Puede que Artur Mas se conforme con pasar a la historia habiendo sido el primer presidente de la Generalitat que ha convocado un referéndum a favor de la independencia o que, traicionado por su trastorno, se ahogue aún más en el ridículo sorbiendo y soplando al mismo tiempo. Eso es, precisamente, lo que hará este martes su subalterno en Madrid, Josep Antoni Durán i Lleida, al reclamar al Gobierno el cumplimiento del Estatuto de Cataluña mientras CiU acelera el paso hacia un Estado independiente.
Mas y Durán no se llevan, pero forman desde hace cuatro años una unión temporal de empresas que caducará el día en el que el primero convoque elecciones plebiscitarias. Ha sido hasta ahora una UTE rentable que le ha servido a CiU para mantener abierta su gestoría en Madrid, aunque con un volumen de negocio inferior al que tuvo cuando Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero gobernaron en minoría. No está siendo desde 2012 el caso de Mariano Rajoy, resignado a tener que abonar las nóminas de los funcionarios catalanes ya que la Generalitat, con 60.000 millones de deuda, tiene cerradas las puertas de los mercados.
Mas agitó el viernes el señuelo de Escocia y hoy CiU removerá en el Congreso el de Extremadura. En esta carrera hacia el absurdo vale todo, incluso el intento de ordeñar al mismo Estado al que se desprecia. Tranquilos, porque el viernes habla el (ex) molt honorable en el Parlament. Lo de Jordi Pujol, 35 años ocultando dinero de oscura procedencia en paraísos fiscales mientras proclamaba la necesidad de “fer país”, no es una deuda histórica. Es algo propio de quien se sigue considerando dueño del cortijo.