Elogiamos, por ejemplo, esa drástica transformación de lo precedente a la que llamamos regadíos. Ciertamente, el domeñar al agua para que discurra sólo hacia nuestros futuros alimentos resulta proeza y hasta prodigio. Pero siguen sin garantizar lo importante, la supervivencia de todos. De hecho, olvidamos que todavía hoy algo más del 60% de las cosechas son obtenidas gracias a la gratuita lluvia. De otros procesos espontáneos, como es la productividad biológica de los mares, también dependemos. Es más, vaya por delante una de esas cifras oficiales que tienden perversamente al redondeo: el 40% del PIB mundial queda íntimamente ligado a la diversidad biológica, esa que cada 22 de mayo queremos recordar con uno de los manidos días mundiales.
Todavía no se aprecia mínimamente lo que supone, para el todo y para todos, la multiplicidad vital de este planeta. De ahí que convenga recordar algunas premisas o evidencias científicas como la de que ninguna tecnología puede ni podrá sustituir a los ciclos, procesos y elementos esenciales para la vida. Entre otras cosas porque resulta fácil simplificar, deglutiendo lo diverso y convirtiéndolo en único, pero muy difícil crear y mantener la compleja multiplicidad.
Volviendo a lo único que entienden los poderes, no estará de más recordar algunos datos por ellos mismos aportados. Por ejemplo: la habitabilidad del planeta, esa que logran los productores de oxígeno como las algas marinas, las praderas o los bosques, supera -y mucho- al PIB mundial. No menos el abastecimiento de agua que acometen los océanos y la atmósfera. Escrito de otra forma: toda la riqueza convencional no sería suficiente para abastecernos de los mínimos esenciales. Que sean gratuitos no debería implicar que sean despreciados, sino todo lo contrario.
La protección costera que logran los manglares tiene una valía cuantificada en 10.000 dólares estadounidenses por hectárea. Conservar del 20 al 30 por ciento de los mares del mundo puede permitir crear un millón de empleos y capturas por valor de 80.000 millones de dólares.
Lo más cercano, como es que nuestras cosechas sean posibles por la imprescindible polinización, también ha sido valorado monetariamente. De hecho se estima en 153.000 millones de euros el trabajo gratuito que acometen principalmente las abejas, secundadas por miles de otras especies de insectos. A veces el paraíso de lo manifiestamente inmejorable nos abraza por todas partes.