Miles de ciudadanos, tal vez millones, van a votar al PSOE en estas elecciones generales por el miedo a la ultraderecha. Es un argumento de peso. Pedro Sánchez y su jefe de Gabinete, Iván Redondo, han fiado todas sus posibilidades a esta idea. Tal vez esta estrategia les salga a las mil maravillas y el líder del PSOE sea presidente del Gobierno cuatro años más. Enhorabuena para él, si es así, pero enhoramala para la izquierda.
Pedro Sánchez es un hombre de poder. No conoce más ideología ni tiene mayor aspiración. Es una fábrica de eslóganes baratos que repite sin mayor soporte o profundidad que sus infinitas ganas de mandar. Es un político que apela a valores socialistas pero que podría apelar a cualquier otra cosa con la misma convicción, la misma serenidad y el mismo rictus. Con igual profesionalidad. Me atrevo a escribir estas acusaciones gruesas, que no me gusta utilizar y que podrían parecer 'ad hominen', empujado por la sólida fuerza de los hechos.
Lo sucedido con los debates electorales constituye la prueba fehaciente de cómo es Pedro Sánchez. Sus principios, que, lejos de ser irrenunciables, son intercambiables, lo llevaron a aceptar primero el debate en Atresmedia para confrontar con Vox, a rectificar después para ir solo a RTVE -en una utilización de la tele pública que parecía superada- y a volver a rectificar finalmente, tras el lógico revuelo generado, para asistir a los dos debates. Además, su actitud en ambos combates dialécticos, especialmente en el segundo, evidenció que se trata de un tipo pendenciero y ambicioso, capaz incluso de blandir un documento para acusar a PP y Cs de confeccionar listas negras en la Sanidad andaluza, en lo que ha sido, hasta ahora, la madre de todas las fakes news de la campaña electoral.
En todo caso, la actitud del candidato del PSOE ante el 28-A es una minucia si se compara con su trayectoria durante sus pocos meses al frente del Gobierno. Ahí, en los hechos, siempre tan tozudos, es donde se puede conocer el verdadero cariz de este personaje sin par en el gran teatro de la política española. Ahí, en los acontecimientos innegables, es donde se asienta el descontento de muchos que, como quien esto escribe, empatizamos en su día con el susodicho cuando fue asaeteado por sus compañeros de filas y maltratado por algunos medios, e incluso celebramos que venciera en las primarias. Ahí, en la pura realidad, es donde se atisba mejor quién es el presidente del Gobierno. Veamos algunos ejemplos de sus promesas incumplidas, contradicciones e incoherencias.
Cuando estaba en la oposición, prometió “descolonizar” las instituciones. Una vez en el poder, enchufó en esas instituciones al 44% de la ejecutiva del PSOE. Entre otros casos escandalosos y sangrantes para el contribuyente, colocó como presidente de Correos a su amigo y hasta entonces jefe de Gabinete, Juan Manuel Serrano, como premio de consolación por no entrar en el Gobierno, o situó como presidente del CIS a José Félix Tezanos, su sociólogo de cabecera, que ha convertido la entidad pública en un apéndice del partido gobernante.
Prometió hasta en una decena de ocasiones que si llegaba al Gobierno publicaría el listado de personas que se habían acogido a la vergonzante amnistía fiscal que llevó a cabo el Ejecutivo del PP. Pero no lo hizo. Esgrimió, para justificar esta decisión, un escueto informe de la Abogacía del Estado que desaconsejaba la publicación. Curioso, teniendo en cuenta que poco antes el Tribunal Constitucional falló contra esa amnistía fiscal precisamente como consecuencia de un recurso del PSOE al que se opuso con ferocidad esa misma Abogacía.
Quizás los peores días de Sánchez en Moncloa llegaron allá por septiembre de 2018, cuando arreció la controversia por su tesis doctoral cum laude. Toneladas de información y desinformación se publicaron al respecto. Lo único seguro es que todos los expertos que lo han analizado coinciden en que se trata de un trabajo mediocre que en ningún caso merecía semejante calificación. Y también es seguro, porque así lo desveló El País, que en el libro basado en su tesis y coescrito con su presunto ‘negro’ Sánchez sí plagió de lo lindo. Una información que, por cierto, el grupo Prisa publicó en forma de voladura controlada para no acabar con la carrera del líder del PSOE, como cuento al detalle en ‘La democracia borbónica’.
En aquellos días convulsos donde tanto se hablaba sobre la tesis, Sánchez y Redondo se sacaron de la chistera un inédito acto de celebración de los cien días de gobierno. No importaba que tamaña efeméride ya se hubiera celebrado mediante un mitin previo en Asturias. Fue una cortina de humo, pero bien construida. En la Casa de América, el presidente se rodeó de los mandamases del Ibex 35 y de los grandes editores mediáticos, sus presuntos enemigos, para anunciar a bombo y platillo su intención de acabar con los aforamientos de los políticos. Una medida de regeneración democrática que desvió la atención de los medios, cambió la agenda pública y, por supuesto, después quedó en agua de borrajas.
Volviendo a lo literario, nuestro presidente del Gobierno ahora en funciones publicó su segundo libro, el célebre ‘Manual de resistencia’, cuya verdadera autora es la periodista Irene Lozano, a la que colocó como secretaria de Estado de la extinta Marca España cuando ambos trabajaban en la obra. Lozano, amiga personal del jefe del Ejecutivo, no aparece como firmante del libro.
Cuando lideraba la oposición, Sánchez se quejaba amargamente de que el PP de Rajoy utilizase los decretos leyes para legislar y llegaba a proponer que iba a “limitar” ese uso partidista del poder. Ya en el Gobierno, ha batido el récord de este tipo de decretazos y, de hecho, ha creado un nuevo concepto, el de “los viernes sociales”, que han consistido en aprobar medidas de fuerte impacto social (y electoral) en plena precampaña y por la vía, por supuesto, del decreto ley que antes denostaba con vehemencia.
Precisamente con un decreto ley Sánchez inició el gran cambio en RTVE después de unos años de manipulación insoportable por parte del PP. Era el momento de despolitizar el medio público. Primero negoció con Podemos los cambios en el consejo de administración y, tras un proceloso camino que incluyó alguna filtración interesada por parte de Redondo y una sospechosa votación fallida en el Congreso, consiguió nombrar como administradora única a Rosa María Mateo, simpatizante del PSOE que hizo campaña en defensa del candidato Rubalcaba en 2011. Y que ha vuelto a hacer campaña por el mismo partido dada la gestión de los debates.
La incoherencia es una constante en Sánchez. La contradicción es lo que mejor lo define. Puede decir una cosa y hacer la contraria sin despeinarse, afectando la voz y el gesto para parecer un hombre sincero que no ha roto un plato en su vida mientras se sale con la suya, acaso con sonrisa malvada incluida. No solo es que pueda hacerlo, es que parece que le gusta. Tal vez eso, cambiar de opinión, le procure un placer extraño o prohibido.
Sánchez ama las relaciones cambiantes. Le ocurre casi con cualquier cosa que uno se ponga a pensar. Pasó de recomponer su relación personal con Rajoy y de apoyarle en la crisis catalana a presentarle una moción de censura. Pasó de prometer elecciones “cuanto antes” a intentar agotar la legislatura contra viento y marea. Pasó de denostar a Podemos y Pablo Iglesias a convertirlo en su socio preferente. Pasó de presentarse como víctima de las empresas el Ibex 35 a codearse y reunirse con ellas. Pasó de romper relaciones con Casado a pactar con el PP el reparto del Poder Judicial.
Pasó de considerar un “racista” a Torra a charlar con él sobre el futuro de Cataluña. Pasó de exigir debates electorales “cara a cara” a negarlos con igual pasión. Pasó de reclamar la revisión de los privilegios de la Corona a presumir de su relación personal con los Reyes. Pasó de respaldar un 155 aún más duro en Cataluña a iniciar un diálogo y hasta proponer un relator que mediase y ha pasado en campaña, en el colmo de sus piruetas, a asegurar que “nunca” habrá referéndum. Y así todo. Sin freno ni remisión posibles.
Porque Sánchez es, en suma, un pobre hombre de poder. No tiene otro principio ni otro objetivo que mantenerse en el cargo. No es un corrupto y quizás sea mejor que algunas de las alternativas, pero es una estafa para todos, especialmente para los votantes de izquierda. Que leyes y demandas justas y necesarias como la subida de impuestos a los bancos, la legislación sobre la eutanasia, el final de las puertas giratorias, el impulso de la memoria histórica, la limpieza de las cloacas policiales, el coto al capitalismo de amiguetes, la despolitización de la justicia o la solución a la crisis territorial, todas ellas medidas progresistas y regeneradoras, dependan de alguien así es no solo una temeridad, sino un peligro.