las empresas tengan pérdidas actuales o previstas o una disminución de ventas durante tres trimestres consecutivos para poder recurrir a un Expediente de Regulación de Empleo, sin que para ello necesiten, como hasta ahora, la aprobación administrativa. Por otro lado, se vuelve a la situación anterior en los contratos temporales, que no podrán ser prorrogados más allá de 2 años. Y se pone en marcha un tipo de contrato indefinido, especialmente pensado para las PYMES, que combina el cobro de una parte del subsidio de desempleo con un salario.
En resumen, dejando a un lado el aroma que esta reforma destila en cuanto que satisface las demandas de las grandes empresas más que las de esa mayoría de medianas y pequeñas, sean sus resultados mejores o peores, de lo que no hay duda es que esta reforma laboral es la más importante de las realizas desde 1994.
Es cierto que podría haber sido aún más ambiciosa, pues, entre otras cuestiones, no termina de una vez por todas con la perjudicial dualidad entre trabajadores “fijos” y “temporales”. Pero estamos en España y aquí es costumbre hacer política poniendo una vela a Dios y otra al diablo. Y es de agradecer que el Gobierno haya sentido sobre su nuca el aliento de la Unión Europea. Ahora queda por ver si todo este despliegue reformista ablanda el corazón de Angela Merkel y nos deja relajar los objetivos déficit para este año y el que viene. Porque de no ser así, lo peor de esta crisis aún estará por llegar.