Un estruendo seco sacude la frágil quietud del restaurante Blue Bus, en Gan Hatzafon, frontera entre Israel y Líbano. En el interior del establecimiento, antes atestado de clientes, ahora hay apenas un puñado de personas: se pueden contar con los dedos de una mano. "Este cohete fue lejos", anuncia en perfecto español Sergio Helman, argentino, regente del local. Es el único abierto en kilómetros a la redonda. La región, que antes acogía a decenas de miles de ciudadanos, es ahora una zona fantasma.
Las viviendas están vacías y la hojarasca se acumula en las principales arterias y caminos. El intercambio de proyectiles entre Hezbolá y el Ejército israelí ha convertido este espacio en un lugar del todo inhóspito. Se calcula que entre 70.000 y 90.000 personas han abandonado sus casas, buscando refugio en otros puntos del país. El silencio, donde antes todo era bullicio, magnífica el ruido de los proyectiles.
No es sencillo alcanzar la frontera entre Israel y Líbano. Los checkpoints militares salpican la carretera que procede desde Tel Aviv y la señal del GPS en el coche se distorsiona para que no haya ninguna fuga de
información sensible que pueda afectar a las operaciones en curso: no hay otro lugar -ni siquiera en la Franja de Gaza- donde el Ejército israelí tenga un mayor despliegue. Es una frontera que existe sobre el mapa, pero que tiene difícil aplicación sobre el terreno. Basta observar de un lado para el otro y la vista saltará de
inmediato de Israel a Líbano, sin que una señal clara indique la diferencia.
Una región que se ha convertido en una de las más sensibles. No sólo por el continuo impacto de proyectiles -a lo largo de esta jornada Hezbolá lanza una veintena e Israel responde con otra andanada-; también por ser el escenario de un conflicto que amenaza con estallar en una guerra total. Sería, junto a la Franja, el segundo frente para el Ejército israelí. "Yo decidí quedarme acá", asevera Sergio Helman, limpiándose las manos en el delantal después de preparar un plato de humus. "Antes atendía a 10.000 personas al mes y ahora no llego a 500. Hay días en los que entran una, dos personas, nadie, pero soy lo único que está abierto y no puedo marcharme; no quiero marcharme".
Las milicias
Gideon Harari, coronel del Ejército israelí retirado, es uno de los pocos que quedan en la región. Su trayectoria militar estuvo relacionada con el sector de la Inteligencia. Y ahora, a sus 67 años, ha vuelto a coger el rifle. Pero viste de civil: pantalón vaquero, camiseta verde de manga larga y zapatillas de marcha. En ningún momento suelta el arma.
Gideon se integra en los llamados Grupos de Respuesta Rápida, milicias civiles integradas por voluntarios que constituyen una fuerza de seguridad bajo coordinación directa del Ejército israelí. Todos ellos tienen formación e instrucción en el manejo de armas: el servicio militar es obligatorio en el país, de 3 años para los hombres y 2 para las mujeres.
Vive en un pueblo del Alta Galilea de 670 habitantes, pero tras el aumento de las tensiones fronterizas con Hezbolá llegaron a ser apenas 70. "Constituimos una respuesta rápida ante una situación de emergencia",
apunta este coronel retirado. Asegura que, aunque hasta la fecha los ataques se basan en el impacto de cohetes, no descartan una posible ofensiva terrestre de Hezbolá: "Si quieren, pueden hacerlo".
Su esposa e hijos abandonaron la región en busca de un lugar más seguro. Ahora Gideon pasa el día a bordo de su coche, vigilando algunos de los puntos estratégicos de la frontera, que por momentos constituye una triple divisoria: Israel, Líbano y Siria se tocan en este punto. El coronel prepara un té con un hornillo en una zona boscosa y afirma con gravedad: "La guerra puede estallar en cualquier momento".
La capacidad militar de Hezbolá
Los informes de inteligencia israelí sostienen que Hezbolá dispone de una capacidad militar mucho mayor que la de Hamás. Sus cohetes son más potentes y se estima que entre sus filas hay decenas de miles de combatientes. Hezbolá mantiene sus tensiones particulares con Hamás, pero Israel sostiene que ambos actúan con el respaldo directo de Irán. El Ejército israelí tampoco ofrece cifras sobre su despliegue militar en la frontera con el Líbano, de 130 kilómetros, pero no es ningún secreto que es aquí donde tiene su mayor contingente. Un Ejército que cuenta con 150.000 efectivos, pero que en los últimos meses ha activado a 300.000 reservistas.
Una fuerza a la que hay que sumar los Grupos de Respuesta Rápida, las milicias civiles integradas por voluntarios como Gideon, dispuestas a "defendernos de cualquier ataque": "Nadie sabe qué va a ocurrir ni por cuánto tiempo, pero estamos preparados para lo que pueda pasar", sentencia, al tiempo que sube de nuevo en su vehículo y deposita su rifle en el asiento. "Una nueva guerra puede estallar".