Las deudas son el gran logro de este modelo económico. Convencieron a casi todos de que convenía sacrificarlo casi todo -transparencia, serenidad, decencia y vivacidad- porque lo importante era ganar, crecer, enriquecerse. Aterra incluso que usemos la palabra modelo para tan asqueroso proceder. La cuestión, no por bien sabida rectificada, es que hemos pasado a deber tanto o más de lo que se produce anualmente. Si la contabilidad no fuera algo tan opaco y mentiroso nos percataríamos de que nadie ha ganado nada y, al mismo tiempo, de que nos deben mucho.
Se nos olvidó que pedir es peligroso, por si te lo conceden, pero que restituir es lo más duro y difícil.
Se puede afirmar que consiguieron que el primer deber fuera deber hasta que ha sido suplantado por la obligación de devolver. Se nos olvidó, en algún momento, que pedir es peligroso, por si te lo conceden, pero que restituir es lo más duro y difícil. A veces, incluso imposible, por lo que te quedas incluso sin lo que tenías antes de solicitar, mendicantemente, que te convirtieran en deudor.
Pero hay otras muchas deudas de las que apenas se hace referencia en el incesante pontificar de los economistas y políticos que siguen debiéndonos a todos no solo una explicación y una disculpa, sino sobre todo silencio. ¡Alíviennos, por favor, callándose un ratito!
Llevamos demasiado sin un solo diagnóstico que merezca la pena. Por eso mismo la salud mental de la ciudadanía también pasa por al menos un día a la semana de obligatoria mudez de los que mandan. De los que, por cierto, mandan en todo menos en sus deudas, pero que nos las han endosado a todos nosotros. Entre los que figuramos unos pocos que jamás hemos contraído deuda alguna.
El no reconocimiento de la deuda ecológica
Seguimos esperando que los poderes reconozcan que lo son porque se los hemos dado en préstamos y que, por tanto, nos los tienen que devolver. Eso sí deberían hacerlo no a largo plazo sino diariamente con una gestión no saqueadora de los bienes comunes.
¿Qué no decir de los banqueros incesantes cobradores indebidos de lo que en realidad, insisto, nos deben?
La suplantación de los más elementales deberes éticos es la primera y verdadera deuda, que además enciende la mecha de todas las demás. Pero hay otras muchas. Para empezar vivimos, casi todos, sobre la inmoral falacia de no reconocer lo que llamamos la deuda ecológica. Con estos dos términos nos referimos al hecho de que olvidan la procedencia de todo lo que nos permite vivir -elementos básicos, materias primas, productividad primaria y sistemas naturales completos - sin plantearse la más mínima restitución a cambio, cuando se debería hacer, como ellos hacen, con intereses. Ni siquiera se ha contemplado nunca que vía injusto comercio internacional se consiguen muy baratos, casi robados, productos de los países pobres a los que además se les ha convertido en deudores económicos, cuando son favorecedores ambientales imprescindibles. En suma, que la riqueza le debe mucho a la pobreza.