El Rey emérito es cada vez menos rey y menos emérito. Tres años después de su abdicación, en la mañana del 2 de junio de 2014, su agenda institucional mengua lentamente, su presencia en actos públicos escasea, su aparición en eventos especiales casi se ha reducido a los del ámbito familiar. Apenas ejerce ya del 'mejor embajador de España' y ya solo practica en privado su popular 'campechanía'. Se le adjudican muy pocas misiones en el Exterior. La disposición de la Casa Real es que sus desplazamientos, especialmente a Iberoamérica, se reduzcan paulatinamente.
Los días de don Juan Carlos transcurren ahora tranquilos y casi en silencio. Vive solo en el Palacio de la Zarzuela, donde coincide en ocasiones con su hijo, don Felipe, que tiene allí su despacho y el de su equipo. Trabaja, también en soledad, en el Palacio Real, gélido e inhóspito, donde se le habilitaron unas dependencias a las que acude esporádicamente, recibe alguna visita y ordena papeles.
Tres años después de aquella mañana del 2 de junio en la que tembló España, don Juan Carlos, 79 años, "es otra persona", según comentan en su entorno familiar. "Ha cambiado mucho, ha reflexionado, se ha arrepentido de sus torpezas y se vuelca ahora en sus cosas, sus aficiones y, especialmente, en la vida familiar", añaden. Su actividad de ha reducido, sus compromisos oficiales son ya muy escasos. El primer año de su renuncia acudió a 35 eventos, el siguiente a 26, el pasado, a la mitad. Y así sucesivamente. Este viernes asistirá con su hijo al 300 aniversario de la Escuela Naval de Marín, por cuyas aulas ambos pasaron, al igual que don Juan. Tres generaciones de marinos apasionados.
Corinna, Botsuana y el elefante
Las relaciones entre padre e hijo transcurren ahora en armonía. Superados los tiempos de las turbulencias, tras los episodios de Corinna, el elefante, Botsuana e incluso el ‘caso Nóos’ y la infanta Cristina, que les mantuvo muy distanciados, don Juan Carlos y su hijo han dejado a un lado sus viejos conflictos, han superado tiranteces y, hasta ocasionalmente trabajan mano a mano.
Don Felipe le consulta cuestiones, le pasa algunos discursos, le pide opinión. Este lazo se estrechó el pasado año, durante el Gobierno en funciones, cuando todas las miradas se posaron sobre la Zarzuela en los larguísimos meses de búsqueda de un candidato para la investidura. El Rey salió airoso de un proceso endiablado y sin precedentes. Todo era nuevo, todo, impredecible. Y se logró.
Don Juan Carlos parece haber descubierto ahora la importancia de la familia. Tanto en el plano personal como en el de la institución. “La familia es clave para la estabilidad de la Corona”, le han escuchado decir ahora. El episodio Corinna la desintegró. El ‘caso Nóos’ dinamitó lo poco que quedaba en pie. Ahora trabaja para recuperar algo de lo perdido.
En sus últimas apariciones públicas, don Juan Carlos ha estado acompañado, inopinadamente, por su esposa, la Reina doña Sofía con quien se ha mostrado afectuoso y sonriente. Apenas viven juntos, pero siguen formalmente casados. El Rey padre estuvo tentado, en su día, de romper el vínculo. Se habló incluso de una boda con Corinna, a quien tenía instalada en una dependencia dentro del perímetro de la Zarzuela. Las hermanas del emérito y su propio hijo le disuadieron de tal barbaridad, si es que en verdad pensó en ella.
En estas semanas se ha visto a los reyes eméritos acudir juntos a distintas ceremonias. La cena de gala en Noruega por el aniversario de Harald y Sonia; la entrega de la medalla de oro de la Real Academia de Medicina a doña Margarita y el funeral en recuerdo de doña Alicia. También acudieron a la Primera Comunión de la infanta Sofía y, muy especialmente, al cuarenta aniversario de la Fundación doña Sofía, a cuya sede, situada en Vallecas, acudieron ambos, en compañía de don Felipe y doña Letizia. Los cuatro reyes de la baraja de la Corona, juntos, relajados, en plena armonía, una estampa muy inusual.
Don Juan Carlos está decidido a impulsar una especie de ‘reagrupamiento familiar’, como señalan esas fuentes. Será más frecuente ver a los reyes nuevos y los viejos juntos en actos públicos. El núcleo duro de la institución. “Doña Sofía le ha perdonado algunas cosas, otras no”, añaden.
La rehabilitación de doña Cristina
Incluso se está llevando a cabo, en forma sigilosa, un comedido retorno de la infanta Cristina, expulsada drásticamente por su hermano de la Familia Real por el escándalo del ‘caso Nóos’. Exonerada por la Justicia, doña Cristina ha reaparecido. Se la vió junto a su hermana en el funeral por la infanta Alicia de Borbón-Parma. No se saludaron. Los testimonios gráficos de los gestos de doña Letizia y su cuñada evidenciaban la tirantez de sus relaciones. Hablan de ‘rehabilitación’ de Cristina por parte de su hermano. “Eso es mucho decir”, comentan en el entorno de don Juan Carlos. “Al margen del rechazo que suscita en Letizia, mientras Urdangarín esté pendiente de la acción de los tribunales, nada hay que hacer. Salvo que se divorcie, claro”.
Se encuentra mejor de salud, camina aún con un bastón, pese a lo prometido por el doctor Cavanale, el cirujano que vino de EE.UU. para enveredar el desastre, guarda cierta dieta pero se entrega a fondo por los mejores manteles de España y de medio mundo. Don Juan Carlos sabe llenar su ocio, dice la mencionada fuente. Viaja por medio mundo, como hace unas semanas a Arabia Saudí, acude a acontecimientos deportivos, este sábado estará en la final de Cardiff, ha vuelto a navegar, va a los toros, de vez en cuando, dificultosamente, se le ve en alguna cacería, y se agasaja con frecuencia junto a nuevas amistades o viejas relaciones.
Ya no da que hablar. "Estuvo a punto de cargarse la institución, él lo sabe, por eso se fue, por eso renunció, por eso evita cualquier protagonismo”, comenta un viejo amigo. Trabaja ahora en recomponer la imagen familiar, destrozada por sus enormes errores y su inaudita frivolidad, menciona esta fuente.
Abrir el proceso sucesorio
“Una nueva generación reclama el papel protagonista”. Dos veces tuvo que grabar don Juan Carlos su mensaje de despedida. El primer intento se frustró por la emoción. Atrás quedaban 39 años de reinado, culminados por un estrambote accidentado y bochornoso. Mariano Rajoy acudió a la Zarzuela cuatro horas antes. Luego, en Moncloa, comunicó la noticia que pocos esperaban. “Su Majestad el Rey don Juan Carlos acaba de anunciarme su voluntad de renunciar al trono y abrir el proceso sucesorio”. Bombazo informativo, conmoción social, terremoto político. ‘Los reyes no abdican, los reyes se mueren en la cama’, había dicho doña Sofía.
El escándalo de Botsuana ("lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir"), la corrupción intramuros de Zarzuela, con su hija en el banquillo, sus problemas de salud y su degradación física, con un largo rosario de intervenciones en la cadera y un episodio tumoral en el pecho, fueron algunos de los elementos que le ayudaron a tomar la decisión. La Pascua Militar del 6 de enero de ese año fue la señal de alarma. No lograba leer el discurso, no se tenía en pié, no podía caminar. Unos días después, el 30 de ese mes, cumpleaños de don Felipe, le comentó a su hijo por vez primera de su decisión. Se comunicó más tarde a Rajoy, para poner en marcha el mecanismo sucesorio, ley orgánica incluida.
Soraya Sáenz de Santamaría fue la encarga de pilotar el equipo Zarzuela. Moncloa. Se sumó al secreto Alfredo Pérez Rubalcaba, líder entonces de la oposición. Con mayoría absoluta del PP y con un PSOE sólido, todo iba a ser más fácil. Podemos, transmutración del 15 M, ya asomaba la patita con un resultado sorpresa en las europeas de ese mayo. Una filtración surgida del entorno de Aznar-Faes, así como una indiscreción de Zapartero aceleraron la fecha de la abdicación. "Estoy muy bien, mucho mejor, me he acostumbrado a vivir sin responsabilidades", comentó al cumplirse el segundo año de su abdicación. "Pues ahora, está aún mejor", dice uno de sus amigos.